Carlos Rivera
Acomoda sus brazos, y se muerde un poco los labios, sabe que su sonrisa traviesa es insuperable. Los demás chicos la miran, lanzan sus miradas coquetonas que ella acepta pero las desdeña con sutileza sabiendo que pronto serán más atrevidas mientras la música ya empieza a calentar su cuerpo.
La señalan, ahí está, morena, linda con sus ojitos achinados y su bonito cuerpo. Ya está en medio de la pista de baile de la disco. La saludan y ella se desprende de su casaca y la lleva al guardarropa. Hay alguien que parece mirarla con curiosa actitud. La saca bailar y la música pegajosa desafía cualquier impedimento.
Instantes de movimientos, su cuerpo va de un lado hacia otro, está sumergida en los gritos y efectos de la canción, las luces atraviesan el recinto en varias direcciones, ve ráfagas de luces que multiplican las performances de su cuerpo. La canción parece infinita. Su cabellera se asemeja a un torbellino desafiante al tiempo y al lugar.
Nadie mas baila como ella, parece una diosa del ritmo, los esfuerzos sobrehumanos que hace el tipo no parece incomodarla. Ella solo sigue los latidos de su juventud, de las emociones que le arrancan esos momentos de delirio.
Acaba la música. Va y conversa con sus amigas que la felicitan, está sudando pero sigue moviendo sus hombros al ritmo de la tonadilla de esos momentos. Solo han pasado unos minutos y arremete otra vez en la pista como si su energía fuera inmortal. La noche se termina y salen del lugar. Sus amigas se despiden hacia otros caminos, se va sola. Su sonrisa traviesa me perturba y me emociona. Como decirle que la amo en secreto. Me acobardo y lo dejo para otro día… antes de que ella se de cuenta que la sigo.
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