Carlos Rivera
Los ojos apuntaban al cielo, las manos cruzadas sobre su pecho, su cutis está algo terso y, con sobre exceso de maquillaje. Solo duerme.
Despierta con la tristeza abrumándola, aniquilala, en medio de esa noche que parece eterna e inalterable. Va a la cocina por agua para paliar su miseria. Llama a alguien por teléfono, no responde. Sale a caminar en medio del despiadado frio, ve algunas estrellas en el cielo. Avanza sin rumbo, camina, piensa en sus años juveniles, en aquellos ímpetus idealistas que la sedujeron y que pronto abandonó cuando se casó.
Enciende un cigarrillo, lo fuma con parsimonia, recuerda aquellos amores olvidados, aquellas ilusiones que parecían insuperables, dice varios nombres como una evocación que le brinda un poco de confort. Sabe que está sola pero no abandonada Aun se mira fuerte y vigorosa. Aun se siente irresistible; pero recuerda que su marido resultó un pobre diablo que la dejó por otra, que el amante que se consiguió solo le sacó dinero, que sus últimas salidas con jovencitos que parecían inteligentes y seguros resultaron inmaduros y estúpidos.
Está cansada de caminar, se sienta en la banqueta de un parque, clava su mirada en el piso. Empieza a amanecer. Concluye que la única escapatoria es el suicidio, su mente está en blanco, no hay ni un minúsculo retazo de felicidad en esa vida de 40 años, ni siquiera un vástago, o familia que la extrañe. De pie con el firme propósito de su eliminación se dirige a su departamento. La tristeza la derrumba en la acera, pierde el conocimiento, nadie parece verla. Oye una dulce canción como un susurro maravilloso que le contagia uno poco de vitalidad. Ve su rostro, era él, radiante, fuerte y hermoso cantándole y acurrucándola entre sus brazos y sonriendo por verla poco a poco recuperarse, sin odio alguno por el desprecio que sufrió por años. La besa furiosamente en tanto sus labios se confunden con las lágrimas de ambos.
Ligeramente recuerda algo y descifra la extrañeza de su cuerpo y el rictus de su tétrica quietud. Los susurros no eran más que el coro de una canción a capela de la gente alrededor de su ataúd. Esta vez durmió para siempre. I say a litle prafer four you
1 comentario:
Felicitaciones, tus líneas han captado la esencia de tu mensaje y su lectura te atrapa en ella.
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