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viernes, 27 de enero de 2012

LA INSOPORTABLE GENIALIDAD DE SHELDON COOPER



Carlos Rivera

Mi primer héroe de ficciones científicas, fue el profesor Challenger, personaje creado por el escritor Ingles Arthur Conan Doyle. Me maravillaban sus razonamientos con una increíble sofisticación y pasión por el descubrimiento de las cosas. Luego, ya en los 80, en Volver al futuro, aparecía el profesor, Emmett L. Brown(Christopher Lloyd), un científico locuaz con un look eisteniano y amigo de Marty McFly (J. Michael Fox), típico joven norteamericano ochentero a quien envía en un auto De Lorean por fantásticos viajes en el tiempo

Sheldon Cooper consolida mi trilogía personal. De esto escribiré en las respectivas líneas.

A la gente normal y ordinaria le es difícil comprender las excentricidades de los genios. Algunos viven enclaustrados en sus laboratorios o experimentos y, otros sumergidos en sus teorías o cálculos sobre alguna rama de la ciencia, dedicándole su vida entera, sin las preocupaciones habituales a las que los mortales estamos acostumbrados.


Alguien con el protocolo tradicional enarbola sobre ellos, comunes frases como reclamarle humildad (entre más sabio es uno, más humilde debe ser, reza el apotegma que la cursilería ramplona repite en todas partes). A un tipo con inteligencia superior poco le interesan las comunes muestras de afecto social o reciprocidad entre pares, o sea, seres normales. Por ello son genios, sus conductas son atípicas y adolecen de interrelaciones como las vividas por todos. ¿Podemos pedirle a Hawking humildad si él está enfrascado en la interpretación de las complejidades físicas de universo? ¿ se le pudo exigir humildad a Newton mientras estudiaba la Ley de Gravitación Universal?


Si alguien se encontrara face to face con (si, ya se: es una ficción televisiva ) Sheldon Cooper (Jim Parsons) personaje de la genial comedia norteamericana The Big Ban Theory seria apabullado y reducido a una mínima partícula por la personalidad y sus razonamientos estrictamente físicos y sujetos a un esquema matemático. Fríos y ajenos al sentimentalismo sobre cualquier trivialidad que para muchos son importantes como las relaciones, el apareamiento sexual, los vicios sociales y la búsqueda de afecto. Ni siquiera sus amigos, dos de ellos doctorados en física (Leonard y Rajesh) uno Ingeniero por el MIT(Howard)son capaces de irrogarle complacencias y atenciones especiales, a pesar de compartir una especie de hermandad de nerds.

Sheldon sufre de síndrome de Asperger, trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad, hipocondría, alergia a las abejas y asma. Es extremadamente cuidadoso con su higiene, puede desde sus elucubraciones obsesivas (y eso si, nada científicas) decretar un estado de alerta en los ambientes de sus vivienda y tomar las más curiosas medidas.

Sheldon tiene un Coeficiente Intelectual (CI) de 180, terminó la universidad a los 10 años, además de una maestría y dos doctorados. Físico Teórico en el California Institute of Technology. Obtuvo su primer doctorado a los 15 años.

Amy Farrah Fowler es una de las dos mujeres que podría ser su media naranja, neurobióloga, de pocas relaciones de pareja. La primera vez que salió con Sheldon, quien estuvo acompañada por Penny, este pregunta a Amy por sus experiencias sexuales en medio de la mesa de un restaurante, ella repregunta si podía contarse las estimulaciones cerebrales producto de un experimento, Sheldon asintió, ¡entonces son 127¡ dijo dejando perpleja a la novia de Leonard.

Sheldon tiene cada segundo de su vida milimétricamente establecido. Su fisiología, su alimentación. Ninguno de sus actos escapa a un desorden, descree de la Ingeniería,( asume que esta es la hija menor de la física y por eso menosprecia a Howard).Nunca ha sentido aprecio por el trabajo de Leonard con quien vive y soporta las clausulas de un contrato de convivencia riguroso y excéntrico.

