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jueves, 25 de agosto de 2011

ABRE LOS OJOS


Carlos Rivera

El sueño empieza como una bruma. De pronto, se ve sumergida en medio de un tumulto de gente, rostros desconocidos y extraños sonidos como fondo de la escena. Alguien por ahí aparece y Lucia huye alocadamente muy a pesar de las enormes cadenas que no le permiten correrías. Alejada de la gente, se introduce en un callejón en busca de auxilio. El ser que la persigue devela fácilmente la estrategia de la desdichada. Corre, pero las fuerzas la abandonan y la arquitectura del callejón sepulta su salvación. Sin personas para su auxilio, sin salida contemplando un bizarro cielo, llora arrodillada su desgracia. El sujeto avanza hacia ella con un cuchillo en cada mano vociferando crueles y vulgares insultos. El cuerpo inconsciente se desparrama sobre el piso con la disposición irremediable de los vencidos, pero un grito del que la acosaba le hizo recobrar la conciencia y escapa de aquella pesadilla.

Al pie de la cama, abre los ojos y su mediano perro Bangú descansa con cierta ternura. Poco a poco la tranquilidad se dibuja en su rostro y una minúscula felicidad le provoca ver su mesita de noche mientras la luna se introduce desafiante por la ventana.

Luego de unos minutos, el cansancio la conduce a cerrar los ojos nuevamente, pero el temor latente la conmina a cubrirse el rostro con la manta; pero algo acontece: su perro Bangú salta hacia la cama, cree primeramente que el hecho corresponde a las comunes formas de afecto del animal; sin embargo, su novísima enormidad –casi como la de un león- impide cualquier movimiento de Lucia. Quiere sacar la cara pero una de las patas del animal aprieta su cabeza tratando de voltearla, dejando caer sobre ella abundante baba. Bangú no parece jugar. Lucia intuye su ira salvaje y el incontenible deseo de hacerse de una hembra (ella en este caso).

En medio de la oscuridad y de aquella brutal infamia, la triste luz de una vela la hace despertar ¡otra vez!: La madre aparece ante los gritos que salieron del cuarto. La besa en la frente, corta las cuerdas que ataban sus muñecas a un catre. La progenitora deja la vela en la mesita dirigiéndose hacia la cocina por un paño de agua tibia para calmar la fiebre de Lucia. Desde un rincón, su perro Bangú la contempla con ojos relucientes y ansiosos expresando tal vez con el gesto un atrevido e impuro deseo.

De la estupefacción paso rápidamente a la tristeza, recordó algo con plena conciencia: Su madre estaba muerta.

Abre los ojos, de verdad Lucía, antes que suelte tú tercera pesadilla

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