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lunes, 9 de abril de 2012

El principio de otra historia


Rafael Barrionuevo González

Solo un fundamentalista calibre talibán, de esos que cuando pierden el reloj les da por pensar que también el tiempo se ha extinguido, sería capaz de levantarse de la cama cualquier jueves por la mañana y anunciarle a su representante editorial que el fin de la historia ha llegado. Con muchos menos trámites, Francis Fukuyama llegó a la misma conclusión hace ya varios años.

Desde aquel entonces vivimos, seguramente la post-historia de la historia. De poco le sirvió al buen Platón y a sus eternos y sucesivos hermanos pensadores, haber levantado un edificio filosófico en el que nunca faltaba lugar para todo y para todos. Eran tiempos en las que Aristóteles podía, por ejemplo, calzarse el edifico entero para cruzar el charco del Medioevo, con la certeza de que en la otra orilla ya le esperaban los albañiles del humanismo.

Discutir entonces era saludable. Los humanistas le diseñaron un estilo poco menos que ergonómico al edificio filosófico y luego vino Descartes con su huincha a medirlo todo. Gracias a este topógrafo de la razón, los planos estuvieron concluidos y cada quien pudo llevarse a casa no solo una fotocopia de los planos sino también de una maqueta a escala. Ya nadie volvería, pues, a poner en duda la certeza de la incertidumbre.

Hubo quienes, como Kant, se encerraron en sus cuartos y no volvieron a salir. Otros fueron menos audaces. Hegel para el caso desarmó la maqueta en busca de un espíritu absoluto y se encontró como si fuera poco, con la dialéctica. Marx desarmó la dialéctica y se encontró como si fuera mucho con el capital. Al rato vinieron los existencialistas decididos a quemar la maqueta, la dialéctica, el absoluto y lo que quede, en su heroico afán de salvarse a sí mismos, quiero decir, al individuo; o sea, a usted.

Aún así, y creo que por ello, la discusión seguía despertando mucho interés. En las búsquedas absolutas fueron hallados los encuentros relativos y todo bien; hasta que una de esas, el muro se cayó y de la polvareda, a falta de una corriente filosófica, se elevó una filosofía corriente. La buena nueva de la que hablé al principio, fue anunciada: el Absoluto existe. Existe y se llama América. Y América no es un continente sino un país, un símbolo, acaso un destino. Y ese es el fin de la historia, el sumidero de toda filosofía.

Que ingenuidad, después de todo, confundir el tambo con el destino, un capítulo con el índice.

Tanto neoliberalismo no puede estar equivocado: simplemente lo hace a propósito. Nos dice el mundo es mío, el resto es de ustedes. Y si encima quieren quedarse con el resto… bueno, acabemos con ellos.

Por eso ahora vivimos, presuntamente la post-historia de la historia, o mejor digamos. El preámbulo de otra historia. Escríbala usted, está en su derecho. Vístase de rebeldía y ánimo insumiso. Pueda que ellos tengan la bolsa, pero los valores los tenemos nosotros. No por gusto la existencia es una larga crónica circular que empieza justo donde, muchos creen que ha terminado.

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