Se le ha visto cómodamente muy pocas veces en sus interelaciones personales. Una de ellas es con la mamá de Leonard,Beverly Hofstader, psiquiatra y neurocientífica insensible y pretenciosa a quien le explica que como entre ambos puede unirlos un sujeto tan ordinario como su hijo.

Su genialidad no es óbice para comportarse como un niño, ama las historietas, cree en la liga de la justicia, viste polos con las figuras de sus héroes favoritos, adora los videojuegos avanzados. Cuando se enferma le gustan que le canten mientras le frotan su pecho circularmente. En esa inexperiencia de rituales cotidianos donde hace uso de su lenguaje de argumentos, es triturado cuando alguien le habla en sarcasmo y entra en un profundo estado de mutis y toda su inteligencia no le sirve para interpretar el doble sentido.


Sheldon es un tipo insoportable, pero totalmente inofensivo, más allá de su ego e inteligencia provoca sonrisas a plenitud por sus ocurrencias.

domingo, 22 de enero de 2012

DESDE EL INFIERNO


Carlos Rivera




“La prisión es omnidiciplinaria. Allí el hombre tiene que trabajar, comer, dormir, educarse, estudiar, asearse, divertirse, amar, vivir íntegramente. Es continua, incesante, permanente, ininterrumpida, persistente, asidua, inacabable, inagotable, agobiante, exhaustiva, exprime, succiona, destripa sin prorrogas ni aplazamientos de ninguna naturaleza”.
Michael Focault




LOS SELLOS
Estoy en el penal de Socabaya, a unos metros de atravesar la primera puerta de control. Aún no entro y ya siento miedo. Quiero simular tranquilidad con mis gestos mecánicos de sonrisa, pero mi nerviosismo revela mi primera vez en el recinto. Me observan dos muchachos quienes hacen fila para visitar a los suyos. Solo llevo un taper de chicharrón entre mis manos. Paso. Formo la cola. A mis espaldas veo que detienen a un chico por tener zapatillas, y a un señor por llevar gaseosas de tres litros (la norma dice que no puedes entrar bebidas o líquidos por más de medio litro); no puedes ingresar con zapatos o zapatillas con hileras, o con ropa deportiva, ni tampoco celular o ir vestido conpletamente de negro. En esta otra cola piden mi DNI, el nombre del visitado. Tienes que hablar fuerte, gritar el delito del susodicho sin ninguna sutileza.

Esto transcurre en el patio frente a unos carros viejos y dos agentes sentados en una vieja mesa de madera. Te sellan la mano y puedes -recién- pasar a otra puerta e internarte y contemplar la infraestructura del penal. Alguna voz nos conmina a entrar de cinco en cinco; es una achoradita voz de una agente del INPE quien nos llama exigiendo otra vez el DNI, otro sello. ¡Maldita sea! Escriben con lapicero en tu brazo, te conducen a otro lugar. Crees que son los baños y, en realidad lo son, pero están ambientados (así suena un tanto utilitario el asunto) como lugar de escrutinio. Hay un agente, gesticula con sus brazos para que veas como debes disponerte para la exhaustiva revisión. Clava sus ojos en el taper con chicharrón. Ordena que lo abra, lo mira con sus ojos saltones; voltea las presas, las papas; remueve la ensalada. Pasa, me dice. Dios mío, hablaba. Pero, un momento ¿a dónde? ¿Cómo me guío en ese laberinto desconocido? Ahí ya te llevan, me dice señalándome a otro agente sentado en una pequeña mesa de fierro con un cuaderno y lapicero entres manos. Me ordena estirar el brazo derecho y me pinta un número con plumón grueso y también me sella. ¿Ahora?


