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miércoles, 20 de febrero de 2008

A DON PEPE





Jueves, 3 de noviembre del 2005 Diario Arequipa al dia


Por Carlos Rivera (*)

Lo he visto de nuevo, ahora caminando a paso cansado, apoyado en un bastón acompañado de su esposa Teresa, rumbo a su casa de la calle Villalba y pensé como el hombre hecho verso se pasea entre nosotros iluminándonos con su presencia en cada calle, y nosotros obnubilados en asuntos efímeros o de otra índole, no sabiendo que Don Pepe, que es lo mismo decir José Ruiz Rosas (1928), es nuestro mayor poeta vivo que tiene Arequipa (muy a pesar que nació en Lima).

A los muchachitos que se preparaban para la universidad – y otros que lo siguen haciendo hasta el día de hoy- tal vez les venga a la memoria “Yo tengo un sol opaco” que tenían que memorizar y analizar sus figuras literarias y metáforas. Pero desconocen que el poeta camina por nuestras calles de Arequipa y creerán que Borges, Vallejo, Neruda y por supuesto José Ruiz Rosas comparten la melancolía de la otra vida, pero Don Pepe aún respira, aún escribe y convierte los crepúsculos en alba; aún hace de la noche un susurro de voces envolventes porque como diría alguien en este mismo diario sobre nuestro vate: “De oficio, poeta”.

La primera vez que lo vi fue cuando laboraba en la municipalidad Provincial de Arequipa. Había que dejar una invitación a su casa. Ya había leído “Elogio de la danza” y de inmediato rogué me concedieran el privilegio de ser yo quien entregue la invitación al poeta. Toque la puerta nerviosamente y salió su empleada, interrogó quién era, respondí en una aprendida perorata , “deje el encargo –me dijo- yo se la entrego”. Aduje que tenía que firmar personalmente Don Pepe.

Quedé impresionado por esos profundos ojos que parecen dar miedo (los que conocen a su hijo Alonso Ruiz Rosas pueden dar fe de esta singularidad familia) pero hay que mirar mas allá, en el horizonte de la mirada donde hay ternura y humildad; el maravilloso binomio de la sabiduría.

Don Pepe es un poeta de verdad, respira, sueña, parece recostarse y levantarse con versos de verdad, parece encontrar la luz en aquellos extraños recovecos de la existencia.

Tuve la dicha de conversar con él dos veces, la última fue para una pequeña revista universitaria que nunca vio la luz.

En dicha efemérides pude entender un poco más a nuestro vercificador.
Hablamos de Westphalen, Borges, Vallejo, Neruda, Vargas Llosa y un sin fin de poetas y escritores, adornaba nuestra charla unas tacitas de café servidas por su esposa Teresa y frente a nosotros dos muchachitos agustinos, observando la plática sin esbozar una palabra. Don Pepe se entregó ahí al dialogo comentando sus libros sin la más mínima rimbombancia enseñándome un cuadro de Fernando de Szyszlo colgado en la pared y detallando su rutina diaria de creación. Con mucha modestia afirmó que no leía muchos libros (sospecho que la humildad no le permite vagos lucimientos de presunción libresca). Lo entiendo -Hablo- además de su mal asmático que lo aqueja hasta hoy, de sus hijos Alonso, Jimena y de la compilación de sus mejores poemas en un libro de verdad, hasta la ironía se hizo presente narrándonos una anécdota de Mark Twain sobre los abogados.

Lo he visto de nuevo caminando como si el viento abriera su paso y se diera cuenta que el hombre que hace música con las palabras, esta ahí. Talvez Don Pepe no se acuerde mí, pero guardo para siempre la armoniosa y bella imagen de la poesía gracias a él.

lunes, 18 de febrero de 2008

Un corto y bochornoso verano

Nelson Manrique. Tomado de Perú 21

Las encuestas de opinión publicadas esta semana muestran que, aunque el respaldo global de Alan García en Lima llega al 40%, en los sectores D y E recibe apenas el apoyo de la cuarta y la tercera parte de los encuestados, según la Universidad de Lima, mientras que según el Instituto de Opinión Pública de la Universidad Católica su respaldo en estos dos sectores, en promedio, llega apenas al 23%. Como Santiago Pedraglio ha anotado certeramente, las tendencias que se encuentran entre las capas más pobres de Lima son equiparables a las existentes en el sur del país, en el centro y en la Amazonía. Los pobres, en resumen, no quieren a García.
No es difícil comprender lo que sucede. García se ha erigido en el defensor de los intereses de los ricos, y así no se gana un concurso de popularidad, ni aquí, ni en ninguna parte del mundo. Como Alejandro Toledo descubrió en su momento, las medidas que ganan los aplausos de Wall Street no arrancan precisamente ovaciones de los pobres.
Es interesante observar las "reflexiones de una mañana de verano" que Alan García ofreciera ayer domingo en el patio del Palacio de Gobierno. Criticando el paro nacional que han convocado para hoy las organizaciones agrarias, ha dicho que las juntas de regantes "privatizan el agua que pertenece a los peruanos" y que solo pagan un centavo por metro cúbico de agua, mientras que en Estados Unidos se paga 78 centavos, por lo que el agua barata es un subsidio que el Estado da a los agricultores. No es una coincidencia que el paro haya sido convocado por la Junta Nacional de Usuarios de los Distritos de Riego del Perú (JNUDRP), con el respaldo de organizaciones campesinas y otros gremios del sector.
Hay que conocer algo el campo para saber del trabajo que hacen los regantes -por lo general sin apoyo del gobierno- para mantener en uso sistemas de riego que en muchos casos vienen desde la época prehispánica. Comparar la situación del campesinado peruano con la de los agricultores norteamericanos es una inconsciencia descomunal.
Estos tienen la agricultura más tecnificada del mundo y reciben anualmente subsidios directos por miles de millones de dólares de su gobierno, para exportar sus siempre crecientes excedentes agrícolas hacia países como el Perú. Aquí compiten con una producción que, en muchos casos, utiliza la misma tecnología que encontraron los españoles al llegar al Tahuantinsuyo.
García no ofrece ninguna alternativa a los problemas de los productores agrarios, ni al reclamo de que el TLC con Estados Unidos va a afectar a siete millones de campesinos peruanos. Aparentemente, los pobres debieran morir tratando de no incomodar a los inversionistas.

domingo, 17 de febrero de 2008

Paulet el pionero



A principios del siglo XX el peruano Pedro Paulet (1874-1945) abrió las puertas de la que sería la llegada del hombre a la Luna en 1969. El autor de esta nota, quien prepara una película sobre Paulet, es un acucioso investigador de la vida y los inventos de quien es considerado un pionero de la astronáutica y la era espacial.


Por: Álvaro Mejía ( tomado del diario La República-revista Domingo)


Fantasía y ciencia. El niño Paulet lanzaba ratones en cohetes caseros. Julio Verne inspiró su sueño de llegar a la Luna. Y él experimentaba con el rigor lógico y la precisión matemática que, decía Víctor Andrés Belaúnde, primaban en el colegio donde ambos estudiaron.
Por su origen humilde, casi no fue a la universidad. El Rector de la Universidad San Agustín, Dr. Rodrigo Bedoya, sabía sus dotes de genio y pidió al jurado que le tomaran un examen, el cual aprobó entre aplausos. Luego el gobierno de Remigio Morales Bermúdez supo de él y lo becó para estudiar Ingeniería y Arquitectura en La Sorbona, en Francia. A fines del siglo XIX, inventó allí el motor a reacción de combustible líquido. Y a inicios del siglo XX, en Bélgica, diseñó una nave espacial, el Avión Torpedo. Verne aún vivía. ¿Se conocieron?
En 1903, los hermanos Wright hicieron volar un aeroplano. Paulet vino al Perú seguro de que su nave era mejor. Pero se impusieron los aviones de hélice. Él volvió a Europa en busca del ambiente propicio para su invento. No sería tan pronto.
En 1927, el norteamericano Lindbergh logró volar de New York a París en treinta y tres horas y media. El austriaco Max Valier, en su artículo "De Berlín a New York en una hora", propuso el modelo de una nave empujada por cohetes para batir ese récord. A continuación, el peruano Paulet difundió una carta en la cual aseguraba que tres décadas antes él había diseñado un avión-cohete superior y estaba buscando los fondos para fabricarlo.
Para él, su nave era mejor que la de Valier porque tenía un ala delta pivotante con varios motores-cohete en la base. Con la punta hacia arriba, despegaría verticalmente. Al girar el ala, se desplazaría en forma horizontal. De nuevo en posición vertical, el descenso sería cómodo. La de Valier, que no tenía algo así, obligaría a sus ocupantes a dar volatines al volver a la Tierra.
Pero el plato de fondo era su motor de combustible líquido. El rumano-alemán Hermann Oberth había dejado claro, en su libro "Los cohetes hacia el espacio interplanetario" (1923), que los viajes al espacio serían posibles con motores de esa clase. La carta de Paulet llegó cuando los alemanes buscaban desarrollar uno.




