César Hildebrandt
Un tipo me escribe una carta llena de insultos porque dice que así responde a los que he proferido en contra de la tauromaquia y de los taurófilos. ¿Insultos?
Pero si apenas he llamado Bestia rugiente y multicéfala a la que puebla las graderías del matadero. No, mi querido embajador de la Bestia: a quien puedo haber insultado con la implícita comparación es a los animales, que son la vida misma, sin predicados ni apellidos, ni hipocresías ni maldades culturosas.
A ustedes, Bestia de mil caras y una sola hemofilia, Bestia cursi que se ampara en el ballet para poder matar y en la muerte para ejercerla en contra de un toro, a ustedes, mis queridas Bestias, apenas las he descrito con insuficiencia y palidez.
Porque ustedes son, en verdad, indescriptibles. Hijos de la burguesía que perdió todas las guerras y traicionó todas las causas, hijosdalgo en la imaginación, no vienen ustedes -es verdad- sólo de la hispanidad retorcida. Vienen del antropocentrismo más chusco, de la deificación del hombre, de la conversión de la humanidad en especie impune. Y todo eso puede conducir a muchas cosas: a una carta como la que he recibido, al nazismo, a la tauromaquia y, en general, al cretino concepto de que la crueldad nos es intrínseca, los “animales inferiores” carecen de alma (y teológicamente, por tanto, de derechos) y que la tradición es, por lo general, respetable.
Yo sólo le pido al azar (a la providencia, al destino, vamos, al que corta el jamón en donde quiera que esté) que los católicos taurófilos que creen en los misterios de la fe y, desde luego, en la reencarnación, se reencarnen, por Dios, en un toro Miura. Y que salgan un día a la arena de Acho creyendo que van a jugar, convencidos de que ya van a comer, furiosos por los golpes recibidos y con la vista borrosa por la vaselina. Y quiero que después les claven unos arpones de marica, con blondas, que les ablandarán la musculatura del lomo. Y que después venga un caballo disfrazado de Rocinante en feriado con un caballero disfrazado de Sancho usurpador (tan bien disfrazado que apenas tiene dientes) y que les claven esa lanza que terminará de sangrarlos. Pero que se las claven con ganas: arriba, abajo, hacia el costado, rompiendo, abriéndose paso entre los tendones. Y que después los mareen unos valientes que llueven sobre mojado y gritan y provocan porque son varios y no hay como atacarlos a la vez.
¿A quién cargar? ¿A quién responder? Ya estaréis cansados, reencarnados del alma.Pareceréis torpes, bovinamente torpes, torilmente torpes. Y cómo duele. Pero no. Que el asunto recién empieza, reencarnados. Que ya viene la estrella, el valiente muchacho de Extremadura que leía “Mortadelo y Filemón” y veía las pornos de Canal Plus, el extraordinario Niño de Algo hará sus quecos para que Alonsito Alegría escriba una de esas crónicas que no habría firmado el genial Ciro Alegría (por lo huachafas, no por lo taurófilas), tirará su cintura para que algún marqués pase a cuchillo el idioma que Azorín convirtió en densidad y Lope en magia, moverá el culo para que la Bestia aplauda y luego, tan pronto como pueda, apenas pueda, sacará la espada y la hundirá todo lo que pueda ( que por lo general es hasta la mitad). Y allí estará la espada que no es de Arturo, vibrando sobre el lomo que será el suyo, reencarnado, sobre el lomo púrpura, irisado del color del dolor. Vibrando quedará la espada atascada en un hueso, colmenar de nervios, en un pasadizo de fibra muscular. Aúlla el universo cuando ustedes aplauden esa infamia.
Un tipo me escribe una carta llena de insultos porque dice que así responde a los que he proferido en contra de la tauromaquia y de los taurófilos. ¿Insultos?
Pero si apenas he llamado Bestia rugiente y multicéfala a la que puebla las graderías del matadero. No, mi querido embajador de la Bestia: a quien puedo haber insultado con la implícita comparación es a los animales, que son la vida misma, sin predicados ni apellidos, ni hipocresías ni maldades culturosas.
A ustedes, Bestia de mil caras y una sola hemofilia, Bestia cursi que se ampara en el ballet para poder matar y en la muerte para ejercerla en contra de un toro, a ustedes, mis queridas Bestias, apenas las he descrito con insuficiencia y palidez.
Porque ustedes son, en verdad, indescriptibles. Hijos de la burguesía que perdió todas las guerras y traicionó todas las causas, hijosdalgo en la imaginación, no vienen ustedes -es verdad- sólo de la hispanidad retorcida. Vienen del antropocentrismo más chusco, de la deificación del hombre, de la conversión de la humanidad en especie impune. Y todo eso puede conducir a muchas cosas: a una carta como la que he recibido, al nazismo, a la tauromaquia y, en general, al cretino concepto de que la crueldad nos es intrínseca, los “animales inferiores” carecen de alma (y teológicamente, por tanto, de derechos) y que la tradición es, por lo general, respetable.
Yo sólo le pido al azar (a la providencia, al destino, vamos, al que corta el jamón en donde quiera que esté) que los católicos taurófilos que creen en los misterios de la fe y, desde luego, en la reencarnación, se reencarnen, por Dios, en un toro Miura. Y que salgan un día a la arena de Acho creyendo que van a jugar, convencidos de que ya van a comer, furiosos por los golpes recibidos y con la vista borrosa por la vaselina. Y quiero que después les claven unos arpones de marica, con blondas, que les ablandarán la musculatura del lomo. Y que después venga un caballo disfrazado de Rocinante en feriado con un caballero disfrazado de Sancho usurpador (tan bien disfrazado que apenas tiene dientes) y que les claven esa lanza que terminará de sangrarlos. Pero que se las claven con ganas: arriba, abajo, hacia el costado, rompiendo, abriéndose paso entre los tendones. Y que después los mareen unos valientes que llueven sobre mojado y gritan y provocan porque son varios y no hay como atacarlos a la vez.
¿A quién cargar? ¿A quién responder? Ya estaréis cansados, reencarnados del alma.Pareceréis torpes, bovinamente torpes, torilmente torpes. Y cómo duele. Pero no. Que el asunto recién empieza, reencarnados. Que ya viene la estrella, el valiente muchacho de Extremadura que leía “Mortadelo y Filemón” y veía las pornos de Canal Plus, el extraordinario Niño de Algo hará sus quecos para que Alonsito Alegría escriba una de esas crónicas que no habría firmado el genial Ciro Alegría (por lo huachafas, no por lo taurófilas), tirará su cintura para que algún marqués pase a cuchillo el idioma que Azorín convirtió en densidad y Lope en magia, moverá el culo para que la Bestia aplauda y luego, tan pronto como pueda, apenas pueda, sacará la espada y la hundirá todo lo que pueda ( que por lo general es hasta la mitad). Y allí estará la espada que no es de Arturo, vibrando sobre el lomo que será el suyo, reencarnado, sobre el lomo púrpura, irisado del color del dolor. Vibrando quedará la espada atascada en un hueso, colmenar de nervios, en un pasadizo de fibra muscular. Aúlla el universo cuando ustedes aplauden esa infamia.
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