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sábado, 20 de agosto de 2011

ENTRE LA CULPA Y LA VERGUENZA

Carlos Rivera
Un profesor de Derecho tiene un grupo de alumnos que asisten al proceso de un grupo de mujeres que fueron antiguas colaboradoras del nazismo. Una de ellas es Hanna Schmitz (Kate Winslet).
Dentro del grupo estudiantes que observan con académica atención, hay un joven llamado Michael Berg (David Cross) y desde su sitial reconoce a Hanna Schmitz. Las reminiscencias lo conmueven de forma especial sobre aquella mujer, ahora de 43 años, con quien había compartido hacia seis, años cuando este tenía 15, una apasionada relación llena de sexo, ternura y las lecturas que el muchacho le dedicaba con devota unción antes de principiar un pasional encuentro
Hanna desaparece de la vida de Michael sin explicación, Michael sufre la partida.
La película El Lector del director Stephen Daldry nos ubica en un plano específico de lucha entre la moralidad y la legalidad, de conflicto entre los sentimientos y la vergüenza no solo por llevar un amorío entre un jovencito púber y una mujer demasiado mayor, quien por esos años se ganaba la vida como boletera en un tranvía. Sino, por algo muy sensible y a la vez más cruel.
El dilema que plantea el film magistralmente se da cuando Michael ve a Hannah en esa circunstancia de procesada y ser testigo de las acusaciones que se le imputaban. Hay una lucha interna entre lo que siente –o sintió– por ella y los crímenes que le atribuyen, se le adjudica haber utilizado a niñas del campo de concentración que escogía –según una testigo presencial de esas vivencias– a su gusto para que le leyeran, luego sin ninguna compasión o piedad permitía que están partan a un destino trágico.
Sus demás compañeras procesadas la señalan como la que ordenó un asesinato de niños judíos dejando que estos se quemaran. Ella lo niega y grita que solo recibía órdenes al igual que sus colegas. Tiene una oportunidad, al menos de evadir ese crimen: mostrando ante al juez y al jurado su escritura para compararlas con un documento original que lleva su nombre y firma que comprobaría dicha orden criminal. Hanna no puede con esa vergüenza, es analfabeta.
Contempla a la gente, esas miradas inquisidoras y lapidarias la conminan a declararse culpable aceptando que ella firmó la orden. Michael recién entiende por qué ella gustaba que le leyera. Siente rencor, amor, vergüenza, un ánimo de justicia se apodera de él. Puede salvarla con su testimonio y liberarla de la autoinculpación injusta. Conversa con su profesor acerca de una evidencia testimonial (la suya) que podría exculpar a Hannah. Desde luego no le explicita los pormenores de cómo la conoció y las vertientes de la relación.
¿Podría el jurado aceptar el testimonio de un joven estudiante que según un canon moral de la sociedad, fue pervertido, siendo un adolescente, por una mujer de 36 años y satisfizo sus particulares e infames deseos? ¿Acaso no la avergonzaría más y la dejaría como un estropajo humano reconocerla inocente, pero analfabeta y salvada por uno de sus amantes furtivos?
Hanna aprende a leer en la cárcel, vieja, acabada por los años, distraída en parte por algunas cintas con lecturas de obras que Michael ya mayor (Ralph Fiennes) le enviaba desde algún lugar.
Un día lo llaman de la cárcel, no quiere verla, pero debe hacerlo ya que es la única persona que conoce y puede ayudarla a pasar sus últimos días. El encuentro es frío, con mucho resentimiento y cierta alegría de Hanna por verlo maduro y cambiado. Después de unos días debe volver por ella, pero Hanna prefiere el suicidio y deja en su celda un dinero para que Michael le entregue a una de esas víctimas y pueda aliviar en algo el daño causado. Nada es suficiente.

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