Hermann Oberth era el líder moral de la Sociedad para Vuelos Espaciales (Verein für Raumschiffahrt o VfR) Alemana. Valier era el hombre de la acción. Había publicado en 1925 un libro, "El Avance en el Espacio", para difundir las ideas de Oberth entre la gente común y se convirtió en un líder de opinión en la materia. Luego, dispuesto a pasar a la práctica, viajó por Alemania, dando charlas para explicar su plan: probar cohetes en autos, luego en aviones y al final en una nave espacial; además de construir un motor de combustible líquido. Valier buscaba adeptos pero sobre todo financistas. Halló uno: el fabricante de autos Opel.
Según Paulet, su motor podía funcionar durante al menos una hora. Pero los alemanes parecían escépticos. Valier y Opel empezaron con autos impulsados por cohetes de pólvora negra, o sea combustible sólido. Apenas lograron una combustión de segundos, decidieron hacer presentaciones masivas. Una de ellas, el 23 de mayo de 1928, ante dos mil asombradas personas, en un autódromo cerca de Berlín. Irónicamente, ese mismo día, Oberth defendía sus teorías ante el stablishment científico alemán.
Por entonces, Die Rakete (El Cohete), el boletín de la VfR, mencionaba brevemente a Paulet. Aquí un hecho importante: el 24 de mayo, Paulet representó al Perú en el Centenario de la Sociedad Geográfica de Berlín. ¿Estuvo un día antes en el autódromo viendo las demostraciones? ¿Se vio con los miembros de la VfR? Hay indicios para creer que sí. Como que en su informe posterior al congreso pedía traer científicos alemanes al Perú. Pero hay más.
La pasión por los vuelos espaciales crecía de la mano de Valier, que ya era un héroe popular. El cineasta Fritz Lang iba a filmar la película "La Mujer en la Luna" y pensó que sería buena publicidad lanzar el día del estreno un cohete de combustible líquido fabricado por Oberth.
Oberth no tenía habilidades de mecánico, así que la gran oportunidad era también un gran reto. Ese año salió el libro "El cohete para transporte y vuelo", donde el ruso A.B. Scherschevsky, miembro de la VfR, consagraba al peruano: "El advenimiento de la era espacial se hizo realidad con el desarrollo del motor a propulsión y de la nave espacial diseñada y construida por el peruano Pedro Paulet".
Die Rakete elogió el libro. Oberth contrató al ruso para que fabricase la cámara de combustión de su cohete. Pero éste tampoco sabía de mecánica y no lograron nada que volase. Lang rompió el contrato.
En 1929, entró a la VfR un adolescente que, por imitar a Valier, puso cohetones a su deslizador y acabó preso. Le pusieron "El joven delincuente". Se llamaba Wernher von Braun.
Pero Valier ya no creía en cohetones. En 1930, agotadas las etapas de su plan, actualizó su libro y dijo que Paulet "ha probado por primera vez -comparado con los pocos segundos de combustión de los cohetes de pólvora- que es posible, usando combustibles líquidos, construir un motor cohete que logre una combustión de horas".
Se sabe que la VfR quiso desarrollar la nave de Paulet. Él se negó al descubrir que querían hacer misiles de guerra. Esto tendría que ver con que Valier se reunió con Hitler -según el propio Führer- para pedirle financiar los misiles.
Ése fue el punto de quiebre. Valier construyó un motor de combustible líquido pero su auto no corrió muy veloz. Paulet había mantenido en secreto la fórmula del combustible. Valier sabía que era cosa de probar. En una de esas pruebas, una explosión le quitó la vida. Su asistente, Arthur Rudolph, perfeccionó el motor y en pocos años sería de los científicos que secundaron a Von Braun en el desarrollo de los odiados misiles V-2 en la Segunda Guerra Mundial.
Paulet siguió buscando que el Perú financiara su nave. Sin éxito. Murió en 1945, meses antes de que las fuerzas norteamericanas capturasen a Von Braun, Rudolph y otros, quienes después construirían para la NASA el Apolo XI, que pondría al hombre en la Luna.Valier fue enterrado con honores por todo lo que aportó a la cohetería espacial. Un cráter en la Luna lleva su nombre. Nuestro Pedro Paulet hizo mucho más.

Exclusión, pobreza y éxito económico de lo cholo



Ramiro Vargas Córdova

Ciudadano constructor

Las crónicas periodísticas los han convertido en sus personajes preferidos. No existe un diario o revista nacional que haya obviado el testimonio de estos peruanos convertidos en figuras emblemáticas, íconos vivientes del éxito del empresariado eminentemente nativo Son los verdaderos “héroes” del capitalismo nacional. Un auténtico boom empresarial. Personas que empezaron de la nada para tenerlo todo en diversas áreas de la actividad humana. ¿Son acaso seguidores de Napoleón Hill (Piense y hágase rico) o simples seguidores de tradiciones, valores y costumbres ancestrales (la persistencia y la resistencia, las ansias de progreso, la familia, la tradición, la cooperación, la austeridad y la fe en lo que hacen)? ¿Son productos, acaso, de un sistema que invita a la lucha incansable por alcanzar metas cifradas, aprovechando inteligentemente el enorme potencial de oportunidades que la coyuntura histórica les ofrece “a pesar de todo”? ¿Qué diferencia podemos encontrar entre Yan Chow (vietnamita que llegara a Hong Kong, pobre y demacrado, en un barco de refugiados a los dieciocho años y a los 25 era todo un millonario) y la señora Flor Mercedes Gallardo Díaz, que creciera entre el campo y un barrio limeño rodeado de pobreza y delincuencia para convertirse posteriormente en dueña y ejecutiva de Kleider, empresa dedicada a la confección de prendas de vestir para damas, con ocho tiendas en Lima y concesionarios en todo el país y en Bolivia[1]. O el caso de Vilma Parra, dueña de la cadena de zapaterías Vilma, la misma que empezó con un modesto puesto de ambulante, vendiendo seis pares de zapatos[2]. Otro caso paradigmático: un señor que empezó vendiendo relojes. Cierto día llevó en un maletín nuevo con sus relojes en venta, despertando el interés de un ocasional cliente, no en los relojes sino más bien en el maletín; movido por este interés se lo vendió, dejó de lado sus relojes e incursionó en el mundo de maletas, convirtiéndose más tarde en uno de los más prósperos comercializadores de este rubro en el Perú, dando una muestra de flexibilidad, sin haber leído a Jack Trout y Al Ries, gurús del posicionamiento y cambios tácticos en el mundo de los negocios. Del mismo modo no podemos dejar de mencionar los ejemplos del Centro Comercial Gamarra y otros emporios empresariales que dan testimonio elocuente del poder económico que amasan empresarios cholos.Veamos otros fenómenos que llaman poderosamente la atención a sociólogos y estudiosos de la realidad nacional. Un ritmo musical marginal, considerado de mal gusto por un sector de la sociedad más afín y proclive a las modas foráneas del momento, desde el rock hasta las baladas españolas y argentinas, pasando por los ritmos caribeños (salsa, cumbia, merengue, cha-cha-cha, reagge, etc.) con ídolos siempre lejanos, está ahora en el pedestal de la popularidad. Es dable señalar que en determinado momento el snobismo musical pierde adeptos y las legiones de “fans” de ídolos internacionales disminuyen ostensiblemente, es una especie de ruptura de los parámetros establecidos; sucede que muchos de esos ritmos adquieren un “sabor nacional”, son adaptados a la idiosincrasia del popular, convirtiéndose desde luego en un ritmo que paulatina e inexorablemente se va imponiendo y que, con sus variantes, recibe la aceptación y consagración de todos los sectores de la sociedad peruana El ejemplo más evidente es la música chicha. Nos causó asombro ver cómo, en la ceremonia central del concurso nacional del pisco en el Jockey Plaza –donde la mayoría de los participantes eran clase-medieros y bailaban al ritmo de una música criolla con Bartola –, la artista, suelta en medio de la jarana “Muchacho provinciano” de Chacalón. La euforia que se notó en esa cita bailable y en ese escenario catalogado por mucha gente como “pituco” fue total. Es una muestra de aceptación y reconocimiento de lo que antes era marginal y empieza a ser aceptado. Un ritmo nacional que cuenta con sus propias estrellas y hasta su “mártires”, que van desde Juaneco y su Combo en los años 70, pasando por el mismo Chacalón y Enrique Delgado en los 80, y por último el grupo Néctar. Del mismo modo, el folklore andino, exclusivo de los clubes departamentales asentados en la Lima (desde los años 40) o en las ciudades capitales del país, amplían su espacio y copan la atención, primero de los limeños, y luego se extiende a todo el Perú, con el agregado de los peruanos migrantes en el extranjero, que se constituyen en algo así como la avanzada de esta onda musical peruana en predios latinoamericanos y de otras latitudes.Otro aspecto a resaltar: el modelo conceptual y factual de ciudades sufre un cambio, con la globalización y el caos urbano. La comunidad autogestionaria de Villa el Salvador ya no es el dechado citadino que acaparó las miradas allende las fronteras del país. Así, hoy vemos con gran admiración y sorpresa cómo un distrito limeño se yergue pujante y altivo con luces de neón, mega plazas, pollerías, chifas y varietés de toda índole. Nos referimos el distrito de Los Olivos, (cuna del “perreo” como aporte de la danza popular de nuestro país). Esto, claro, desde la perspectiva de una Lima con un marcado pluriprovincialismo.¿Qué de común tienen estos personajes que han trastocado la manifestación cultural peruana? ¿Es que nos encontramos ante nuevas facetas y manifestaciones de la identidad peruana? ¿Podríamos señalar que se está produciendo una nueva forma y estilo paisajístico de un Perú que permanecía aletargado, sin autoestima, sin entusiasmos y que hoy, felizmente, renace y pone en juego un atavismo prodigioso y muestra un poder que antes parecía no ser visible?En todo este contexto encontramos elementos de carácter cultural que, a la vez, representan una respuesta a la marginación y menosprecio que durante siglos han menoscabado de alguna manera la conciencia nacional. Sin temor a equivocarnos, es demostración de la potencialidad inmersa en el ser nacional que ya encontró la válvula de escape. El serrano desdeñado ayer se convierte hoy en el cholo “de mierda”, pero con plata y poder, amén de ser respetado y admirado. Ya no es el indígena de los años veinte del siglo pasado. Tampoco está el criollo de antes, arrasado por ese aluvión de “serranos”, indígenas y cholos que llegaron a poblar las periferias de las ciudades costeras y que al final termina con todos ellos, integrándose y creando una nueva manifestación social y cultural, rebosante de tradición, costumbres y cierta dosis de modernidad. Vale decir, una genuina mezcla de ayni y minca, con individualidad, ansias de reconocimiento y progreso.Las experiencias históricas que han hecho posible la construcción de naciones han sido muchas más de las veces cruentas. La Guerra de los Cien Años hasta la paz de Westfalia en Europa pueden dar fe de ello. La Guerra de Secesión norteamericana, hasta la Revolución Mexicana nos pone al tanto de esa verdad. Connotados historiadores afirman que perdimos una excelente oportunidad de constituirnos en una nación poderosa con la frustrada rebelión de Túpac Amaru. Desde allí hasta ahora se han seguido buscando los mecanismos históricos, étnicos, geográficos, culturales, sociales e ideológicos (esto último en el sentido semántico) que son necesarios para articularnos como fehaciente colectividad. Tal reto puede ser una tarea de élites o una decisión de los excluidos y marginados que, siendo inmensa mayoría, con sentimientos semejantes y anhelos comunes, asuman el poder e impongan su ideario. O, en el mejor de los casos, de una articulación ambos en la construcción de una nueva propuesta. Evidentemente es un desafío grande, y tarde o temprano los peruanos encontraremos los medios y las formas para plasmar en toda su dimensionalidad la construcción de la identidad peruana, base central de nuestra nación y República. Y, en esta construcción, la prospectiva del poder cholo desde la pluridimensionalidad no debe perderse de vista.
[1] Actualmente Exporta sus prendas de alpaca a Chile, Bolivia, Argentina y Ecuador.[2] Al mes factura quinientos mil soles y el 2007 está en sus planes exportar

