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lunes, 1 de agosto de 2011

LOS ATARANTADORES


Carlos Rivera

En nuestro país, son muy comunes los tipos que hacen gala de ciertas mañas para pasar piola. Parecen boxeadores que hacen sombra, pero no para ensayar un golpe certero, sino con el único objetivo de huir de la verdad misma, como son sus flaquezas e ignorancias. Demuestran un sentido de pragmatismo enarbolando, con pura palabrería, inmediateces o diatribas incongruentes sobre un tema o tópico que quieren hacer pasar como argumento.

El atarantador profesional causa ruido, aspaviento, busca aturdir a sus rivales con pura zalamería, quiere parecer intelectual porque leyó un artículo de un diario de poca monta, quiere parecer escritor citando autores que nunca en su vida ha leído, quiere ser un perspicaz y pertinaz crítico de la realidad sin saber siquiera si él existe, cómo es y de dónde viene y a dónde va. Quiere ser político o analista político citando mal a Vallejo (¿por qué todos recurren a nuestro vate para discursear?) o a Vargas Llosa. Nunca habla de ciencia política porque esa palabra le asusta, entonces, prefiere refugiarse en la cultura general.

Ante la incapacidad de construir un mínimo sistema de ideas, un coherente amasijo de postulados, el atarantador recurre a la redundancia o a armar un discurso de telenovela, donde los buenos siempre ganan.

Como un producto humano de huachafos gustos, el atarantador asume una pose de snob y dueño de la verdad que, como un pontífice, bendice las palabras que salen de su boca. No acepta críticas, tampoco asimila que la evolución es un proceso inherente al hombre. Vive con un pie en su realidad alterna, construida con los cimientos de sus falacias, y otro, sumergido en la vida real que solo confronta en sus pesadillas. Porque uno puede engañar a todos menos a su conciencia.

A lo largo de mi vida me he encontrado con tipos con estas “bondades” en casi todas las esferas sociales donde he intercambiado algunos pareceres: en la universidad, en la política, sindicatos y demás. En las provincias también se reproducen como una lacra poderosa.

Unos postulan al Congreso, otros se inscriben en algún partido político y como saltimbanquis van de carpa en carpa tentando suerte, algunos hasta se hacen ministros (un claro ejemplo de atarantador profesional es Fernando “Popy” Olivera). Y para cultivarse en esta disciplina además debe especializarse, y a estos efectos también ser un sobón, así como un tanto pendenciero.

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