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jueves, 29 de septiembre de 2011

LA CHICA DE LA MOCHILA AZUL



Carlos Rivera
Jimena me había prometido festejar su cumpleaños. Mi departamento esperaba ansioso. La cama tibia, la sabana impecable, la torta. La habitación completamente perfumada y una botella de vino en mi mesita de noche, todo dispuesto para la celebración.
La llamé a su celular y no me contestaba, pensé que tal vez el ruido de los carros o el infernal tráfico no le permitan oír mi llamada. Puse un poco de música y traté de hacer tiempo escribiendo unas cuantas líneas de un relato en el que trabajaba. Ya habían pasado más de dos horas y su celular estaba apagado. Marqué el número de su casa y me indicaron que salió muy temprano con unas amigas y de ahí se iba a verme.
A las 11 de la noche recibí su llamada, me explicó que había bebido con sus compañeras y que se le pasó la hora y estaba ebria. Entre balbuceos suplicó que le disculpara por dejarme plantado. Asumí con cierto coraje sus justificaciones. Boté la torta al basurero. Salí molesto del departamento, sin rumbo. Puta de mierda, grite furioso.
Caminé varias cuadras fumando, maldiciendo a la puta vida y a mi novia por su desplante. De pronto llegué a una discoteca. Entré y quise regresarme a mi habitación pero en la puerta de los servicios estaba ella con sus trencitas, un jean apretado, sus zapatillas, y su mochila azul y ese sudor del baile deslizándose suavecito y cristalino en su agraciado rostro. La saqué a bailar y no aceptó, estoy de salida me dijo. Solo una canción le dije y si deseas te llevo a tu casa. Dudó al responder, tal vez por la desconfianza de ser un extraño; pero al final aceptó y se quedó conmigo. Bailamos unas horas y tomamos empecinadamente. ¡De verdad era encantadora! La besé como nunca lo hice, sin importarme la gentuza que danzaba a mí alrededor. Pensé un instante en mi novia y me dije para mis adentros: si ella se emborracha y me deja plantado, pues yo tengo el pleno derecho de divertirme como me da la gana. Era un macho.
Ingresamos a mi departamento, ella quería seguir tomando, y claro que había el vino en mi mesita, la impecable disposición y limpieza armonizaban con su juvenil belleza, Tiró al suelo su mochila azul, y se abalanzó sobre mi con una furia sensual jama antes vivida. Tomó la botella de vino y se la echó encima mientras iba desvistiéndose poco a poco. Hicimos el amor como dos salvajes mordiéndonos cada parte de nuestros cuerpos. Yo me quedé reposado entre sus senos y mojaba mis labios con un mechón de su cabello hasta caer completamente dormido.
Cuando desperté cerca del medio día no estaba, ni una señal de ella, ni siquiera una nota de despedida. Es mas, tampoco recordaba su nombre, ni su rostro. Solo la impecable forma y el color de su mochila y el contundente recuerdo de su piel y de su sexo.
Jimena vino por la tarde, algo triste. Se puso a llorar por haberme dejado plantado la noche anterior. Yo no podía disimular que mi boca era una tumultuosa mezcla de licor y cigarrillo. Tuve que mentirle y decirle que salí con unos amigos. No me importaba si me creía o no. Todo había cambiado. Mientras teníamos sexo, yo miraba el techo y cerraba los ojos. Mecánicamente mi cuerpo estaba con Jimena pero mi mente solo recordaba aquella estupenda noche donde conocí a la chica de la mochila azul.
Desde luego que la buscaría todos los días hasta encontrarla
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