Las escandalosas artes del plagio de una escritora oficial cubana

WILFREDO CANCIO ISLA
El Nuevo Herald
Veinte años después de protagonizar el mayor escándalo por plagio literario en la historia cubana contemporánea, la autora de libros infantiles Alga Marina Elizagaray está de vuelta en la vida pública como si el recuerdo de sus apropiaciones textuales se hubiera esfumado.
Elizagaray, de 72 años, participa estos días en las actividades de la XVII Feria Internacional del Libro de La Habana, donde presentará su título Se hace camino al leer, publicado por la Editorial Oriente, y hablará en un panel sobre literatura infantil. La ex funcionaria y prolífica autora parece renacer de sus propias ruinas intelectuales con el respaldo de las instituciones oficiales, como si nada hubiese ocurrido con su nombre y conducta.
La memoria ha quedado en la trastienda del Ministerio de Cultura y la Unión de Escritores de Artistas de Cuba (UNEAC), entidades promotoras de la feria habanera que ahora catapulta a Elizagaray como prominente escritora de textos infantiles.
Fue precisamente el Consejo Nacional de la UNEAC el que emitió un fallo en 1989 confirmando la expulsión definitiva de Elizagaray del organismo por ``utilización inescrupulosa de textos ajenos en buena parte de su obra publicada''.
La nota de la UNEAC, aparecida en La Gaceta de Cuba, daba cuenta de que la decisión se ratificó después de la intervención de una Comisión de Etica y del Ejecutivo de la asociación, que investigaron exhaustivamente las alegaciones presentadas en su contra y acordaron ``la separación de la mencionada escritora al comprobarse la veracidad de los hechos imputados''.
Los sucesos se remontan a julio de 1988, cuando el poeta e investigador literario José Antonio Gutiérrez presentó a la dirección de la UNEAC un documento con abrumadora evidencia de que toda la obra escrita de Elizagaray era un calco de reconocidos escritores cubanos y extranjeros. La pesquisa de Gutiérrez arrojó que la autora había incorporado en sus escritos textos casi idénticos de 44 libros y 36 autores, entre ellos los narradores y estudiosos del folclor afrocubano Ramón Guirao (1908-1949) y Lydia Cabrera (1899-1991).
El estudio de Gutiérrez se sustentó fundamentalmente en los plagios a los cuentos de Guirao y Cabrera, quien marchó al exilio en 1960 y vivió en Miami hasta su muerte.
''Era un caso sin escapatoria posible'', recordó Gutiérrez, que reside en Miami desde el 2006. ``Cuando le llevé el informe al entonces presidente de la UNEAC, Abel Prieto [hoy Ministro de Cultura y miembro del Buró Político], dijo que era algo que daba asco''.
Elizagaray se defendió diciendo que había sido ''víctima del vampirismo de un grupúsculo de la UNEAC'', pero las pruebas fueron contundentes.
Tras casi un año de análisis interno en la UNEAC, incluyendo las valoraciones de una comisión de especialistas que acogió la apelación de Elizagaray, se decidió separarla de la entidad en junio de 1989.
Gutiérrez dice que le prometieron publicar su trabajo investigativo, pero finalmente se engavetó en medio de gran oposición de figuras como la ensayista Graziella Pogolotti, vicepresidenta de la UNEAC, y el escritor Miguel Barnet, quien temía que Cabrera pudiera demandar a las editoriales cubanas. El Monte, obra capital de Cabrera, se editó en Cuba sin su consentimiento en 1989.
Algunos de los ejemplos contrastados por Gutiérrez hablan elocuentemente de los estragos literarios de Elizagaray. El fragmento que sigue es una ''recreación'' del folclor para niños, aparecido en su libro Fábulas cubanas (1985):
Era una Oreja que había venido a menos. Una Oreja muy pobre y de contra tan apegada a tambores, guitarras, maracas, tambores y toda clase de instrumentos musicales, que se olvidaba
de vender a buen precio la cerilla.
Los comentarios entre sus amistades eran siempre los mismos: que la Oreja en el bembé, que la Oreja en las rumbantelas, que la Oreja en la fiesta de Ochá...Bueno, para no cansarles, el caso es que esta Oreja estaba siempre dondequiera que hubiera alboroto y tiroriro. Y mientras tanto... la Oreja iba debiendo tres meses del alquiler de su casa.
En el original de La Oreja y el Mosquito, incluido en el volumen Cuentos Negros de Cuba, inicialmente publicado por Cabrera en París en 1936 y reeditado en La Habana en 1961, reza:
Era una Oreja que había venido a menos.
Una Oreja muy pobre y de contra tan prendada de tambores, guitarras, timbales, guayos y maracas, que se olvidaba de vender a buen precio su cerilla. O dándosela a crédito a alguna beata de su parroquia para la lamparilla de sus Santos, no se acordaba luego de cobrarla.
Que la Oreja en el bembé, la Oreja en la fiesta de Ocha, la Oreja en las rumbantelas, la Oreja en las Claves --dondequiera que había tiroriro y... la Oreja iba debiendo tres meses de alquiler de casa.
Elizagaray se ''inspiró'' también en varios de los más notables cuentos afrocubanos de Guirao, como Obatalá y Orula, que la autora titula como Orula miente y no miente, que parafrasea a partir de otro relato original de Cabrera (Obbara miente y no miente). Este es el texto de Elizagaray:
Hacía mucho tiempo que el gran Obatalá, rey de reyes, venía observando que Orula tenía mucha imaginación... En más de una ocasión pensó entregarle el mando del mundo, pero cuando reflexionaba detenidamente su propósito desistía, porque consideraba que Orula era demasiado joven para una misión de tanta importancia, a pesar del buen juicio y de la seriedad de sus palabras y actos, un día, el gran Obatalá quiso saber si Orula era tan listo como parecía y le ordenó:
--Prepárame la mejor comida que puedas imaginarte.
Así aparece en el original de Guirao, en Cuentos y leyendas negras de Cuba (1942):
Hacía mucho tiempo que Obatalá venía observando lo imaginativo que era Orula... En más de una ocasión, pensó entregarle el mando del mundo, pero cuando reflexionaba detenidamente su propósito desistía, porque Orula era demasiado joven para una misión de tanta importancia, a pesar del buen juicio y seriedad de todos sus actos. Un día, Obatalá quiso saber si Orula era tan capaz como aparentaba, y le ordenó que preparara la mejor comida que se pudiera hacer.
Imposibilitado de publicar sus denuncias en Cuba, Gutiérrez decidió presentar las conclusiones del caso en el magazine cultural venezolano La Hora O, a fines de 1993. Para esa fecha, Elizagaray comenzaba a reinventar su trayectoria literaria como personalidad invitada al I Coloquio Internacional de Literatura Infantil, efectuado en Caracas, Venezuela, del 5 al 9 de octubre de 1993.
Gutiérrez había sido inicialmente invitado al evento, pero por razones desconocidas el pasaje nunca le llegó a la Isla Margarita, donde se encontraba con una gira artística. El escritor residió en Venezuela 13 años antes de venir a Estados Unidos.
La copiosa bibliografía producida por Elizagaray no se ha editado sólo en Cuba, sino que figura en los catálogos de editoriales europeas y latinoamericanas desde finales de los años 70. Su título Fábulas Cubanas, con narraciones apropiadas de Guirao y Cabrera, se publicó por la casa checa Mlade Leta en 1979 como Zazracay (El prodigioso montecillo Mambiala) y en 1988 apareció en una edición mexicana como Fábulas del Caribe.
Justamente el libro que se presentó este sábado en la Feria del Libro de La Habana, Se hace camino al leer, ya había sido publicado en Venezuela en el 2005 y contiene varios textos copiados del volumen Tres siglos de literatura infantil europea (1982), de Bettina Hurlimann.
Gutiérrez considera que la actitud plagiaria de Elizagaray descubre a una persona desenfrenada, como quien padece una patología.
''Es algo patético'', dijo Gutiérrez, de 49 años. ``Avanzando en la pesquisa nos percatamos de que no sólo se apropiaba de los textos de autores reconocidos, sino que también copiaba textos de las revistas Sputnik y Literatura Soviética, cuentos inéditos de participantes en concursos, actas de los jurados, en fin, una verdadera enfermedad''.
La carrera de Elizagaray en el ámbito de la literatura infantil fue meteórica. De profesora de segunda enseñanza en los albores de la revolución de Fidel Castro, pasó a figurar en 1967 como investigadora de literatura juvenil en la Biblioteca Nacional José Martí y poco después ganó un premio nacional de ensayo por el libro En torno a la literatura infantil (1974), que contiene múltiples plagios de obras literarias ajenas.
Para los años 80, Elizagaray era no sólo una escritora pertinaz, sino que había asumido además el papel de funcionaria como asesora principal del Ministerio de Cultura para la literatura infantil. Su palabra era escuchada por todas las editoriales de libros para niños y jóvenes en el país, además de figurar como consejera del tema ante la UNESCO y dirigir el Comité Cubano de la YBBY, organismo internacional para la promoción del libro infantil.
Sólo en seis meses de 1988 --año del escándalo-- había viajado al extranjero en 27 ocasiones.
Su regreso a los primeros planos de la vida cultural cubana parece un hecho. El miércoles se le vio en el grupo de personalidades y funcionarios que rodearon al gobernante interino Raúl Castro durante la inauguración de la Feria del Libro en la fortaleza de La Cabaña.
``La gente quiere olvidar eso, son síntomas de los tiempos que corren en este país", comentó desde La Habana un escritor y ex funcionario de la UNEAC. ``Todo el mundo sabe lo que pasó, pero nadie quiere seguir esa batalla''.
Pero Gutiérrez cree que se trata de un acto deshonroso.
''Ella no ha sido más que una funcionaria ligada al status quo del régimen'', aseveró Gutiérrez. ``No habrá justicia plena hasta que Cuba no reconozca públicamente que Alga Marina Elizagaray es un falso valor que hizo su obra plagiando a Lydia Cabrera y a todo el mundo''.

sábado, 16 de febrero de 2008

FÁBULA DEL PERDEDOR PERFECTO


por Julio Villanueva Chang tomado de Letras libres
El nadador Eric Moussambani y la maratonista Zoe Koplowitz han perdido siempre y sus derrotas confirman lo sospechado: que las victorias son a veces aburridas y que el acto de perder puede ser, como en las fábulas, un espectáculo ejemplar. Julio Villanueva Chang celebra el encanto de los descalabros.


