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jueves, 1 de septiembre de 2011

LA REVOLUCIÓN DEL CORAZÓN



Carlos Rivera


Después de cuatro años de intentar hablarle y siempre salir desaforado. Después de mil y un

ensayos por crear situaciones de coincidencia. Después de conjeturar cada encuentro, por fin pude tenerla frente a mí con su sonrisa de niña, mochila al hombro y un folder entre brazos oyendo mis tribulaciones de hombre enamorado. Como siempre, uno anda en estos menesteres algo nervioso, timorato o redundante en preguntas bobas; por que el lenguaje se va de tu cabeza, solo tienes pensamientos para el ser amado y no puedes actuar con la libertad propia de un hombre seguro y firme. Pero ahí estaba, caminando por una calle a plena luz del día, con ese calor insoportable de Junio, con ese aroma revolucionario propio de este mes donde mi Arequipa acumula sus iras y despierta el león del sur gruñendo a más no poder.
Tenia una suerte inmensa: había salido de la universidad muy temprano y disponía unas horas libres para conversar. Era realmente una niña con sus chilindrinas, maquillaje al vuelo y sus dicciones que ensayaba como contestación a mis preguntas eran como de una escolar. Traté de invitarle una gaseosa, adujo que no: prefería el agua natural. Con nuestras botellas (detesto el agua) caminamos por el parque universitario, cruzamos la avenida Independencia hacia la Plaza de Armas. Los titulares de los diarios colgados en un puesto anunciaban la probable venta en unos días de Egasa y Egesur. Ese día: 10 de junio, era su cumpleaños y que mejor momento para mostrarle mis consideraciones. La llevé a una heladería, dejé que hablara de la universidad, su carrera de periodismo, sus ilusiones, la vida. Acabados los helados me ausenté un momento supuestamente para hacer una llamada. Salí rumbo a una florería, regresando con un arreglo y un pequeño pastel, quise cantarle feliz cumpleaños pero ella se intimidó sugiriendo que no hiciera ningún escándalo. Canturree bajito con mi voz vidriosa mientras sonreía tímidamente mirando las flores.
Se nos había pasado la mañana y avanzaba la tarde. La acompañé a esperar su movilidad, quedamos para volvernos a encontrar el miércoles 14. Aceptó. Desde luego esa fecha fue escogida adrede: era mi cumpleaños. Ambos éramos géminis, estudiamos (bueno, todavía era alumna de pre grado, yo egresado) la misma carrera en la misma universidad y un tanto estudiosos según comentarios maliciosos. Pero, algo nos hacia distintos: tenía 21 años y yo 32.
Diez de la mañana y aun no aparecía, llevaba media hora de retraso, creí que lo había olvidado o tal vez se arrepintió de salir con un viejo como yo y que el paseo de la otra vez no fue más que una alucinación propia de mis desviaciones enamoradizas. En tanto miraba angustiado a varios lados alguien pellizcó suavemente mi codo: era ella. Esperaba con ansias su abrazo, anhelaba sentir sus manos en mi espalda, respirar el aroma de su cabello sentir mi cara sobre su mejilla, mas solo fuimos a un parque donde me obsequio un libro que agradecí un tanto desilusionando. ¡Esperaba el abrazo!
Tal vez – pensé- busca la mejor ocasión para que nuestros sentimientos afectuosos se demuestren sin temores.
Once de la mañana y la gente con rabia en sus rostros deambulaba de un lado a otro, un grupo de universitarios arengaban insultos contra el gobierno de Alejandro Toledo. En las esquina un montón de jubilados dialogaban sobre la posibilidad de apertura de sobres y quedar en manos de la empresa belga Tractebel.
Bajando por la Avenida Goyeneche me preguntó las causas de las noticias alarmantes y de la movilización voluntaria de las personas hacia el centro de la ciudad. Yo, ejercía el periodismo en un en una emisora local y desde luego sabia de esos pormenores pero quería esta vez salir con ella sin que nadie ni nada interfiriera, ni una revuelta que ya se estaba encubando de a pocos. Díganme si el amor no anula todas las preocupaciones sean sociales o de otra índole.
Decidimos ir a la Plaza de Armas a refrescarnos con unas bebidas. Entre mas nos acercábamos la muchedumbre iba creciendo.
