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domingo, 3 de junio de 2012

EN BUSCA DE LA INOCENCIA PERDIDA



«No me entiendes, Carmín la miré con pena. No me asusté por lo que hicimos. Al fin y al cabo ambos, cada cual por su lado, vamos a seguir tirando. Tú tiras con todo el mundo. Yo recién acabo de empezar y te juro que no voy a  parar. Eso es lo de menos. Lo que pasa es que siempre tuve miedo de dejar de ser niño, nunca quise crecer…»
 (Del cuento «Mi primera Flaca»)
Escribe Carlos Rivera
El escritor Orlando Mazeyra Guillen publicó este libro de cuentos  hace  unos años,  cuyo título es, entre inocente  y sugerente, URGENTE: Necesito un retazo de felicidad.
Componen doce cuentos  (y no son peregrinos  como los del maestro Gabriel García Márquez). Abordan lo cotidiano,  atravesados  y  condimentados de una  frescura singular  y una voz muy personal en actitud reclamante.  Se  percibe a dos «Orlandos»: al joven que sueña con  paraísos imposibles de felicidad  o utopías placenteras (lo sexual y lo lúdico);  y  al  hombre-escritor relamido  de añoranzas y ansioso de ternuras.  Binomio de la procesión ese catártico mundo interior del creador de historias.
La selección de cuentos ofrecida  contiene un ramillete de historias  y travesuras juveniles. El autor parte, en cada cuento, de la búsqueda de «algo»: ternura, amor, felicidad, comprensión y, en otras historias, de la simple reflexión metafísica como en  «Escribes»  y «La talega»  y, desde luego, el que lleva el título del libro, «URGENTE: Necesito un retazo de felicidad».
Que los cuentos se reduzcan a temas comunes no quita que los mismos estén escritos con buena prosa narrativa y que tengan cualidades en su estructura (y estética) que desarrolla con solvencia el autor. Se suele confundir  sencillez con simpleza; en estas historias hay intuición magistral, sensaciones explícitas recreadas alrededor de un hecho, atmósferas mínimas y,  compone con  precisión,  las voces íntimas de sus personajes (la voz  o el tono es de particular interés en el libro).  El escritor no es de perspicacias decorativas o de tecnicismos: crea una historia y le da forma tal cual la siente, sin preámbulos tediosos ni redundancias  innecesarias. Así, cada una de ellas, parece un pedazo de vida trasladada a unas hojas de papel y leídas como si fueran la experiencia misma. La experiencia es la suma de pasados, futuros y anhelos del porvenir. Es decir: el eco de la nostalgia en el devenir del tiempo y de la vida  de los hombres.
La mayoría de cuentos nos ofrece directamente una acción explícita  que cautiva rápidamente. Ello en razón del título de la historia  y la primera frase que inicia  en algunos de sus  relatos.
«Ella se sabe gorda»
Ella se sabe gorda. Quiere a toda costa estilizar su fofa figura. No cree en pastillas milagrosas ni tampoco en dieta asesinas.
«Y ahora qué mierda quiere»
Maestro un toque, voy a sacar el billete de mi jato le dice al taxista y abre la puerta del Tico.
«Tendré que confiar en ella»
Hace muy poco entró a mi habitación  y, casi ordenándome, me dijo que bajara a desayunar. Le pregunté  su nombre de inmediato. No me lo dijo. Me miró con cierta ternura y me informó que ella era mi esposa.
Cuando hablo de estética es porque hay claros muestrarios de hermosura creativa, Cito, también, un extracto de Ella siempre está:
«…cuando besé su frente todavía tibia comprendí  que la muerte nunca es buena: es fría y oscura, es invierno eterno que  entumece músculos y es, también, aura ponzoñosa que en, realidad, nos mata a todos».
Volvemos a resaltar que sus cuentos  no ofrecen la estructuración necesaria que los críticos exigen de una historia (el reclamo es meritorio y no por ello  menospreciamos esas exigencias  valederas). El nudo, los personajes y el desenlace  pueden estar  rociados en cualquier punto de los cuentos.  Las historias de Orlando Mazeyra Guillén en este libro parecen sueños (con un ligero guiño a  la pesadilla),  remembranzas personales, gritos de desesperación por salirse de la realidad y refugiarse en el sepulcro de la incomprensión.
El hombre que escribe quiere ser feliz, acariciar  la inocencia y volverla a tenerla entre sus manos para dejarla otra vez volar. Pero sabe que la inocencia nunca más volverá. No se puede ser niño dos veces.  Por eso cuenta historias, por eso también sigue viviendo a punto de  arrancarles a las palabras lo más preciado de  su belleza y  su esencia. Es decir, vengarse de la puta existencia.

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