Eric Moussambani, un nadador de estilo libre de Guinea Ecuatorial, perdió en las Olimpiadas de Sydney 2000 en una carrera de cien metros en la que nadó sin ningún competidor. Había llegado hasta allí luego de haber ganado una competencia en su país y por uno de esos cupos de caridad que el comité olímpico internacional reserva para deportistas de países pobres. En esa competencia contra sí mismo, el único mérito de Moussambani fue no ahogarse hasta llegar a la meta. En su país no había más que dos piscinas, y nunca había nadado cien metros continuos. En Sydney su marca fue de un minuto con 52 segundos, el peor registro de natación en la historia de las olimpiadas, treinta segundos más que la marca de Arnold Guttmann para la misma distancia en las Olimpiadas de Atenas, pero las del siglo XIX. De inmediato tuvo un club de fans por internet, modeló enterizos de piel de tiburón diseñados para nadadores más veloces y en una subasta alguien pagó más de 2,500 dólares por sus gafas acuáticas. Luego se mudó a España, donde se consiguió un entrenador y logró rebajar a un minuto su marca en los cien metros libres. Cuatro años más tarde, Moussambani no pudo ir a las Olimpiadas de Atenas porque las autoridades de su país habían extraviado la fotografía de su pasaporte y no lo inscribieron a tiempo. “Ha sido lo peor que me ha pasado en estos años. Me han dejado tirado. Siento que me han engañado”, declaró. Ambicioso en la derrota, ha amenazado con estar en las próximas Olimpiadas de Pekín.
Cuando Eric Moussambani aterrizó en Australia en el año 2000, fue a contemplar la piscina en la que iba a competir. Hasta llegar a las olimpiadas, nunca había visto una pileta de cincuenta metros como el Aquatic Centre de Sydney. Tenía veintidós años y era la primera vez que salía de su país. “No puedo”, le suplicó a su entrenador al ver la distancia entre el principio y el fin. La leyenda decía que apenas había aprendido a nadar meses antes en las aguas de un río infestado de cocodrilos, que de lunes a viernes se entrenaba en una piscina de veinte metros de un lujoso hotel de la capital del país africano y que los fines de semana le quedaba el río donde se jugaba la vida. Pero en Sydney la suerte iba a estar de su lado. Según un sorteo, en las eliminatorias Eric Moussambani debía competir contra Farkhod Oripov, de Tayikistán, y Karim Bare, de Nigeria, quienes habían llegado a las olimpiadas por el mismo cupo de caridad. Sus pobres tiempos de competencia les auguraban a los tres el destino de ser sólo turistas en Sydney. Estaban muy nerviosos. A Bare y Oripov les tocaban las calles tres y cuatro de la piscina olímpica por el registro de sus marcas. A Moussambani le correspondía la calle cinco: su tiempo era el peor de todos. Bare, Oripov y Moussambani subieron a la plataforma de partida y los dos primeros se lanzaron dos veces en falso, quién sabe si para evitarse la vergüenza de un mayor fracaso. Al ser descalificados por la doble falta –en eso consistía su victoria–, Moussambani se quedó solo ante la piscina (y los más de quince mil espectadores). El reglamento le exigía nadar contra sí mismo.



Ese mismo año, el 2000, la señora Zoe Koplowitz llegó a la meta del maratón de Nueva York unas 33 horas después de su partida y se convirtió en la corredora de fondo más lenta del mundo. En las últimas diez millas de su marcha, conmovidos por su voluntad y esfuerzo, los policías se acercaron para protegerla y los restaurantes abrieron sus puertas en medio de la noche para que pudiera comer algo o se detuviera a descansar. Koplowitz tiene esclerosis múltiple, una enfermedad degenerativa del sistema nervioso, y una diabetes que cuando compite en un maratón la obliga cada dos millas a medir el azúcar de su sangre. En verdad no corre los maratones: los camina en muletas. Koplowitz, una estadounidense que en 2007 cumplió veinte años compitiendo en el maratón de Nueva York, no sólo los ha perdido todos sino que se ha asegurado de llegar siempre última. En un mundo que premia a los primeros, ella ha hecho de la palabra “último” una vanidad. Koplowitz es autora de The Winning Spirit: Life Lessons Learned In Last Place y trabaja como supervisora de una agencia de empleos. Después de cada carrera, pierde durante casi un día la movilidad de sus manos por haber sostenido las muletas durante tanto tiempo. Lo suyo también es una competencia contra sí misma. Después de dos décadas de ser siempre la última, insiste en llegar hasta la meta para demostrarse que aún puede.
Zoe Koplowitz empezó a sentirse torpe y a cojear cuando tenía veinticinco años. Era la esclerosis muscular, y desde entonces decidió vivir sin tensiones ni ejercicios. Un día frío de 1988, en su oficina de Nueva York, se atragantó con una pastilla de vitamina c y estuvo a punto de morir. Un compañero de trabajo le hizo un masaje de reanimación cardiopulmonar y la regresó a la vida. Cuando volvió de esa experiencia con la muerte, Koplowitz sintió un extraño y feroz deseo de correr un maratón. “Decidí hacer algo muy extremo y que eso me demandara toda la fuerza que poseía y me exigiera aún más.” Cuando lo decidió, Koplowitz era una mujer que apenas podía andar unos metros sin perder el aliento. Todos creyeron que había enloquecido. Empezó su entrenamiento con Dick Traum, un hombre que había perdido una pierna en un accidente automovilístico. Traum le propuso jugar Pinball para mejorar su coordinación manual, tomar clases de danzas afrobrasileñas para aprender a moverse mejor y trabajar sus bíceps como una físicoculturista. Su primera carrera de práctica fueron cinco kilómetros en Central Park. El trabajo de Koplowitz era sobrepasar aquel punto en la vida en el que uno se rinde y se abandona.



En Sydney 2000, cuando Moussambani nadaba por allí, Marion Jones se convirtió en la corredora más veloz del universo. Se fue de Australia con tres medallas de oro. Al día siguiente de una de sus competencias, el diario El País publicó una fotografía que la exhibía en el instante en que estaba a punto de atravesar la meta. En la foto, erguida en su potencia y velocidad, había más de un metro de distancia entre Jones y sus perseguidoras. Eso, entre los atletas de alta competición y distancias cortas, es un abismo. Debajo de esa imagen de inalcanzable, El País tituló: “Jones hace de los 200 metros un trámite.” Y en la línea siguiente, remató: “Gana con tanta autoridad que le ha restado emoción a las carreras.” Hace unos días, siete años después de aquella fotografía victoriosa, El País publicó otra en la que Jones aparecía llorosa a la salida de un juzgado. Debajo de ella, tituló: “Marion Jones, seis meses de cárcel.” La atleta ganaba sus carreras no sólo debido a sus genes, técnica y entrenamiento sino, sobre todo, porque consumía anabolizantes. Tras años de negarlo, y con un récord de dos ex esposos atletas descalificados también por actos de dopaje –el segundo de ellos Tim Montgomery, el hombre más veloz del mundo–, Jones acabó admitiéndolo a sus familiares y luego ante los jueces. Irá a prisión por mentir a los investigadores sobre su dopaje y por un caso de estafa.
Marion Jones no es sólo un caso para policías en zapatillas. Quien se dopa niega en el fondo los límites de su propia capacidad, una actitud contra la que se ha rebelado Zoe Koplowitz. “El doping es una expresión consecuente de aquella ideología del deporte que sólo celebra en él la voluntad de poder pero no la experiencia de su superación”, dice Daniel Innerarity. “En ella aparece el cuerpo únicamente como instrumento de la victoria.” Los últimos ganadores del deporte no están en los estadios sino en los laboratorios: mientras una mafia de químicos gana dinero creando drogas milagrosas para que los atletas venzan sus límites, otro cuerpo de detectives alquimistas se dedican a buscar modos de detectar estas trampas. La ambición por la victoria y el desgaste físico de los deportes de elite acabaron en la búsqueda de ayudas extradeportivas. A pesar de que Jones se había declarado culpable, el juez la condenó no sólo a ir a la cárcel sino a devolver sus medallas y a borrar sus marcas de la historia. La sentencia fue un megáfono a los atletas de elite que han olvidado los valores de trabajo duro, dedicación y espíritu deportivo. Oscar Tusquets cree que, a medida que se ha ido abandonando el amateurismo, los deportes de alta competencia ya no responden a los ideales olímpicos: ni son saludables ni crean camaradería ni unen a los pueblos. “La reglamentación va siempre detrás de la imaginación y la picaresca –advierte–. Cada año deben añadirse nuevos productos a la lista de los ya prohibidos, y análisis más complejos y frecuentes.” Orinar se ha vuelto el principio del fin de la competencia deportiva –más allá del antidoping a Maradona. Cuando aún no se silenciaban los ecos del dopaje sobre ruedas en los ciclistas del Tour de Francia, Marion Jones, un icono de velocidad en la prueba reina del atletismo mundial, es un clásico instantáneo en la ciencia ficción del deportista ejemplar.



