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lunes, 18 de febrero de 2008

Un corto y bochornoso verano

Nelson Manrique. Tomado de Perú 21

Las encuestas de opinión publicadas esta semana muestran que, aunque el respaldo global de Alan García en Lima llega al 40%, en los sectores D y E recibe apenas el apoyo de la cuarta y la tercera parte de los encuestados, según la Universidad de Lima, mientras que según el Instituto de Opinión Pública de la Universidad Católica su respaldo en estos dos sectores, en promedio, llega apenas al 23%. Como Santiago Pedraglio ha anotado certeramente, las tendencias que se encuentran entre las capas más pobres de Lima son equiparables a las existentes en el sur del país, en el centro y en la Amazonía. Los pobres, en resumen, no quieren a García.
No es difícil comprender lo que sucede. García se ha erigido en el defensor de los intereses de los ricos, y así no se gana un concurso de popularidad, ni aquí, ni en ninguna parte del mundo. Como Alejandro Toledo descubrió en su momento, las medidas que ganan los aplausos de Wall Street no arrancan precisamente ovaciones de los pobres.
Es interesante observar las "reflexiones de una mañana de verano" que Alan García ofreciera ayer domingo en el patio del Palacio de Gobierno. Criticando el paro nacional que han convocado para hoy las organizaciones agrarias, ha dicho que las juntas de regantes "privatizan el agua que pertenece a los peruanos" y que solo pagan un centavo por metro cúbico de agua, mientras que en Estados Unidos se paga 78 centavos, por lo que el agua barata es un subsidio que el Estado da a los agricultores. No es una coincidencia que el paro haya sido convocado por la Junta Nacional de Usuarios de los Distritos de Riego del Perú (JNUDRP), con el respaldo de organizaciones campesinas y otros gremios del sector.
Hay que conocer algo el campo para saber del trabajo que hacen los regantes -por lo general sin apoyo del gobierno- para mantener en uso sistemas de riego que en muchos casos vienen desde la época prehispánica. Comparar la situación del campesinado peruano con la de los agricultores norteamericanos es una inconsciencia descomunal.
Estos tienen la agricultura más tecnificada del mundo y reciben anualmente subsidios directos por miles de millones de dólares de su gobierno, para exportar sus siempre crecientes excedentes agrícolas hacia países como el Perú. Aquí compiten con una producción que, en muchos casos, utiliza la misma tecnología que encontraron los españoles al llegar al Tahuantinsuyo.
García no ofrece ninguna alternativa a los problemas de los productores agrarios, ni al reclamo de que el TLC con Estados Unidos va a afectar a siete millones de campesinos peruanos. Aparentemente, los pobres debieran morir tratando de no incomodar a los inversionistas.

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