EL LABERINTO
Me siento solo, desprotegido, hay una puerta de alambres trenzados separando el infierno de la zona de los agentes. Detrás de ellos hay varios presidiarios mirándome como presa inocente para sus embauques. En mi ingenuidad creo que el agente me conducirá hacia el pabellón indicado, pero no es así. Él, está sentado en una silla sin la más mínima preocupación por mis miedos. Pongo cara de incertidumbre, el agente no se inmuta y me dice que ellos – los voluntarios- me llevaran. Me abre la puerta y un muchacho de unos veinte años se ofrece para hacerme el tour. Miro hacia atrás y me embarga el desasosiego, quiero salir cuanto antes, quiero irme, quiero largarme de esa antesala de caras aputamadradas de los presidiarios ofreciéndome caramelos, agujas o alguna propina y todos con su “causa” para el mercadeo de sus productos. Algunos no tienen dientes, visten poleras grandes deportivas, gigantes para sus maltrechos cuerpos. El pasadizo parece infinito. Soy cautivo del miedo, la billetera instalada en mi bolsillo izquierdo se muestra tentadora; el muchacho aleja a los circunstanciales mercaderes. Me cuida, va conduciéndome. Porta un chaleco azul de entrenamiento. El chico no pasa de 20 años, tiene el rostro maltratado, muestra esa flacura propia de la miseria y la delincuencia.

Subimos unas escaleras, mi guía habla algo difícil de descifrar. Veo las paredes sucias, tipos paseando de un lado hacia otro; imagino a José María Arguedas y su novela El Sexto. Pero, acá todos son jóvenes, oscilan entre 18 o 25 años promedio, muchos todavía están sin sentencia pudriéndose en este infierno. Para qué sirve este sistema si de antemano el recluido -inocente o culpable- ya tiene la condena hacia una vida de podredumbre donde casi -siempre- les será imposible rehacer sus vidas o corregirse de sus delitos. No veo seres humanos, solo miro espectros, cuerpos tasajeados, pidiendo permiso a las sombras que se forman en las repugnantes paredes del recinto. No es que la vida en Socabaya no valga nada, es que sencillamente allí no existe algo que se le parezca

Mi guía grita el nombre y apellido de mi amigo, siento confianza cuando canturrea, pero nadie contesta. Es en el otro pabellón, dice. Lo sigo y asiento con la cabeza, sigue gritando, entramos a un salón o patio sin techos. La arquitectura presidiaría es digna de un estudio para su influencia en la conducta de los reclusos. Veo un cuarto grande con dos filas de un seudo pabellón. La división de cada “cuarto” de los hacinados está hecha por frazadas, en cada fila hay como 12 “celdas” cubiertas por las frazadas simulando ser paredes. Emerge mi amigo como si saliera de una carpa de camping y lo abrazo. El guía me pide una propina y gustoso se la doy. Entro a su “celda” compartida con un muchacho que en esos momentos está en el patio. El lugar es oscuro, frió, maldito y extremadamente pequeño. Oigo sentado desde la cama como transitan los demás reclusos. Aun siento turbación y trato de hablar fluidamente. Veo su comida a la cual le dicen “mejoramiento de rancho”: un puré mal batido, con una presa de carne, no colocada, sino arrojada como si el comensal fuera un perro de la calle alimentado solo por compromiso.

En el desayuno toman un mate con unos panes desabridos. El bendito mate contiene unas pastillas bautizada por los internos como “matapincho” para contener los impulsos sexuales. Le doy el chicharrón y lo recibe feliz, lo guarda en su mesa pero yo quiero verlo comer, a lo cual responde negativamente. Es la ley de la cárcel: compartir las meriendas y los obsequios tras la despedida de las visitas. Me cuenta que un día antes acuchillaron a un muchacho por ser un tanto huraño con la gente. Siento pena por mi amigo y de ese infierno que vive ahora. Está sin sentencia como muchos en este penal. El penal de Socabaya sufre de un exceso de reclusos, estuvo construido solo para albergar a 500, pero en la actualidad supera los mil.