Más que al mundo del deporte amateur, Eric Moussambani y Zoe Koplowitz pertenecen al del azar y la autoayuda. Koplowitz suele usar sombras púrpuras sobre sus párpados, que combinan con sus muletas también púrpuras. Cuando le preguntaron por qué, ella respondió: “Es un color de poder.” Narrar la tragedia de Koplowitz exige un esfuerzo sobrehumano para evitar el tonito rosa de la autoayuda. La comedia de Moussambani, en cambio, exige un amarillismo de pop art y precauciones para no caer en la debilidad por lo freak del circo. A pesar de que es lo que menos desean, sobra compasión para ambos. Moussambani y Koplowitz son las dos caras de la misma moneda del perdedor perfecto. Han inaugurado un carisma por la derrota: en su ambición de perder una competencia deportiva, confirman que las victorias son de vez en cuando un espectáculo aburrido y previsible, y que las derrotas pueden ser un espectáculo azaroso y fascinante. “El interés por lo incierto es algo que comparten el deportista y el espectador. Ambos quieren llegar a un punto en el que a los ojos de todos pasa algo incalculable –dice Daniel Innerarity–. El deporte es así una organización regulada para convertirse en una escenificación de irregularidades.” Moussambani y Koplowitz son de algún modo una celebración del atraso, pero también del esfuerzo y la suerte determinantes en contra de esa ideología de la victoria, tan cara a los laboratorios químicos de alta competencia. ¿Cuál es el encanto de los perdedores? En Del inconveniente de haber nacido, Cioran, ese filósofo que convirtió el pesimismo en una estética y el pensamiento en un irónico lamento, sentenció: “Una sola cosa importa: aprender a ser perdedor.” Perder es fácil, pero perder como Moussambani y Klopowitz no. Las pruebas abundan por todas partes, invisibles por su normalidad y ultrafrecuencia.
En su primer maratón de Nueva York, Zoe Koplowitz hizo una marca de diecinueve horas con 57 minutos, y desde entonces no ha podido superar ese tiempo. Le ayudaba tener cuarenta años y no estar aún enferma de diabetes. Antes de la carrera, Koplowitz pensaba que llegar a la meta le tomaría sólo unas doce horas. “Creía que sólo tenía que avanzar, avanzar y avanzar hasta llegar. Nunca pensé que tuviera que detenerme para ir al baño o comer algo.” Para Daniel Innerarity, lo normal pero también lo fascinante del deporte profesional es que, a pesar de su disciplina en el entrenamiento, hay actos que no se pueden controlar sino que sólo acontecen. “La forma física, el entrenamiento y la táctica –dice Innerarity– son presupuestos para que en el momento de la verdad el cuerpo haga algo que sobrepasa lo que puede hacer. Por eso hay varias posibilidades. Por eso el resultado final es azaroso, por eso es aburrida la superioridad manifiesta, por eso es legítimo apelar a la suerte.” En el deporte, el futuro tiene mucho de expectativa pero sobre todo de sorpresa. “Hay una necesidad de encontrar un responsable del azar y creo que por desconocimiento del juego se le termina asignando al entrenador”, dijo Jorge Valdano. En su segundo maratón, muy avanzada la noche y a su paso por Harlem, alguien detuvo a Zoe Koplowitz con una arma. No pudo mejorar su récord. En su peor pesadilla, Moussambani jamás imaginaría que iba a competir solo. Las falsas partidas de sus rivales lo convertirían en una estrella fugaz del infortunio.
Cuando llegó a la meta, Eric Moussambani, como casi todos, no sabía bien qué decir. “Los últimos quince metros han sido muy difíciles.” Solemos sonreír con esas preguntas que los periodistas hacen a los deportistas al acabar una competencia, ese instante idiota en que se le pregunta al ganador cómo lo hizo. “Realmente no saben lo que les ha pasado –dice Innerarity intentando explicar lo inexplicable–. Esa ignorancia es el núcleo del éxito deportivo. Los deportistas se entrenan para una acción que, en última instancia, no saben cómo se hace. Se entrenan para el azar de su victoria.” Un triunfo se puede deber a un buen entrenamiento, pero a este rendimiento se le añade siempre una condición inesperada. “En ese elemento casual del éxito y el fracaso deportivo se pone de manifiesto un profundo parecido entre las intenciones de los que ven deporte y las de quienes lo practican.” César Vallejo recordaba que la mayoría de la gente gustaba ver deporte pero no practicarlo. “Existen millones de espectadores en los estadios y apenas unos cuantos jugadores. La mayoría ama el deporte cerebralmente, cuando no literariamente”, escribió. Luego profetizaba: “Un día desaparecerá el campeón para dar lugar al hombre en estado deportivo. El deporte no debe ser el arte de unos cuantos, sino una actitud tácita y universal de todos.” A Zoe Koplowitz le preocupa que la gente sepa que el éxito no siempre consiste en ganar.
Al terminar uno de sus maratones, Koplowitz tenía lágrimas en los ojos por el excesivo esfuerzo. Los periodistas se quedaron en silencio y ella les dijo: “El dolor dura un par de días, pero el orgullo es para siempre.” Innerarity recuerda que en esencia un deportista es alguien que de manera pública y virtuosa intenta hacer algo que no puede. Según él, el deporte no sería otra cosa que la celebración de esa incapacidad. “Me he convertido en un símbolo de resistencia –dice Koplowitz–. Gran parte de la vida consiste en poner un pie delante del otro para ir adonde tengas que ir. Eso hago.” Innerarity no cree cierto que acudamos al deporte para escapar de la vida real: “Lo que buscamos es vida en estado puro, invadidos por la sospecha de que hay demasiada trampa en la que vivimos.” Por esas paradojas, en su libro Elogio de la belleza atlética, Hans Ulrich Gumbrecht recuerda que una de las cosas que provocan más admiración y amor de los espectadores es cuando ven a un luchador confrontarse con la muerte. Desde su atragantamiento con esa pastilla de vitamina c, Zoe Koplowitz volvió a la vida con ganas de declararse la guerra.



Eric Moussambani se lanzó a la piscina como pez fuera del agua y, a pesar de todo, fue un intruso ovacionado desde su partida. En Youtube hay un video de la carrera, el más visto de todos, en que unos comentaristas de la televisión francesa se burlan a carcajadas de su estilo mientras lo ven avanzar a duras penas los primeros cincuenta metros. A su regreso, en su ruta para completar los cien, la cámara acuática lo exhibe en sus braceos, a veces en forma circular como nadan los perros, y con una desesperación por conservar su cabeza afuera. Después de haberle dedicado una que otra silbatina, el público se levantó para aplaudir de pie su voluntad de llegar a la meta. No era la voluntad de un atleta olímpico sino la de un sobreviviente. Más que un nadador, Moussambani parecía un náufrago. Esa ovación fue un reconocimiento al esfuerzo de un espontáneo que había nadado casi sin saber hacerlo, los aplausos que se regalan a un niño en una tina intentando mantenerse a flote a pesar de su torpeza submarina. “Ha sido muy duro, pero lo he conseguido gracias al increíble apoyo del público, al que envío besos”, declaró al final de su exhibición como nadador a la deriva.
Cuando abandonó la piscina, Eric Moussambani ya era una estrella pop. Un día después de su hazaña, cambió su anticuado bañador celeste playero por un traje de baño de piel de tiburón. En una guerra casi instantánea entre firmas comerciales que peleaban por patrocinarlo, la marca de ropa deportiva Speedo se lo regaló. “Ahora me siento realmente rápido”, dijo. Luego denunciaría que Speedo lo engañó: le habían prometido, según él, entrenar en Florida pero al final nadie de esa compañía lo buscó. El Daily Mirror de Inglaterra le concedió una medalla de oro en nombre de todos sus lectores. Moussambani se convirtió en un fenómeno oscilante entre la admiración por un sobreviviente y el carisma de un derrotado. Había una fiebre por ofrecerle todo. Conmocionado por la curiosidad y el asedio que había despertado, se le ocurrió crear su propia página web y ponerla en venta a un precio de cincuenta millones de dólares más la construcción de una piscina olímpica en Malabo, la capital de Guinea. Nadie le hizo caso, al parecer. En una entrevista, Eric Moussambani dijo haber sido humillado en un programa de la televisión alemana, donde lo pusieron a competir con una anciana ex campeona de natación que iba camino a los noventa años. Su historia siguiente era previsible. Si no fue un ganador en la natación ni en el resto de su vida, al menos hizo ganar a otros con su historia. “¿Hay algo menos profesional que un nadador que no sabe nadar?”, se preguntaba Eloy Serrano en “Estilo libre”, un cuento que narra la triste hazaña de Moussambani y que ganó el premio Idioma y Deporte. “Si llego a ser bueno, la gente no se fijará en mí”, dijo antes de prepararse para las Olimpiadas de Atenas. Y nunca fue. ~
, un nadador de estilo libre de Guinea Ecuatorial, perdió en las Olimpiadas de Sydney 2000 en una carrera de cien metros en la que nadó sin ningún competidor. Había llegado hasta allí luego de haber ganado una competencia en su país y por uno de esos cupos de caridad que el comité olímpico internacional reserva para deportistas de países pobres. En esa competencia contra sí mismo, el único mérito de Moussambani fue no ahogarse hasta llegar a la meta. En su país no había más que dos piscinas, y nunca había nadado cien metros continuos. En Sydney su marca fue de un minuto con 52 segundos, el peor registro de natación en la historia de las olimpiadas, treinta segundos más que la marca de Arnold Guttmann para la misma distancia en las Olimpiadas de Atenas, pero las del siglo XIX. De inmediato tuvo un club de fans por internet, modeló enterizos de piel de tiburón diseñados para nadadores más veloces y en una subasta alguien pagó más de 2,500 dólares por sus gafas acuáticas. Luego se mudó a España, donde se consiguió un entrenador y logró rebajar a un minuto su marca en los cien metros libres. Cuatro años más tarde, Moussambani no pudo ir a las Olimpiadas de Atenas porque las autoridades de su país habían extraviado la fotografía de su pasaporte y no lo inscribieron a tiempo. “Ha sido lo peor que me ha pasado en estos años. Me han dejado tirado. Siento que me han engañado”, declaró. Ambicioso en la derrota, ha amenazado con estar en las próximas Olimpiadas de Pekín.
Cuando Eric Moussambani aterrizó en Australia en el año 2000, fue a contemplar la piscina en la que iba a competir. Hasta llegar a las olimpiadas, nunca había visto una pileta de cincuenta metros como el Aquatic Centre de Sydney. Tenía veintidós años y era la primera vez que salía de su país. “No puedo”, le suplicó a su entrenador al ver la distancia entre el principio y el fin. La leyenda decía que apenas había aprendido a nadar meses antes en las aguas de un río infestado de cocodrilos, que de lunes a viernes se entrenaba en una piscina de veinte metros de un lujoso hotel de la capital del país africano y que los fines de semana le quedaba el río donde se jugaba la vida. Pero en Sydney la suerte iba a estar de su lado. Según un sorteo, en las eliminatorias Eric Moussambani debía competir contra Farkhod Oripov, de Tayikistán, y Karim Bare, de Nigeria, quienes habían llegado a las olimpiadas por el mismo cupo de caridad. Sus pobres tiempos de competencia les auguraban a los tres el destino de ser sólo turistas en Sydney. Estaban muy nerviosos. A Bare y Oripov les tocaban las calles tres y cuatro de la piscina olímpica por el registro de sus marcas. A Moussambani le correspondía la calle cinco: su tiempo era el peor de todos. Bare, Oripov y Moussambani subieron a la plataforma de partida y los dos primeros se lanzaron dos veces en falso, quién sabe si para evitarse la vergüenza de un mayor fracaso. Al ser descalificados por la doble falta –en eso consistía su victoria–, Moussambani se quedó solo ante la piscina (y los más de quince mil espectadores). El reglamento le exigía nadar contra sí mismo.