Ahí estaban ya los jóvenes de Juventud Socialista y sus 18 gatos, los muchachos de Construcción Civil, la FDTA, es decir el Frente Amplio en su máxima expresión y miles de personas entre jubilados, amas de casa, desocupados, universitarios. El miedo se dibujaba en sus ojos mientras ella me tomaba del brazo, y yo envalentonado como un corsario la protegía buscando cruzar la Plaza de Armas y hallar un local para distraernos y olvidarnos del griterío que desde una posición periodística me debía interesar y claro que me importaba, pero ella era mi superior preocupación en ese instante. Quería estar a su lado y disfrutar cada momento.
Los establecimientos cerraron ya que la obstrucción era evidente. Las gentes llegaban con más coraje y furia destructora: habían ya vendido Egasa y Egesur. Maldita sea dije para mis adentros, esto se va a poner feo. Suplicó que le compartiera el por qué de mis cavilaciones, un tanto serio expliqué cada detalle del proceso, umm musitó abriendo los ojos. Era la una de la tarde y tratamos de salir por la segunda cuadra de Mercaderes pero una muchedumbre de protestantes habían destrozado los vidrios de la Contraloría General de la República; la Policía fue tras ellos con su arsenal de bombas lacrimógenas; sin querer nos quedamos en medio de esa multitud compartiendo las arengas. Los policías se aprestaban a disuadirnos con gases lacrimógenos. Tuvo miedo, y sutilmente sus temblorosos dedos se deslizaron por mi hombro. La conduje a un kiosco de revistas a fin de protegernos junto a unas señoras, pero las bombas expandieron ese humo letal. Corrimos hacia una cochera y no salimos de ahí hasta que pasara el peligro. Los gritos de la gente desde distintos puntos se mostraban cada vez más desafiantes. Vagamos en medio del bullicio buscando un refugio. En el trayecto observamos centenares de personas invadiendo las calles casi de forma natural. Las barricadas parecían trincheras en espera de ser atacadas por el enemigo. En ese momento no me importaba el mundo ni esos trajines persecutorios o reivindicaciones sociales. Solo ella transitaba en los recovecos de mi mente. Nos alejamos varias cuadras lejos del albur, muchos caminaban con la radio encendida atentos a los reportes noticiosos de las emisoras, los vándalos esperaban el desmadre para hacer de las suyas. Ella sonreía, disfrutaba de la aventura, quería verlo todo de cerca y volver al centro de la Plaza de Armas donde era el punto neurálgico de la protesta. Aquel día sorteamos diversos peligros, corríamos de las bombas como dos mocosos traviesos, contemplamos a los heridos acongojados y con impotencia, hasta quisimos sacar adoquines, pero no teníamos la técnica para ello. Eran las cinco de la tarde y al grito de ¡Arequipa Revolución! Intenté hallar un lugar de reposo donde pudiera decirle que la amaba con toda mi alma. Nos dirigimos hasta la Avenida Salaverry pensando que había carros para su casa: todo era piedras y revoltosos que impedían cualquier paso de vehículos, opté por acompañarla y caminamos hasta su casa. Era el hombre más feliz de la tierra; estuve casi todo el día con ella y no sentía hambre ni cansancio, ni miedo. En el trayecto seguíamos platicando sobre la asonada recordando detalles de nuestra experiencia, proferí que esto no pasaba de un día y que rápidamente el gobierno lo solucionaría. Desde luego, me equivoqué. A escasas dos cuadras de su morada le supliqué que me diera un momento. Me hice de sus manos tibias y las puse cerca a mis labios sin que ella dijera algo, busqué las palabras en los recovecos del corazón, me miró con una ternura infantil e inclinó su cabeza y deshaciéndose de mis dedos habló: disculpa pero solo me agradas como amigo. Se marchó con un beso lastimero.
Sin rumbo deambulé por las calles atiborradas de piedras y llantas quemadas, anduve como un muerto, abrí la puerta de mi cuarto y envuelto en las sabanas me eché a llorar.
A veces mis amigos me preguntan: “¿por qué te has vuelto comunista?, ¿por qué estas siempre con tu cantaleta de vamos al paro o Arequipa revolución?, ¿por qué tu ira contra el sistema?”, ¿por que dejaste el periodismo? ¿Por que ya no escribes? Siempre respondo lo mismo: “La realidad y los abusos del imperialismo son inaceptables y que este gobierno lacayo defiende interés leoninos y que no puedo quedarme con los brazos cruzados”.
Nadie sabe que salgo a esas manifestaciones y observo a la gente y busco el eco de su imagen para que me salve de esta catarsis. Después de seis años, continúo con la esperanza de hallarla, aunque sea en espíritu. Murió el mismo día que acabó la revolución mientras en medio de la Plaza de Armas la gente bailaba la pampeña y celebraba la victoria.

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