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miércoles, 5 de octubre de 2011

MUJERCITAS





Carlos Rivera


Las recuerdo jovencitas, llegando temprano al salón de la universidad con sus cabellos mojados. Maquillajes mal dispuestos, vestimentas recatadas o llenas de cursilerías, propias a su mundito postescolar. Pero, esto era la universidad, donde chicas mas sofisticadas, chicos algo guapos rondaban por doquier.

Respiraban sus 17 años (una que otras 16) y la humildad de sus sentimientos. La desconocida urbe de la multitud universitaria les parecía increíble. La utopía de la sabiduría dispuesta en cada recinto donde creían aprender la quintaesencia de la vida y de la existencia.
Los libros, las clases, los maestros, algunos anodinos, otros excelentes, otros mañosos y medios enfermos (de ignorancia y de estupidez). Ustedes venían con sus lenguaje de 25 palabras, algunas posturas huachafas que su educación pública evidenciaba. Todo era distinto, su cabellos, sus expresiones. La disposición de sus gestos eran frescos, abusaban de la expresividad. Todavía no tenían un tono de voz propio sino que ensayaban palabras, ademanes. A partir de ahora harían suyo cada vocablo aprendido. Tenían la costumbre de licenciar a todos los profesores, doctorear a los viejitos por que ya los suponían sabios y doctores en algo.
Caminaban en grupo, hablando todavía de sus amores del colegio, las fatalidades familiares, se abrazaban y lloraban juntas. Eran estudiosas, cumplían todos los trabajos, no faltaban nunca a clases. Sentadas en la primera fila, sacaban sus lentes y se maravillaban de las lecciones impartidas. Siempre se encomendaban a Dios y hasta sospecho que quisieron ser monjas.
Pasó el tiempo, ahora ya son profesionales, todas licenciadas, (pero siguen licenciando a los demás). Bordean los 24 y 25 años, unas ya se casaron, otras se comprometieron. Ya piensan en la familia, los hijos y la trascendencia, Ya tienen un look original, se sienten algo viejas, todas coinciden en matrimoniarse a esa edad.
A veces se juntan en un bar a hablar de sus vidas, de sus novios, y trabajos. En afán de romper esquemas y demostrarse gamberras compran una gaseosa y un par de cervezas para bailar toda la noche (las cervezas por supuesto nunca la abren, la gaseosa, sí).
Ha pasado el tiempo, nunca serán más niñas. Dejaron las muñecas y han abandonado cualquier idealismo que en un momento me sorprendió. Me encuentro con una de ellas, veo su anillo de compromiso. Me dice que se casa en enero del año próximo. Está feliz. Yo sigo soltero, enamorado de mis libros y acariciando sentimientos imposibles, navegando entre la soledad y la incertidumbre. Por un momento envidio la vida simple de mis amigas… las mujercitas
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