Ese mismo año, el 2000, la señora Zoe Koplowitz llegó a la meta del maratón de Nueva York unas 33 horas después de su partida y se convirtió en la corredora de fondo más lenta del mundo. En las últimas diez millas de su marcha, conmovidos por su voluntad y esfuerzo, los policías se acercaron para protegerla y los restaurantes abrieron sus puertas en medio de la noche para que pudiera comer algo o se detuviera a descansar. Koplowitz tiene esclerosis múltiple, una enfermedad degenerativa del sistema nervioso, y una diabetes que cuando compite en un maratón la obliga cada dos millas a medir el azúcar de su sangre. En verdad no corre los maratones: los camina en muletas. Koplowitz, una estadounidense que en 2007 cumplió veinte años compitiendo en el maratón de Nueva York, no sólo los ha perdido todos sino que se ha asegurado de llegar siempre última. En un mundo que premia a los primeros, ella ha hecho de la palabra “último” una vanidad. Koplowitz es autora de The Winning Spirit: Life Lessons Learned In Last Place y trabaja como supervisora de una agencia de empleos. Después de cada carrera, pierde durante casi un día la movilidad de sus manos por haber sostenido las muletas durante tanto tiempo. Lo suyo también es una competencia contra sí misma. Después de dos décadas de ser siempre la última, insiste en llegar hasta la meta para demostrarse que aún puede.
Zoe Koplowitz empezó a sentirse torpe y a cojear cuando tenía veinticinco años. Era la esclerosis muscular, y desde entonces decidió vivir sin tensiones ni ejercicios. Un día frío de 1988, en su oficina de Nueva York, se atragantó con una pastilla de vitamina c y estuvo a punto de morir. Un compañero de trabajo le hizo un masaje de reanimación cardiopulmonar y la regresó a la vida. Cuando volvió de esa experiencia con la muerte, Koplowitz sintió un extraño y feroz deseo de correr un maratón. “Decidí hacer algo muy extremo y que eso me demandara toda la fuerza que poseía y me exigiera aún más.” Cuando lo decidió, Koplowitz era una mujer que apenas podía andar unos metros sin perder el aliento. Todos creyeron que había enloquecido. Empezó su entrenamiento con Dick Traum, un hombre que había perdido una pierna en un accidente automovilístico. Traum le propuso jugar Pinball para mejorar su coordinación manual, tomar clases de danzas afrobrasileñas para aprender a moverse mejor y trabajar sus bíceps como una físicoculturista. Su primera carrera de práctica fueron cinco kilómetros en Central Park. El trabajo de Koplowitz era sobrepasar aquel punto en la vida en el que uno se rinde y se abandona.



En Sydney 2000, cuando Moussambani nadaba por allí, Marion Jones se convirtió en la corredora más veloz del universo. Se fue de Australia con tres medallas de oro. Al día siguiente de una de sus competencias, el diario El País publicó una fotografía que la exhibía en el instante en que estaba a punto de atravesar la meta. En la foto, erguida en su potencia y velocidad, había más de un metro de distancia entre Jones y sus perseguidoras. Eso, entre los atletas de alta competición y distancias cortas, es un abismo. Debajo de esa imagen de inalcanzable, El País tituló: “Jones hace de los 200 metros un trámite.” Y en la línea siguiente, remató: “Gana con tanta autoridad que le ha restado emoción a las carreras.” Hace unos días, siete años después de aquella fotografía victoriosa, El País publicó otra en la que Jones aparecía llorosa a la salida de un juzgado. Debajo de ella, tituló: “Marion Jones, seis meses de cárcel.” La atleta ganaba sus carreras no sólo debido a sus genes, técnica y entrenamiento sino, sobre todo, porque consumía anabolizantes. Tras años de negarlo, y con un récord de dos ex esposos atletas descalificados también por actos de dopaje –el segundo de ellos Tim Montgomery, el hombre más veloz del mundo–, Jones acabó admitiéndolo a sus familiares y luego ante los jueces. Irá a prisión por mentir a los investigadores sobre su dopaje y por un caso de estafa.
Marion Jones no es sólo un caso para policías en zapatillas. Quien se dopa niega en el fondo los límites de su propia capacidad, una actitud contra la que se ha rebelado Zoe Koplowitz. “El doping es una expresión consecuente de aquella ideología del deporte que sólo celebra en él la voluntad de poder pero no la experiencia de su superación”, dice Daniel Innerarity. “En ella aparece el cuerpo únicamente como instrumento de la victoria.” Los últimos ganadores del deporte no están en los estadios sino en los laboratorios: mientras una mafia de químicos gana dinero creando drogas milagrosas para que los atletas venzan sus límites, otro cuerpo de detectives alquimistas se dedican a buscar modos de detectar estas trampas. La ambición por la victoria y el desgaste físico de los deportes de elite acabaron en la búsqueda de ayudas extradeportivas. A pesar de que Jones se había declarado culpable, el juez la condenó no sólo a ir a la cárcel sino a devolver sus medallas y a borrar sus marcas de la historia. La sentencia fue un megáfono a los atletas de elite que han olvidado los valores de trabajo duro, dedicación y espíritu deportivo. Oscar Tusquets cree que, a medida que se ha ido abandonando el amateurismo, los deportes de alta competencia ya no responden a los ideales olímpicos: ni son saludables ni crean camaradería ni unen a los pueblos. “La reglamentación va siempre detrás de la imaginación y la picaresca –advierte–. Cada año deben añadirse nuevos productos a la lista de los ya prohibidos, y análisis más complejos y frecuentes.” Orinar se ha vuelto el principio del fin de la competencia deportiva –más allá del antidoping a Maradona. Cuando aún no se silenciaban los ecos del dopaje sobre ruedas en los ciclistas del Tour de Francia, Marion Jones, un icono de velocidad en la prueba reina del atletismo mundial, es un clásico instantáneo en la ciencia ficción del deportista ejemplar.



Más que al mundo del deporte amateur, Eric Moussambani y Zoe Koplowitz pertenecen al del azar y la autoayuda. Koplowitz suele usar sombras púrpuras sobre sus párpados, que combinan con sus muletas también púrpuras. Cuando le preguntaron por qué, ella respondió: “Es un color de poder.” Narrar la tragedia de Koplowitz exige un esfuerzo sobrehumano para evitar el tonito rosa de la autoayuda. La comedia de Moussambani, en cambio, exige un amarillismo de pop art y precauciones para no caer en la debilidad por lo freak del circo. A pesar de que es lo que menos desean, sobra compasión para ambos. Moussambani y Koplowitz son las dos caras de la misma moneda del perdedor perfecto. Han inaugurado un carisma por la derrota: en su ambición de perder una competencia deportiva, confirman que las victorias son de vez en cuando un espectáculo aburrido y previsible, y que las derrotas pueden ser un espectáculo azaroso y fascinante. “El interés por lo incierto es algo que comparten el deportista y el espectador. Ambos quieren llegar a un punto en el que a los ojos de todos pasa algo incalculable –dice Daniel Innerarity–. El deporte es así una organización regulada para convertirse en una escenificación de irregularidades.” Moussambani y Koplowitz son de algún modo una celebración del atraso, pero también del esfuerzo y la suerte determinantes en contra de esa ideología de la victoria, tan cara a los laboratorios químicos de alta competencia. ¿Cuál es el encanto de los perdedores? En Del inconveniente de haber nacido, Cioran, ese filósofo que convirtió el pesimismo en una estética y el pensamiento en un irónico lamento, sentenció: “Una sola cosa importa: aprender a ser perdedor.” Perder es fácil, pero perder como Moussambani y Klopowitz no. Las pruebas abundan por todas partes, invisibles por su normalidad y ultrafrecuencia.
En su primer maratón de Nueva York, Zoe Koplowitz hizo una marca de diecinueve horas con 57 minutos, y desde entonces no ha podido superar ese tiempo. Le ayudaba tener cuarenta años y no estar aún enferma de diabetes. Antes de la carrera, Koplowitz pensaba que llegar a la meta le tomaría sólo unas doce horas. “Creía que sólo tenía que avanzar, avanzar y avanzar hasta llegar. Nunca pensé que tuviera que detenerme para ir al baño o comer algo.” Para Daniel Innerarity, lo normal pero también lo fascinante del deporte profesional es que, a pesar de su disciplina en el entrenamiento, hay actos que no se pueden controlar sino que sólo acontecen. “La forma física, el entrenamiento y la táctica –dice Innerarity– son presupuestos para que en el momento de la verdad el cuerpo haga algo que sobrepasa lo que puede hacer. Por eso hay varias posibilidades. Por eso el resultado final es azaroso, por eso es aburrida la superioridad manifiesta, por eso es legítimo apelar a la suerte.” En el deporte, el futuro tiene mucho de expectativa pero sobre todo de sorpresa. “Hay una necesidad de encontrar un responsable del azar y creo que por desconocimiento del juego se le termina asignando al entrenador”, dijo Jorge Valdano. En su segundo maratón, muy avanzada la noche y a su paso por Harlem, alguien detuvo a Zoe Koplowitz con una arma. No pudo mejorar su récord. En su peor pesadilla, Moussambani jamás imaginaría que iba a competir solo. Las falsas partidas de sus rivales lo convertirían en una estrella fugaz del infortunio.
Cuando llegó a la meta, Eric Moussambani, como casi todos, no sabía bien qué decir. “Los últimos quince metros han sido muy difíciles.” Solemos sonreír con esas preguntas que los periodistas hacen a los deportistas al acabar una competencia, ese instante idiota en que se le pregunta al ganador cómo lo hizo. “Realmente no saben lo que les ha pasado –dice Innerarity intentando explicar lo inexplicable–. Esa ignorancia es el núcleo del éxito deportivo. Los deportistas se entrenan para una acción que, en última instancia, no saben cómo se hace. Se entrenan para el azar de su victoria.” Un triunfo se puede deber a un buen entrenamiento, pero a este rendimiento se le añade siempre una condición inesperada. “En ese elemento casual del éxito y el fracaso deportivo se pone de manifiesto un profundo parecido entre las intenciones de los que ven deporte y las de quienes lo practican.” César Vallejo recordaba que la mayoría de la gente gustaba ver deporte pero no practicarlo. “Existen millones de espectadores en los estadios y apenas unos cuantos jugadores. La mayoría ama el deporte cerebralmente, cuando no literariamente”, escribió. Luego profetizaba: “Un día desaparecerá el campeón para dar lugar al hombre en estado deportivo. El deporte no debe ser el arte de unos cuantos, sino una actitud tácita y universal de todos.” A Zoe Koplowitz le preocupa que la gente sepa que el éxito no siempre consiste en ganar.
Al terminar uno de sus maratones, Koplowitz tenía lágrimas en los ojos por el excesivo esfuerzo. Los periodistas se quedaron en silencio y ella les dijo: “El dolor dura un par de días, pero el orgullo es para siempre.” Innerarity recuerda que en esencia un deportista es alguien que de manera pública y virtuosa intenta hacer algo que no puede. Según él, el deporte no sería otra cosa que la celebración de esa incapacidad. “Me he convertido en un símbolo de resistencia –dice Koplowitz–. Gran parte de la vida consiste en poner un pie delante del otro para ir adonde tengas que ir. Eso hago.” Innerarity no cree cierto que acudamos al deporte para escapar de la vida real: “Lo que buscamos es vida en estado puro, invadidos por la sospecha de que hay demasiada trampa en la que vivimos.” Por esas paradojas, en su libro Elogio de la belleza atlética, Hans Ulrich Gumbrecht recuerda que una de las cosas que provocan más admiración y amor de los espectadores es cuando ven a un luchador confrontarse con la muerte. Desde su atragantamiento con esa pastilla de vitamina c, Zoe Koplowitz volvió a la vida con ganas de declararse la guerra.



