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sábado, 28 de abril de 2012

LA VENGANZA DE HÉCTOR

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Carlos Rivera 
Aquiles estuvo a punto de   atravesar con   su lanza   el    pecho de  Héctor, quien  parecía  rendido en el suelo. Huyó de la muerte y de las embestidas de este semidiós herido en su orgullo protegido con su inseparable escudo.  Él terrible sol  acribillaba los cuerpos, la sangre  rociada en la arena en esta gran batalla dibujaban un desolador desenlace.  Aquiles arremetió con su inconmensurable fuerza. El noble y humano  Héctor  recordó todos los muertos de esta guerra, tragó saliva, "Troya, Troya" invocaba para darse  valor.  Dio un paso  hacia atrás para avanzar con inteligencia y  atacarlo con la técnica de su espada.  Recordó   en ese instante los ojos de Patroclo agonizante, aquella legedaria pelea con Áyax .   Aquiles cayó  arrodillado: la espada de Héctor  hirió mortalmente  su  talón, su único punto vulnerable. Héctor dejó el cadáver de su rival en la carroza y reconoció la valía de este  e invocó al     séquito de griegos a que se llevaran aquel  heroico cadáver, quienes  contemplaban  atónitos la derrota. Los griegos lo lloraron tres días, juraron  aniquilar  Troya. Jamás  se vio   una carnicería humana de esa magnitud, arremetieron contra  mujeres, niños y ancianos. Troya fue sitiada y Héctor  sucumbió a la derrota  y se preguntó si mejor hubiera sido caer muerto a manos de Aquiles  y evitar la infamia de la historia o del destino.

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