Mi lista de blogs

sábado, 10 de septiembre de 2011

EL OTRO FLORENTINO ARIZA





Carlos Rivera




Después de terminar nuestro programa de radio que conducíamos juntos, el señor K me pidió que lo acompañe a tomar un café, algo que me pareció una broma cruel porque este tipo jamás salía con alguien y tampoco se le conoció amistad alguna. Es más, yo sentía hacia él solo animadversión.
Era alto, calvo de poco sonreír, rostro duro y gestos fieros como si la vida para el solo fuera una miscelánea de maldiciones. Pero accedí, con temor. Subí a su Volkswagen escarabajo, me acomodé y su voz se volvió mas afable, con ritmo pausado y paternal me miró suplicándome que solo lo escuchara a lo largo del trayecto. Quiero comentarte algo personal me dijo, ¿puedes oírme unos momentos? Noté algo extraño en él. Intrigado que me escogiera para oír sus lamentos que desde luego consideraba irrelevantes. Pero bueno, lo escuché:
Hace más de cuarenta años conocí a Virginia, ella tenia 18 y yo 21. Fue una tarde en el autobús cuando la vi leyendo un libro de Stevenson, me senté a su lado y me atreví a lanzarle mis elucubraciones literarias; platicamos acerca de sus lecturas. Acordamos encontrarnos los viernes por las tardes. Hasta que un día no soporté más y le declare mi amor: me abrazó y poco a poco mis labios recurrieron aquella ruta hacia los suyos.
Era un linda costumbre caminar por el parque de la mano y junto algún libro que hacia de cómplice; yo la miraba como si tuviera a la mujer mas extraordinaria del universo. La llevé a casa y mi madre la recibió alegre, se quedó extasiada por la belleza de sus ojos. Me sentía maravillado por ser su enamorado, viajamos, jugamos, nadamos y leíamos como dos dementes. Platicábamos de la vida, filosofía, arte y de nuestros sueños. Si vieras como comía los helados, como gesticulaba cuando cerraba sus ojitos y suspiraba cuando mi mama le preparaba esa mermelada de fresa que según ella era su delicia soñada. Todo era felicidad, sentía sumergirme en los senderos de la fantasía cada vez que enfrentaba su miarada. Hasta que un día, vino por la tarde a casa, con ojos extraños, me devolvió un libro de Julio Verne, traía un sombrero que ocultaba la intención de sus palabras, me abrazó y me besó y pude sentir en su cara el salado sabor de una lagrima. Corrí tras ella, a fin que me explicara su actitud. Como un fantasma huyó de mí, la busque en su casa y nadie me quiso abrir. Su mama cerró la puerta y amenazó con traer a los policías si continuaba con mi intransigencia. Esperé a que pase el día. Pensé que tal vez la, noche o la melancolía de la tarde provocaron ese arrebato.
Al día siguiente la fui a buscar y no había nadie. Detenidamente observé las puertas y ventanas, toqué como loco y nadie abría. Su vecino se acercó explicándome que habían viajado muy temprano todos al extranjero. Mi alma se destrozó, sentí un vértigo apoderarse de mi estomago, caminé hasta que la tarde me tragara por completo. Sin poder dormir, sin alguna respuesta de Virginia anduve en ese estado por varios años. En mi billetera guardaba su cabello como un tesoro, nunca me desprendí de el y por las tardes siempre recorría los mismos lugares donde transitábamos hacia años y bebía la melancolía de su recuerdo. La amé con toda mi alma.
Intenté amar a otras personas, pero nadie llenaba mi corazón. No supe alguna noticia de ella ni de sus familiares ni del por qué de su huida así tan desesperada: el barrio especulaba que contrajeron una deuda impagable y que tuvieron que escapar de un usurero que amenazo matarlos y no tuvieron mas remedio que marcharse. Por las tardes escribía poemas en su nombre, hice un pequeño librito de cuentos donde ella era mi heroína.
Ha pasado cerca de 40 años, estoy canoso, arrugado solo la radio me mantiene distraído de ese limbo delirante que me era imposible abandonar. Por eso amigo mío, mi tirria, mi pose de duro y cruel con los invitados del programa. Hay una herida sangrante en el corazón que no me lo cura nadie. Pero amigo mío, como es el destino, hace unos meses salí de un barcito de por aquí, tomé mi saco y marché sin rumbo. Sentí una voz aflautada a mi espalda que hablaba con otra persona: era la de mí amada Virginia con algunos cambios en la modulación de su voz, pero era ella. Volteé a verla y la saludé como si estuviera en una catarsis. Estaba gorda, con algunas canas por ahí, sus ojos se habían vuelto apagados, el pobre maquillaje no podía disimular las penas de su vida. Se deshizo de la persona y se fue conmigo. Ya no sentía ganas de besarla quería contemplarla y tomarla del brazo y caminar hasta que se perdiera la noche y llegue el día siguiente. El amor toma a esta edad otra forma, es menos pasional y más sensible a los recuerdos y cosas tan cotidianas como conversar. Me confesó la verdad de su huida. Si, era cierto lo del usurero y que la noche anterior intentó asesinar a sus padres.
-¿Me amas aun? -pregunté.
No respondió, su mirada se fue al suelo, luego en un giro de su cabeza contempló el cielo rodeando con sus brazos mi cuello.
-Pues claro que te amo-dijo casi llorando-, no he dejado de hacerlo ni un segundo de mi vida. Solo pensé en ti. Ahora, estas distinto, pero me pareces el mismo muchacho lozano y fuerte de aquellos años.
Saqué de mi billetera y le mostré el mechón de cabello que conservé durante cuarenta años cuando prometimos casarnos sellando nuestro pacto de amor de esta manera. Avanzamos y me dijo que se casó, que tiene tres hijos que viven en el extranjero, su esposo murió, en un accidente.
-¿Cual es el motivo de tu, llegada después de cuarenta años?- Volví a preguntar
-Tu..Sabia que podía encontrarte a como de lugar, sabia que tu aun pensabas en mi, pero-respondiò cayendole una tenue lagrima.
-¿Qué quieres de mi? dímelo,Me dejaste solo y miserable.-le increpé.
- No quiero nada , Sólo deseo pasar estos últimos meses que tengo de vida junto a ti-respondió,
El maldito cáncer se la llevaba amigo mío. El destino otra vez me la arrebataba. Aun así acepté cuidarla y la tuve en mi casa, hasta que ayer dejó de respirar mientras compraba poco de pan para el desayuno. Se fue a la eternidad. Después de su cremación guardé un poco de sus restos acá en mi billetera junto a su cabello. Ya no me siento solo amigo mío, ahora si puedo morir en paz: amé y espero que llegue el día que Dios me permita viajar al infinito donde ella me espera. Iré a su encuentro tal como estuvo escrito en nuestro destino.
-Señor K ¿ha leído usted El amor en los tiempos del cólera?- le pregunte después de haber oído su historia de amor
-Si… respondió mientras agachaba su cabeza como sumergido en el recuerdo de Virginia.
No creí que en ese cuerpo, alto, duro y de lenguaje pendenciero e inquisidor reposaba un ser que esperó tanto por amor. Florentino Ariza, el de la novela de Gabo ya tiene su alma contemporánea.

No hay comentarios: