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martes, 14 de junio de 2011

Mariátegui: una teoría del periodismo








César Levano

diario La Primera


Se cumplen hoy 117 años del nacimiento de José Carlos Mariátegui, el pensador socialista que pensó al Perú en sus dimensiones de pasado, presente y futuro. En homenaje a su ejemplo reproduzco párrafos de una conferencia que ofrecí el jueves último en el Sindicato de Trabajadores Telefónicos, en el ciclo de jueves arguedianos que dirige la folclorista Margot Palomino.

Parto de la idea de que José Carlos Mariátegui no es solo un periodista extraordinario, sino también un teórico precursor de ideas actuales sobre la comunicación social.

Su punto de vista sobre el periodismo se traduce en la creación del primer diario socialista del Perú, La Razón, que es anterior a su deportación a Europa. Antes, cuando trabajaba en el diario El Tiempo, en el momento del paro por la jornada de ocho horas, en enero de 1919, ofreció tribuna solidaria y crónica veraz del movimiento. Esto hizo que el gobierno de José Pardo clausurara el diario por “soliviantar el ánimo de las clases populares”.

A su retorno de Europa, en 1923, lo primero que hizo fue no sólo asumir la dirección de la revista Claridad, hasta entonces “órgano de la juventud libre”: sino convertirla en órgano de la Federación Obrera Local, central sindical creada por los anarquistas.

Esta inclinación a poner a la prensa al servicio de las mayorías y a convertirla en medio de expresión de éstas, se tradujo en la fundación, en 1924, de la Editorial Obrera Claridad.

En el número 59 de El Obrero Textil, órgano de la Federación de Obreros Textiles del Perú, Mariátegui se refirió a esa iniciativa y precisó que en la editorial estarían representadas las asociaciones de obreros e indígenas, las Universidades Populares González Prada y los empleados e intelectuales de vanguardia.

Allí expresó la necesidad de crear un diario de los obreros y campesinos y escribió:

“La publicación de un diario es el propósito central, pero no único y exclusivo del extenso frente único que este Comité constituye”.

“Un diario será el más poderoso instrumento de propaganda de los ideales proletarios. Ninguna organización obrera ha podido desarrollarse en ninguna parte del mundo mientras no ha dispuesto de una hoja diaria”.

Precisó más adelante las características que debería asumir ese diario: “Queremos que el diario del proletariado peruano posea la eficiencia y la capacidad informativa indispensable para que cuente con una amplia circulación”.

“Pretendemos que nuestro diario no tenga como único público el de nuestra vanguardia, limitada e incipiente aún, sino que penetre en otros sectores, indiferentes o desorientados hasta ahora de la masa proletaria. Deseamos que nuestra voz, que nuestro órgano despierte e ilumine a los trabajadores rezagados, a los trabajadores inconscientes, a los trabajadores ignorantes”.

He ahí la concepción amplia, no sectaria ni dogmática, de Mariátegui respecto a los medios de comunicación.

Reitero que en Mariátegui, en forma dispersa, no fijada en un texto único, hay toda una teoría del periodismo que en algún momento hay que reunir.

Por ejemplo, para él la noticia que es sólo noticia no es noticia.

En la entrevista que le hace Ángela Ramos, publicada en la revista mundial el 23 de julio de 1926, declara:

“Recibo libros, revistas, periódicos de muchas partes, no tantos como quisiera. Pero el dato no es sino dato. Yo no me fío demasiado del dato. Lo empleo como material. Me esfuerzo por llegar a la interpretación”.

En suma, adelantándose a su tiempo, el Amauta considera que hay que ver los hechos en su contexto, en su significado, en movimiento. Su método es procesal, dialéctico.

Otro aspecto notable de su herencia es el examen crítico de los géneros periodísticos: la entrevista, la crónica, el reportaje, el ensayo. Cabe señalar que incluso avizora la posibilidad de un periodismo que se apropie de los métodos de la literatura. Esto ocurre cuatro décadas antes de que el gran periodista argentino Rodolfo Walsh creara, con Operación masacre, el periodismo novelado, y mucho antes de que el estadounidense Truman Capote y otros crearan el “nuevo periodismo”.

Un poeta bohemio, Domingo Martínez Luján, fue quien primero vislumbró la novedad que traían al periodismo Mariátegui y algunos compañeros de generación:

“Admiro a toda la juventud. Han traído ustedes al periodismo un espíritu, una técnica, una manera completamente nuevas. En mi época se desconocían la espiritualidad y la gracia que ustedes saben dar a sus artículos. Esas informaciones que no son precisamente informaciones y que abandonan el suceso actualista para buscar el aspecto permanente de las cosas, tienen una originalidad y una belleza enormes”.

La declaración fue expuesta en entrevista de Mariátegui al poeta publicada en El Tiempo el 19 de diciembre de 1916. El Amauta tenía 21 años.

La peculiaridad que Martínez Luján observó en el periodismo de Mariátegui constituye un aspecto central de su método, un elemento vertebral en la estructura de sus textos.

Fue en él, puede decirse, una obsesión por ir más allá del dato, del episodio.

El 10 de julio de 1925, en mundial, había encontrado Mariátegui esa misma tendencia en dos jóvenes intelectuales peruanos. En esa oportunidad escribió: “Jorge Basadre y Luis Alberto Sánchez, en sus ensayos históricos, abandonan la rutina de la anécdota y de la crónica. Les preocupa la interpretación de los hechos; no su agnóstico relato”.

Los periodistas comprenden cada vez más que el incidente suelto, inmóvil en el tiempo y el espacio, no llega a la verdad. Se necesita contexto espacial e histórico. El periodismo debe ser, en consecuencia, procesal.

En un acto de solidaridad con la joven estudiante y poeta Melissa Patiño realizado en el Centro Cultural de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, me invitaron a hacer uso de la palabra. Obligado a improvisar, recordé unos versos del poeta ruso Boris Pasternak que leí hace casi medio siglo en un diario soviético: “El poeta es un rehén de la eternidad”. Yo agregué: “El periodista es un rehén de la actualidad, pero está condenado al olvido si no escapa de la estrecha cárcel del instante”.

En general, Mariátegui privilegió en su madurez el ensayo y el reportaje, y precisó que la crónica experimentaba un cambio, superaba una etapa. La del cronista egocéntrico, sensiblero y superficial quedaba atrás; la crónica, dijo, ha pasado “a manos más graves o finas”.

El deslinde se ahonda más adelante, cuando dedica un texto íntegro a Enrique Gómez Carrillo, que era considerado el “príncipe de los cronistas” y cuyos escritos se reproducían en multitud de diarios y revistas de HispanoAmérica. Mariátegui acentúa el distingo entre las dos etapas de la crónica, al colocar comillas a la encarnada por Gómez Carrillo. La valoración mariateguiana apareció en Variedades el 3 de diciembre de 1927. Ahí se lee:

“El “cronista” típico carece de opiniones. Reemplaza el pensamiento con impresiones que casi siempre coinciden con las del público. Gómez Carrillo era, sobre todo, un impresionista. Esto era lo que en él había de característicamente tropical y criollo. Impresionismo, he allí el rasgo más peculiar de la América española o mestiza. Impresionismo: color, esmalte, superficie”.

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