LOS HOMBRES TAMBIEN LLORAN
Son las 4:30 p.m. Debo irme del lugar. Mi amigo va señalándome los pabellones, saludando a otros reclusos por cortesía cancelaría. Pregunto como va su proceso. Reza e invoca a Dios para poder salir. Veo muchos jóvenes a cada rato; en un rincón hay dos reclusos acuclillados leyendo la Biblia, me conduce por un patio donde unos presidiarios travestidos juegan un entretenido partido de vóley. Es la zona rosa. Contemplo también algunas celdas, voy avanzando y le ofrezco a mi amigo revistas, libros para traerle en mi próxima visita. No me pide nada. Bajamos unas gradas y advierto en sus ojos un cristalino afluente de lagrimas , siento pena, quiere llorar pero alguien pasa y lo saluda con la cabeza, entonces busca un rincón más oscuro para refugio de su tristeza. Se pierde en las fuerzas del abrazo que le doy con toda el alma. Llora como un niño. “Quiero salir, quiero acabar con esta pesadilla” susurra desesperadamente. Adentro no puede llorar: lo sindican como maricón y lo golpean. Tampoco puede estar con la sonrisa cachacienta a flor de labios, igual le meten bronca. Sigue llorando, prometo visitarlo la semana entrante. Contengo las lágrimas. Me lleva hasta la puerta, lo abrazo otra vez. Veo la luz, la libertad del cielo. Luego de unos kilómetros, lejos del penal, me embarga la rabia, el coraje. Hay una liquido amargo en mi estomago, mi boca esta seca, solo quiero gritar. Quiero maldecir al infierno por existir.

Publicado el 11 de abril del 2008 en el Semanario Vistaprevia

lunes, 16 de enero de 2012

LA DERECHA BRUTA Y ACHORADA VS LA IZQUIERDA CAVERNARIA



Carlos Rivera


La descripción bien realizada por Augusto Álvarez Rodrich sobre la Derecha Bruta y Achorada(DBA) y sus componendas, intereses haría suponer una izquierda solida e inteligente y moderna en sus más importantes expresiones. Pero, no. Si hay una derecha estilo chaveta y cuasignorante también esta tiene su contraparte, en la otra orilla, en una Izquierda Cavernaria (IC).
Los dos extremismos comparten bajezas, lenguaje simiesco, visión autoritaria y sobre todo ambas se creen la última Coca Cola del desierto.
Ser de derecha no es un delito, tampoco ser izquierdista, cada uno tendrá sus postulados ideológicos y los fundamentos que le otorguen sustento a su accionar. Lo parasitario es que ni la DBA y la IC buscan el bien común, no buscan el bienestar del país ambas piensan que solo ellos son el Perú.
Si la DBA adora a Pinochet por tratar exterminar a los mapuches chilenos y mató a los comunistas porque entorpecían el camino hacia el progreso, entonces la IC festeja y justifica las muertes por parte de Abimael Guzmán.
La DBA dice que el estado debe ser fuerte, pequeño y nada interventor, expresa detestar la burocracia, pero lo primero que hacen es pasar el tarjetazo para que sus familiares o recomendados se refugien en las direcciones o gerencias de importancia del MEF. La IC se mete al SUTEP , busca la gloria( el sueldo sindicalista que le permite cobrar por farfullar a nombre de la defensa de los maestros), adora el sector público y cuando llega ahí lo primero que hace es olvidarse de sus discursos proletarios y de entrega a los intereses del pueblo.
La DBA quiere como Martha Hildebrandt una bomba cholonica para matar a todos los indios que no entienden el desarrollo. La IC reduce todo debate político a las patadas, a los gritos ensordecedores, la bravata matonezca cuando no quieren ir a su protesta.
Si la DBA no lee, la IC tampoco, ambas repiten generalidades. La primera se lee de corrido los libros de David Fischman, adora las editoriales de El Comercio, colecciona los escritos de Aldo Mariátegui, santifica las cifras del INEI. La IC sigue con los libros de Mao, Lenin, rememora discurso de hace siglos. No lee los diarios capitalinos por que a todos acusa de ignorantes e insensibles al pueblo. Se ha aprendido todos los insultos con "ismos".
La DBA no votó por Fujimori en 1990, pero se volvió fujimorista y lo gozó e hizo negocios con él en sus dos periodos. Mutó en apoyó a Boloña, se acurrucó en Castañeda Lossio, halagó hasta el infinito a PPK y volvió a sus esencia apoyando a Keiko en las últimas elecciones del 2011. Pronosticó el apocalipsis durante un posible gobierno Ollantista (ni Orson Wells en sus mejores tiempos), ahora lo acicalan y hablan de la gran estabilidad peruana.
Si la DBA quiere que todo sea suyo y le importa el resto, la IC solo quiere incendiarlo. Estos dos extremismos le hacen tanto daño al Perú.