Eric Moussambani se lanzó a la piscina como pez fuera del agua y, a pesar de todo, fue un intruso ovacionado desde su partida. En Youtube hay un video de la carrera, el más visto de todos, en que unos comentaristas de la televisión francesa se burlan a carcajadas de su estilo mientras lo ven avanzar a duras penas los primeros cincuenta metros. A su regreso, en su ruta para completar los cien, la cámara acuática lo exhibe en sus braceos, a veces en forma circular como nadan los perros, y con una desesperación por conservar su cabeza afuera. Después de haberle dedicado una que otra silbatina, el público se levantó para aplaudir de pie su voluntad de llegar a la meta. No era la voluntad de un atleta olímpico sino la de un sobreviviente. Más que un nadador, Moussambani parecía un náufrago. Esa ovación fue un reconocimiento al esfuerzo de un espontáneo que había nadado casi sin saber hacerlo, los aplausos que se regalan a un niño en una tina intentando mantenerse a flote a pesar de su torpeza submarina. “Ha sido muy duro, pero lo he conseguido gracias al increíble apoyo del público, al que envío besos”, declaró al final de su exhibición como nadador a la deriva.
Cuando abandonó la piscina, Eric Moussambani ya era una estrella pop. Un día después de su hazaña, cambió su anticuado bañador celeste playero por un traje de baño de piel de tiburón. En una guerra casi instantánea entre firmas comerciales que peleaban por patrocinarlo, la marca de ropa deportiva Speedo se lo regaló. “Ahora me siento realmente rápido”, dijo. Luego denunciaría que Speedo lo engañó: le habían prometido, según él, entrenar en Florida pero al final nadie de esa compañía lo buscó. El Daily Mirror de Inglaterra le concedió una medalla de oro en nombre de todos sus lectores. Moussambani se convirtió en un fenómeno oscilante entre la admiración por un sobreviviente y el carisma de un derrotado. Había una fiebre por ofrecerle todo. Conmocionado por la curiosidad y el asedio que había despertado, se le ocurrió crear su propia página web y ponerla en venta a un precio de cincuenta millones de dólares más la construcción de una piscina olímpica en Malabo, la capital de Guinea. Nadie le hizo caso, al parecer. En una entrevista, Eric Moussambani dijo haber sido humillado en un programa de la televisión alemana, donde lo pusieron a competir con una anciana ex campeona de natación que iba camino a los noventa años. Su historia siguiente era previsible. Si no fue un ganador en la natación ni en el resto de su vida, al menos hizo ganar a otros con su historia. “¿Hay algo menos profesional que un nadador que no sabe nadar?”, se preguntaba Eloy Serrano en “Estilo libre”, un cuento que narra la triste hazaña de Moussambani y que ganó el premio Idioma y Deporte. “Si llego a ser bueno, la gente no se fijará en mí”, dijo antes de prepararse para las Olimpiadas de Atenas. Y nunca fue. ~

viernes, 15 de febrero de 2008

A PROPOSITO DEL AMOR

“El amor auténtico se encuentra siempre hecho. En este amor un ser queda adscrito de una vez para siempre y del todo a otro ser. Es el amor que empieza con el amor.” José Ortega y Gaset
Carlos Rivera

Hoy 14 de febrero, you tube amaneció con un corazón alrededor de la letra tube y Google lleva por esta fecha en vez de tres letras que le faltan a su logotipo, una pareja de ancianos caminado alegres: Él, con un bastón en la mano, ella con dos globos en forma de corazones.
De por si el día evoca todo lo que uno desee -y ansíe-: cursilería, emoción, tristeza, pasión, desencanto. Por eso hoy muchos miraran la luna ( que es horrible por cierto en cualquiera de sus manifestaciones), recordaran viejas melodías o nuevo hits , según la edad; compraran rosas, tarjetas, ensayaran sorpresas a la novia o enamorada, se rociaran el mejor perfume, se lavaran los dientes, suspirarán mas hondo; caminaran como flotando.

Los cosquilleos en el estomago serán mas seguidos. Hoy los enamorados transitaran con la sonrisa librada, con los ojos, brillosos, tratando de aspirar lo más que se pueda y retener ese día para que sea infinito y memorable. Claro que para muchos este es un ritual que se hace según parejas del momento. El amor es eterno mientras dure decía el excéntrico Wilde y es cierto la reconstrucción de este sentimiento en otras vidas o seres es casi una ley natural. Pero el amor, pues resulta lo mas complejo que puede haber, nadie ha logrado descifrarlo, es tanto a si como el universo femenino, lleno de misterios recovecos y entuertos que los hombres no entienden o lo comprenden poco. En su vano intento la ciencia y algunas de sus hijos (psicólogos y médicos deprimidos) han pretendido atribuirle la patología propia de una enfermedad que repercute en un deficiente desenvolvimiento de las funciones fisiológicas, esto claro en desmedro -según ellos- de cumplir los objetivos en la vida. Cuando este, es el gran combustible para seguir creando, inventando y viviendo

A lo largo de la historia han brotado miles y miles de bellas historias de amor: desde el apasionado y delirante amor de Romeo y Julieta hasta las mas locas historias con huida y todo, Por que hay amores obsesivos, tiernos, sublimes, entrañables y locos. Casi nadie ha escapado de este sentimiento, ni los sabios como Freud, Nietzsche Bethoven, Sthephen Hawking ni escritores como de la talla de Borges, Vallejo, o filósofos tan diestros en el oficio como Sartre y Simon de Beauvoir que construyeron un amor de intereses intelectuales y de complacencia hacia sus libertades individuales( el asunto venia con sacadas de vuelta por cierto)
“Éramos de la misma especie, y nuestra unión duraría tanto como nosotros”, decía el Castor acerca de su relación con el padre del existencialismo.

Cada quien cree que su historia es la mejor del mundo. Cree que nadie ha sufrido como el (ella), sienten que nadie más en el mundo podrá amar como el (ella). Y cuando el ser amado se va, se aleja, volviéndose fantasma y solo vive de los ecos que le remite su ausencia, entonces solo el tiempo y la fortaleza personal lo ayudaran a salir de ese trance que ya toma otro nombre. Sí, el desamor.

El amor a Dios no es igual que el amor fraternal o el de parejas, cada uno de ellos tienen sus particularidades, su propia dinámica por así decirlo.

Amar a dios es la expresión sublime, honda, espiritual y totalizante de una fe y un misterio, hacia algo que es tan grande que ni siquiera podemos verlo y andamos –con fe- en su búsqueda que es un sendero de paz y sosiego que ningún ser humano puede brindar.
El amor fraternal es propio de lazos genéticos que por su naturaleza misma brota. El amor de padres, hijos y hermanos viene con esperanzas, deseos de bienestar, de lucha común generacional, la ternura es mas explicita y espontánea, no necesitan demasiadas construcciones o proyecciones.

El otro amor, el de pareja, viene cargado de pasión, de roces y caricias, de encontrar un rumbo de coincidencias con el otro ser. Se proyecta en cada momento, en el diario descubrir de las bondades o defectos del otro. Se ama y también se necesita. Los labios y la piel son los conectores de todas esas cargas de emociones y pasioenes.

