Carlos Rivera
La sinfonía de mis palabras buscan tus oídos para endulzarlos con la magia de este amor inmaculado por cada una de las églogas que te recitaba en medio de las madrugadas donde mi corazón salía en tu búsqueda para atraparte en el paisaje de mis sueños.
Quiero volar, cantar, silbar al viento tu nombre, escribir en el cielo te amo con letras de fuego si es de noche, con bocanadas de humo si es de día.
En los tristes años que anduve solitario, como estaba escrito en mi profecía literaria buscando entre el riachuelo de mis lágrimas el primigenio sentir de tus manos sobre mis mejillas, la dulce vocecita quebrada acurrucándome con su cariño. Aun no tenías nombre y ya te amaba.
No se por qué pero ya podría presagiar en las meridianas horas tu sorprendente presencia que floreció un día de setiembre cuando te vi y mi alma quedó tranquila, serena como una ola de un océano exánime, como el devenir de la sonrisa que dibuja el rostro de un niño mientras acaricia lo mas preciado de su vida.
Tuve que esperar y valió la pena. Tocar tus labios, deslizarme en tus cabellos, saborear el aroma que rocías por doquier; reposar mis penas en cada una de tus sonrisas.
Ahora eres mía, y a veces pienso que eres solo magia, solo sueño, la utópica expresión que la soledad nos provoca cuando nos vemos vencidos y en actitud delirante por ausencia de un amor.
Ven, mira mis ojos, siente mi rostro, bésame y apriétame fuerte en tu regazo. Dame una palabra que me conmine a darme cuenta de que no eres alucinación, sino sangre cuerpo y alma. ¿Eres realidad mi princesa?
La sinfonía de mis palabras buscan tus oídos para endulzarlos con la magia de este amor inmaculado por cada una de las églogas que te recitaba en medio de las madrugadas donde mi corazón salía en tu búsqueda para atraparte en el paisaje de mis sueños.
Quiero volar, cantar, silbar al viento tu nombre, escribir en el cielo te amo con letras de fuego si es de noche, con bocanadas de humo si es de día.
En los tristes años que anduve solitario, como estaba escrito en mi profecía literaria buscando entre el riachuelo de mis lágrimas el primigenio sentir de tus manos sobre mis mejillas, la dulce vocecita quebrada acurrucándome con su cariño. Aun no tenías nombre y ya te amaba.
No se por qué pero ya podría presagiar en las meridianas horas tu sorprendente presencia que floreció un día de setiembre cuando te vi y mi alma quedó tranquila, serena como una ola de un océano exánime, como el devenir de la sonrisa que dibuja el rostro de un niño mientras acaricia lo mas preciado de su vida.
Tuve que esperar y valió la pena. Tocar tus labios, deslizarme en tus cabellos, saborear el aroma que rocías por doquier; reposar mis penas en cada una de tus sonrisas.
Ahora eres mía, y a veces pienso que eres solo magia, solo sueño, la utópica expresión que la soledad nos provoca cuando nos vemos vencidos y en actitud delirante por ausencia de un amor.
Ven, mira mis ojos, siente mi rostro, bésame y apriétame fuerte en tu regazo. Dame una palabra que me conmine a darme cuenta de que no eres alucinación, sino sangre cuerpo y alma. ¿Eres realidad mi princesa?
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