Entre Antauro Humala y Aldo Mariátegui lo único que los distancia es el apellido, los hermana la estupidez y el mutuo deseo de aniquilarse antes que debatir con altura y ecuanimidad.

jueves, 12 de enero de 2012

Y TODO POR UNA REFERENCIA


Carlos Rivera



En el Hospital Carlos Alberto Seguín Escobedo

-Señorita, mi familiar está operado y el doctor que lo atendió hoy, ha recomendado que saque una cita dentro de tres días para limpiarle la herida.
-Señor su familiar no registra referencia, así es que vaya al hospital que le corresponde (el Policlínico de Yahahuara) y tráigame una orden de referencia.


En el Policlínico de Yanahuara
-Señor, buenos días, me dicen que saque de aquí una orden de referencia para que a mi familiar puedan atenderlo y limpiarla la herida de la operación.
El señor conversa, mira a varios lados como si no existiera, me pide que le repita y se lo repito como vocalizando cuando le enseño el abecedario a mi sobrinito de tres años. Digita, acerca sus ojos a la pantalla de la PC, busca no se qué, toma su agua y después de 5 minutos me dice que no figura mi hermano ahí, dado que nunca se ha hecho una consulta.


-¿Qué hago? -Pregunto, casi suplicando ayuda.
-Vaya a la oficina de Atención del Asegurado, por la puerta de ingreso, ahí lo van ayudar.

En la Oficina de Atención del Asegurado
Al joven que atiende le explico el caso. Vuelve a pedirme el DNI y me dice que efectivamente mi familiar no registra referencia médica alguna (¿por qué diablos me repite lo mismo?).Hace unas llamadas, busca en la computadora algo, finalmente me dice que así me diera la cita con un traumatólogo (y esto lógicamente generaría una referencia) no podría hacerlo dado que todos las citas están cubiertas hasta el 17 de febrero. Le explico que el medico recomendó que dentro de 3 o 4 días debían limpiarle la herida y evitar infecciones, Pero alega que nada puede hacer.


Vaya al Hospital Carlos Alberto Seguín Escobedo y explíqueles el caso para que lo ayuden.


De vuelta en el hospital. En el modulo de atención le digo a la señorita toda mi perorata sobre el caso y me dice que tampoco puede hacer algo para ayudarme. ¡Se necesita la referencia!


-Señorita si a mi familiar no le limpian la herida de la operación se puede infectar como dijo el medico que lo atendió y en Yanahuara solo tienen citas hasta el 17 de febrero, tiempo en que ya se habrá infectado y pasado muchas cosas.


Ella no entiende, mira la pantalla de su PC y vuelve a sus quehaceres habituales. Compadecida un tanto, me dice que en ese hospital también hay una Oficina de Atención del Asegurado


Entro a la dichosa Oficina de Atención del Asegurado y una señora me atiende y le vuelvo a explicar todo.


-Lo siento señor, pero no podemos ayudarlo. Vaya al Policlínico de Yanahuara y converse con la señora…

miércoles, 11 de enero de 2012

LA SICOLOGÍA DEL CACHIVACHE




Carlos Rivera

He podido ver cómo una costumbre social e individual muy común, aquella de guardar cosas u objetos viejos, inservibles, en desuso; o pedazos de algunas herramientas, materiales, cajas de cartón que registran la añoranza por la compra de algún artefacto que en un tiempo pasado fue útil o nuevo. Además, esta peculiar costumbre no permite que se utilice mejor ese espacio. Encima, muchas veces deforma el paisaje visual, en especial cuando son amontonados en las azoteas. Como bien describía Julio Ramón Ribeyro en su cuento Por las azoteas:

“Las azoteas eran los recintos aéreos donde las personas mayores enviaban las cosas que no servían para nada: se encontraban allí sillas cojas, colchones despanzurrados, maceteros rajados, cocinas de carbón, muchos otros objetos que llevaban una vida purgativa, a medio camino entre el uso póstumo y el olvido. Entre todos estos trastos yo erraba omnipotente, ejerciendo la potestad que me fue negada en los bajos”.