Hoy con los avances de la ciencia y los romances vía Messenger la cosa se ha vuelto de menos tramite, todos desean alcanzar la “felicidad” ya no él otro, sino en “cualquiera” y la proyección de sus sentimientos a veces viene cargado de intereses (económicos y de otra índole) subalternos que nunca le hicieron bien al amor (al autentico). El amor se ha vuelto digital y de papel. Sus manifestaciones son como de plastilina.
Pero aun hay rezagos de bellas historias, amores que sobreviven al tirano tiempo. Aun hay locos que corren tras su doncella. Aun hay tipos que regalan flores o dan serenatas y dicen poemas o muchachitos que con el spray pintan corazones gigantes en las paredes o blogers que cuelgan un video declaratorio en el you tube. Mientras existan legionarios de los sentimientos, corsarios de la vida y de sus pasiones, enfrentando con valentía los sortilegios del amor y su posterior mutación tal vez el de una era de amor mental y cibernético. Eso serán otros tiempos. Feliz día del amor y la amistad

miércoles, 13 de febrero de 2008

COTIDIANIDADES DE LA CHOLEDAD Y OTROS ASUNTOS

CARLOS RIVERA

Estoy en el diario El Pueblo, son las seis y media de la tarde y veo un señor que ojea el archivo de diarios que son para consulta de los visitantes. El mencionado quiere leerlo todo y se demora más de la cuenta que considero ya excedió un tiempo prudencial, ya que asimismo hay muchos que ansían consultar el archivo. Me dirijo a él y lo saludo cortésmente le digo que deseo - al igual que otros- examinar los diarios. Voltea y me mira como lo peor, refunfuña palabras que cree no las distingo: “serrano de mierda., estos han malogrado nuestra tierra..” le replico que no le estoy faltando el respeto, solo que considero que mas de media hora no es respetuoso para los personas que esperan detrás de mi. El tipo ahora me vuelve a decir cosas como “puneño( lo cual no creo que sea insulto) y “cholito de mierda que te habrás creído que tu vas estar por encima mío”. Y usted quien se cree señor - respondo algo molesto, y me dice todo galante y orgulloso: “yo soy arequipeño pe carajo…”
Siento lastima por el tipo: de unos sesenta años, mal vestido y con todo un resentimiento olímpico, yo estoy con un libro bajo el brazo y con ciertos modales para tratarlo.
Entiendo que no soy un Brad Pit, que no tengo un Ferrari, que no me apellido Montes de Oca o Tudela que se yo, pero estoy seguro que así como el señor que menciono existen miles (por no decir millones de peruanos) que trasladan –ante la miseria cultural, social , política y económica- toda su emoción a denigrar al otro con la consigna de la superioridad o de esas estúpidas costumbres o manías de mirar el color, los rasgos (el fenotipo) para valorar a otro ciudadano. Me recuerda a cierta vez que vi una escena de exclusión y racismo en una discoteca de la ciudad a la cual no dejaban entrar negros ni cholos con el clásico “nos reservamos el derecho de admisión” pero curiosamente en la discoteca sonaba James Brown: un negro que canta maravillosamente ¡eureka! los racistas arios y blanquiñosos danzaban, una música cantada por un negro.
El siempre sensiblero y melancolico poeta y sociologo Abelardo Sanchez Leon se volvió excluyente al escribir sobre una situacion personal (lease su articulo los hijos del desborde popular ) y volverlo un diagnostico de lo que somos los peruanos. Los que apostamos por la choledad como vehiculo identitario sentimos que estamos en la necesidad de argumentar al respecto . Como escritor y poeta que es , se ve que su texto carece de ritmo, en su lugar hay rabieta, hay delirio, hasta un poco de racismo. Pero yo recuerdo muy bien que hace años leí de Balo un articulo en la revista SOMOS sobre los peruanos en Argentina y el mundo que habian creado en la tierra de Maradona a punto de sudor y lagrimas hasta ensalzó esa horrible musica de Tongo y su hit Sufre peruano, sufre ¿entonces que pasó con Balo? ¿Por que su cambio repentino? , ¿por que su ira hacia lo que el denomina los hijos del desborde?, ¿por que la metamorfosis?
Ensayo una respuesta : antes la choledad era solo una movida o retazos de la cotidianidad cumbiambera, era solo una posible fuerza economica y la comida novoandina era solo exotismo. Pero ahora que dejan de ser individuos y pasan a ser grupos sociales, culturales y con poder economico la cosa cambia y Balito en su rabieta (su resentimiento) prejuicioso le achaca a los cholos todos los males nacionales. Detesta que sean grupo , detesta que de los los libros o las estadisticas pasen a ser ahora posibilidad o realidad. Por que una cosa es bien clara; de los males nacionales somos culpables todos pero responsbales nuestra clase dirigente, por que la huachaferia, la desorganizacion, el cortoplacismo , la suciedad, el desorden, el caos y malos gustos, lo llevamos casi todos los peruanos como huella genetica. Desde los ciudadanos de Asia que construyen sus casas de playa olvidandose que el resto ( el Perú) existe. Recordemos como bailó Tudela, quienes defendieron las huachaferias del fujimorismo: la Confiep y la gentitita bien que hizo buenos negocios con el regimen. Si analizaramos al pais y a nuestra sociedad desde nuestros complejos personales, traumas o conflictos todos seriamos lo peor, todos serian los culpables y nadie asumiría su rol social para cambiar la situacion. Claro que me gustan los cholos –diría tal vez Balo- pero de lejitos nomas , y que no vayan por Miraflores
SANTIAGO RONCAGLIOLO: LA MAESTRIA DE LA SENCILLEZ
Este joven escritor peruano tiene la buena costumbre de escribir bien, de hilvanar las historias de amanera coloquial. No construye las historias deja que ellas se hagan solas y no por que sus escritos carezcan de técnica narrativa sino que su estilo roza lo natural, lo verdadero , lo real. No es un ingeniero de la técnica como Mario Vargas Llosa, su arte y estilo radica en la sencillez, y en ello es un maestro.

¿PERO QUE TIENE QUE VER RONCAGLIOLO CON LA CHOLEDAD?

Dos de sus libros Abril rojo y La cuarta espada son un claro ejemplo de cómo el autor se revela como un fabulador discreto -discretísimo- frente a los escenarios y personajes que describe. Abril rojo es una mirada novelada de lo que fue el Perú en épocas de terrorismo, donde los miedos rondaban por doquier. Pero Roncagliolo alejado de la sentencia que hay al respecto del escritor comprometido no toma partido mientras relata la historia del fiscal Felix Chacaltana en su periplo por averiguar extraños crímenes que sucedieron en Ayacucho. Esto permite al lector ver tal cual una ficción como si tuviéramos una cámara de video y ser testigo principal de cada escena. La novela tiene drama, emoción es intensa fuerte y el desenlace es algo espeluznante. Contiene los elementos de un triller policial ambientado en una realidad la cual todos conocemos y vivimos pero que cada uno de los peruanos ha optado al respecto por un bando. Y son esas miradas sesgadas, partidarias, ideologizadas que no permiten que alcancemos eso que andamos buscando desde hace varios años: la reconciliación nacional.

La cuarta espada más bien es un relato a manera de crónica y reportaje husmea la infancia, los años mozos de Abimael, sus estudios primigenios los primeros resentimientos, la creación de su organización. Matiza la investigación con diálogos con los condenados por terrorismo. También en este libro de Roncagliolo no busca tomar partido, mas bien juega un poco con estos estigmas políticos e ideológicos que acostumbramos a decirnos entre nosotros (izquierda y derecha) El libro es un documento periodístico que se deja leer con soltura, sencillez y calidad estilística, sin las pretensiones de una tesis o un novela política. Hay un pasaje del libro a manera de confesión ( de lo cual se evidencia una auto reflexión del escritor) en un par de hojas relata sus vivencias en un playa de Asia e intenta conversar con ellos acerca del Perú, describe sus gestos excluyentes, su particular mirada sobre la realidad , luego siente que debe gritarles algo, tal vez burgueses o algo así y finalmente reflexiona y dibuja un escenario de posibilidad frente a esa actitud de resentimiento que le empieza a nacer y afirma que esta en una edad mas joven, y en el momento preciso podría servir como caldo de cultivo para levantarse u optar por un camino distinto al de su destino.

Estos dos libros de este buen escritor apuntan a leer el país desde un plano literario y periodístico, es una manera de enfrentarnos con esos traumas, dolores sin que el escritor nos obligue a simpatizar por alguna causa o idea, podríamos decir que Santiago Roncagliolo es un escritor comprometido, pero con la realidad literatura, con el buen oficio de narrar los hechos tal cual los ve e imagina

Siempre me ha causado una peculiar impresión la frase de Abimael Guzmán de declararse la cuarta espada del marxismo, y este libro de Roncagliolo me ha permitido recordar y ensayar algún mínimo comentario al respecto.

La frase ( la cuarta espada del marxismo) tiene mucho de locura como de genialidad y quizás por el contexto en que lo dijo - o empleo- Abimael para que su causa -al fin y al cabo política y se sobreentiende, ideológica- no carezca de un paradigma, es decir alimentó con un fraseario en la línea de los marxistas revolucionarios que aspiraban a un cambio radical de la sociedad pero recuérdese que el socialismo derivo en totalitarismo en casi todos los países que se implantó este sistema y se entendía que los libros era solo el alimento de la revolución pero que las armas se convertían en la fortaleza, el leiv motiv de su lucha.

Entonces si la lucha de Sendero ya estaba marcada por el destino de la guerrilla y Abimael entendió bien su papel de tótem, de dios de articulador de esas fuerzas humanas en un proyecto, pero para ello necesitaba engarzarlos, sintonizarlos en un pensamiento y acción, en una dinámica ideológica que todos crean, que todos sientan suya. Por que no olvidemos quienes eran parte de la cúpula de SL, quienes eran su cabecillas de la bases del interior del país. No eran ignorantes ni locos o ajenos a entender lo que era una organización política. Por que ¿como destruir ese “viejo estado”?. ¿Como iniciar una lucha armada en la cosecusión de su “Republica popular”?. Estos objetivos requerían de una utopía, de un fraseario que implícitamente era criminal y por momentos macabro pero con el explicito sentimiento que lo hacían por una causa justa de reivindicación, donde el hecho de seguir a la cuarta de espada del marxismo -aun a costa de inmolar sus vidas- después de Marx , Lenin., Mao resultaba un feliz epitafio para sus vidas. Si Mariategui decía meter toda la sangre en sus ideas Abimael como buen discípulo del Amauta no solo metió sangre sino que le agregó dinamita.