La persona con esta típica psicología asume un cierto sentido de eternidad. Esta perennidad ficticia crea en el individuo una dimensión de utilidad a todos esos montones de cosas guardadas con celo especial a lo largo de los años, hasta a veces siglos. Desde luego que es imposible darle uso después a esas cosas, por distintas vicisitudes que una persona ocupa, como trabajar, la familia, escasos días de ocio; además, la constante modernización de cosas y el abaratamiento de las mismas para satisfacer cualquier necesidad obligan a desprenderse de dichos objetos.

Desde luego, no confundimos el afán ahorrativo y la disposición creativa de algunos, pero estos son muy pocos. Ahora bien, es también distinto al amor a los objetos o su conservación. Ello requiere una dinámica ordenada y una técnica de cuidado. El objeto pasa a ser cachivache cuando sus formas, colores, funciones y estructura ya casi no existen y, en el imposible imaginario de creer útil su conservación, hacemos más deprimente su honrosa desaparición o eliminación y como cualquier cosa en la vida, nace crece, y muere.

Esta conducta es a su vez una práctica que se extiende ya no solo por los hogares sino también por las instituciones públicas. Esto quiere decir que estamos ante una estructura de pensamiento establecido en nuestra psiquis como una tradición maléfica, con todas las aristas de su inutilidad.

La cantidad de cachivaches que guardan las municipalidades, gobiernos regionales y otras instituciones es impresionante: trozos de sillas, muebles antiguos, PC inservibles, cables, llantas viejas, alambres, de los cuales no se pueden deshacer por burocráticas documentaciones o por la simple mentalidad de ineficiencia por parte de la autoridad.

Nuestro cerebro también arrincona ideas o costumbres de pensamiento ya inservibles en estos tiempos. A pesar de que la realidad nos confronta y nos cachetea.


La mejor medicina contra la psicología del cachivache es pensar, tener un sistema de ideas , arroparnos de sentido común, abandonando con donaire cada una de las cosas –o ideas – que ya no sirven, o que sencillamente fueron sepultadas por otras, acorde con los tiempos y la evolución de las personas.

domingo, 8 de enero de 2012

LA NIÑA BOBA




Carlos Rivera

La niña lo miró con tristeza. Tenía unos libros entre manos, su carita mojada por la lluvia perdiéndose en el imperecedero manantial de sus lágrimas. La trabajada performance de su impostada inteligencia creyeron asegurarle la piedad del asesino. Este, quiso conmoverse ante esa fragilidad y esa mirada acongojada y de heroína. Ella volteo en señal de victoria ¡había triunfado su género! Caminó algunos metros y sonrió mojándose los labios mientras apretujaba los libros hacia su pecho. Pensó que el asesino huyó, pero este estaba ahí, esperando el mejor ángulo para dispararle a la muy boba.

lunes, 2 de enero de 2012

Debate entre politólogos. Un resumen para comprenderlo

PRIMERA PARTE


¿Fe en el político o en el politólogo?

Mirko Lauer

Publicado el 15 de diciembre en el diario La Republica

En todo momento hay entre nosotros dos debates paralelos dedicados a los asuntos públicos: el de los políticos mismos performando ante el público, y el de los politólogos, académico y especializado, sin mucha publicidad. A veces los dos mundos se traslapan, y ese es un buen momento para la marcha de las cosas; pero cuando se distancian demasiado empieza a surgir cierta confusión en los asuntos públicos.
En su mejor faceta los políticos emplean las reglas constitucionales y las leyes existentes para tratar de hacer avanzar las cosas. Los politólogos en cambio buscan cambiar las reglas de fondo para que la política sea más eficaz, lo cual en última instancia requiere que quienes ejercen el poder acepten esas propuestas.
¿Escuchan los políticos a los politólogos? A veces, pero no lo suficiente. Digamos que se escucha mucho más a los politólogos con capacidad de llegar a los medios. Fernando Tuesta, por ejemplo, es un buen comunicador con un tema atractivo, y así ha logrado cambios en importantes normas electorales. Lo ideal es cuando un politólogo llega al Congreso y logra actuar desde allí, como ha hecho Henry Pease.
¿Qué debaten los politólogos en estos días? El libro editado por Pease y Giofianni Peirano La democracia y sus instituciones en debate (PUCP, 2011) presenta un rico panorama de temas: lo electoral, lo partidario, el presidencialismo y la calidad de la democracia. Algunos temas están hoy en el debate público, otros no.
Se trata de propuestas de reforma. Unas pocas hacen cola, generalmente larga, en el Congreso. Otras todavía son planteamientos académicos apoyados en la razón o la experiencia. Así aparecieron realidades institucionales que hoy no parecen naturales. Pues, parafraseando a Lenin, sin teoría democrática no puede haber práctica democrática.
En efecto, buena parte de la solución a nuestros problemas prácticos está en la teoría política. ¿Cómo lograr un Congreso con menos bribones? ¿Cómo evitar que los presidentes regionales sean cuadrados por los artistas de la política en la calle? ¿Cómo restablecer una democracia de partidos políticos dignos de ese nombre?
Este tipo de asuntos en el fondo incomoda a muchos políticos, cuyo horizonte es lograr ser elegidos o reelegidos con las reglas que ya existen, es decir que ya conocen. Lo demás les puede llegar a parecer una pérdida de tiempo. Para ellos hay ocasiones en que un politólogo eficaz puede ser más subversivo que una columna guerrillera.
Pues el politólogo no solo predica reformas. También llama la atención (y este libro lo hace muy bien) sobre el difundido incumplimiento de las normas partidario-electorales de todo tipo que existen. Pero como los infractores son gobernantes de todo nivel, la voluntad de sancionar es casi inexistente.



SEGUNDA PARTE


Carta desde el fundo pando


19 de diciembre del 2011

Estimado Mirko:

En tu columna del jueves último, al comentar un interesante libro editado por Henry Pease y Giofianni Peirano, señalas que los politólogos hoy debatimos sobre cuáles reformas institucionales serían las mejores para nuestra débil democracia. Sin duda hay instituciones que son un poco mejores que otras, y ese libro contribuye a una discusión seria de estas opciones. Pero quiero comentarte que también estamos los politólogos que miramos de lejos estos debates y preferimos mantener el statu quo institucional salvo muy fuerte evidencia en contrario.

La razón principal para esta suerte de nihilismo politológico es que no tenemos muchas esperanzas sobre los efectos positivos de las reformas. A menudo la realidad hará a estas reglas irrelevantes. Pero también hemos visto que las nuevas normas pueden interactuar con el contexto político y tener resultados negativos inesperados.

Por ejemplo, uno de los temas más debatidos en nuestro país es cómo ciertas reformas podrían fortalecer a nuestros anémicos partidos políticos. El problema es que partidos sin recursos e incapaces de atraer militantes que puedan ganar elecciones no mejorarán con normas nuevas; simplemente se adaptarán para seguir haciendo lo que hacen para sobrevivir: vender sus candidaturas, buscar invitados competitivos electoralmente y cumplir con la ley en la forma pero no en el fondo. ¿Eliminar el voto preferencial, por ejemplo, no terminará haciendo que los partidos vendan a mayor precio los primeros números de sus listas congresales antes que mejorar la calidad de sus candidatos?

El problema, dirán otros, es que las normas no se cumplen. Si se fiscalizara en serio, entonces la ley vigente o las nuevas normas tendrían el efecto positivo deseado. Discrepo. Siguiendo con el ejemplo de los partidos, exigirles cumplir con una serie de requisitos para “hacerlos fuertes” es como hacer correr maratones a un enfermo. Si el JNE y la ONPE fiscalizaran de verdad, probablemente nos quedaríamos sin partidos inscritos.

Mauricio Zavaleta discute en un reciente artículo en Los Andes un caso que ilustra bien cómo la realidad traspasa cualquier norma. En el contexto de la elección regional en Puno, nos dice, Perú Posible actuó como un “buen” partido: realizó elecciones internas para elegir a sus candidatos entre sus militantes y su comité provincial decidió no postular invitados. El resultado fue desastroso. Apenas lograron candidatos en 9 de las 13 provincias de la región, y estos fueron apabullados.

Por ello es mejor no cambiar mucho las reglas para que los actores políticos se acostumbren a las existentes. Tantos cambios desde los 90, algunos motivados por interés político y otros por buena voluntad, no contribuyen a dar previsibilidad a las instituciones. También sugiero ser realistas y concentrar la fiscalización de las normas vigentes en aquellos aspectos más urgentes que contribuyan a reducir la entrada de candidatos impresentables o de dinero sucio a la política.

Eduardo Dargent

TERCERA PARTE

Estimado Mirko:

Respondo a la carta de Eduardo Dargent, uno de los más brillantes politólogos, profesor de la PUCP, a quien aprecio mucho, pero que creo que no escribe desde el Fundo Pando sino desde los EEUU, donde está culminando su doctorado. No puede por eso haber leído el lunes 19 de diciembre el libro que presentamos en Lima el miércoles 14, pues recién se ha distribuido y sus expresiones sobre éste son sólo un gesto amistoso a su viejo colega.

Tiene todo el derecho de opinar políticamente como minimalista, pero si hubiera leído el libro vería que comienza con un trabajo teórico-metodológico de Dieter Nohlen y luego los alumnos de nuestro doctorado analizan varias propuestas de reforma existentes, entre ellas de los profesores Tanaka, Tuesta y también mías dado que conmigo llevaron el seminario precedente.

Explican los problemas y sugieren salidas. Los dos ejemplos que pone Eduardo tienen respuestas en el libro, que en el primer caso reemplazan el voto preferencial por primarias abiertas organizadas directamente por la ONPE y esto elimina muchas fiscalizaciones inútiles, el segundo tema de Eduardo.

Eso vale especialmente para el ejemplo de Perú Posible en Puno y para evitar que la robaluz, el comeoro o la robacable lleguen al Congreso. En política, como en el mercado, solo la competencia produce calidad. Es una reforma puntual que reduce la fiscalización burocrática.

El libro tiene más análisis y debate que propuestas y contiene, por ejemplo, un interesante debate sobre la calidad de la democracia en América Latina. Creo que el politólogo analiza, compara, cuestiona. También puede proponer, pero sustentándolo.

El político decide y convence. Le conviene, por lo menos, saber del otro debate. Pero ambos somos politólogos y ciudadanos con vocación política y tenemos derecho a hablar desde ambas condiciones. Respeto todas las opiniones y en particular la de Eduardo pero se requiere leer el libro para opinar o damos una imagen distorsionada de lo que es algo que nos costó mucho trabajo a varios profesores. Supongo que Eduardo reacciona a tu artículo, pero este es inseparable de la presentación que hiciste como comentario tras leer el libro.

Un abrazo
Henry Pease

Estimado Henry:

Gracias por tu respuesta, creo que en efecto el debate es lo mejor que le puede pasar a la profesión en el país. Solo una precisión, no para aclarar tu estupenda carta que abre ese debate, sino para que lo sepas tú: mi comentario fue dirigido al tema de la columna de Mirko y no tanto al libro (del que efectivamente solo tengo las referencias que hacía Mirko, pues recién lo vi al llegar a Lima hace unos días). No fue mi intención que se leyera como una crítica al libro y debí ser más claro en señalar que hablaba del debate en general y no de la obra. Recibe un fuerte abrazo. En mayo estoy de vuelta en Lima con el doctorado en la mano.

Eduardo