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martes, 27 de marzo de 2012

SARTRE Y EL ESCRIBIDOR (*)



Carlos Rivera

Mario Vargas Llosa publicó no hace mucho un articulo titulado “Los Compañeritos”, causando en el mundo literario e intelectual mucha indignación, tanto por las diatribas de ataque como su revanchismo hacia el pensamiento y obra del escritor y filósofo francés Jean Paul Sartre y, todo motivado por las celebraciones en la ciudad luz por conmemorarse este 2005 (21 de junio) 100 años de su nacimiento. Para dichos actos se han montado exhibiciones fotográficas, un acercamiento a sus libros, entre otras cosas que Mario señala con refulgencia en el mencionado escrito y esto es lo que creemos, disgustó a Vargas Llosa al no comprender la merecida gratitud hacia un escritor que, según él, ha sido contradictorio, fracasado y que tampoco mantiene viva la llama de sus postulados. Mario se pregunta “¿Por qué entonces el glamour del ilegible Sartre de nuestros días sigue intacto y a casi nadie parece seducir la figura del sensato y convincente Raymond Aron?”. Como el autor de La Fiesta del Chivo cree rozar la divinidad literaria pretendiendo orientarnos por el camino de la razón y dilucida como repuesta lo siguiente: “La explicación tiene que ver con una de las características que en nuestro tiempo ha adquirido la cultura contaminándose de teatralidad, al banalizarse y frivolizarse por su vecindad con la publicidad y la información”. El artículo esta lleno de un ametrallamiento hacia la obra de Sartre, hasta por momentos se atreve a mirar con ironía y sarcasmo la ceguera que padeció, la cortedad no nos permite una reflexión más extensa, intentaremos entonces clarificar un poco más el asunto.

Sin irnos rigurosamente por el análisis freudiano podemos encontrar respuestas a esta actitud en la ausencia de una figura paternal en el escribidor (sólida, estable y sublime que nunca saboreó) y que inconscientemente siempre ha buscado y creyó hallar a través de acercamientos a hombres como el propio Sartre (recuérdese de su elevada admiración hacia él y su singular apelativo “El Sartrecillo valiente”) y Fidel Castro. Estas abstracciones luego, terminan siendo para el escritor nada más que burlescas ficciones y no lograron tranquilizar la melancólica y ansiosa ternura paternal. Al darse cuenta de ello entonces despierta del trance –que en el puede durar muchos años- como un ogro y escupe su artillería contra aquellas blasfemas imágenes.

Las repuestas no se hicieron esperar por “Los Compañeritos” e inteligentemente el periodista Cesar Hildebrandt le respondió con un demoledor artículo titulado Cuerdos y Locos (revista Domingo del diario La República 24 de junio). Lógicamente, hace un elogio a la locura sartreana, pone en su sitio la obra y genialidad y resalta en Mario un peculiar sentimiento burgués propio de los salones y auditorios que ciegamente endiosan su obra. Contrapone el rechazo del Nobel de Sartre con el ansioso deseo de Vargas Llosa por obtener el premio de la academia que ya ha reclamado para él gente como el franquista Aznar. Resumido: la cordura de Vargas Llosa nunca podrá asesinar la locura genial de Sartre. Coincidimos por lo dicho por Hildebrandt porque Sartre nunca será pieza del establishment literario liberal que hoy modela el mercado. La Nausea, El Muro, Las Palabras y toda su obra filosófica encierra el titulo de monumental y sobrehumano a pesar de que su prosa sea difícil y tejida con una atmósfera densa que nunca rozara los colores del exotismo. A Mario en cambio lo leemos y ahí queda el asunto, sus personajes se pierden en la cotidianidad, en los vericuetos de la estructura narrativa. Claro, Mario Vargas Llosa es un gran novelista, pero eso no le da carta libre par tratar a Sartre como si fuera un estropajo.

Además, ingenuidad suya, por la autoritaria sentencia la de afirmar que ya no hay juventud o gente valorando la obra sartreana con todos sus defectos y aciertos que hubieran. Sí, señor Vargas Llosa aún hay locos, y los habrá siempre, seducidos por la tarea de la salvación y, ese es un glamour eterno e inalterable que tal vez los pobres de espíritu y de humanidad no lo entienden así. Por eso mismo Jean Paúl Sartre es la conciencia crítica del siglo XX, unió pensamiento, acción y obra.



Publicado en el diario Arequipa al día
Viernes, 13 de mayo de 2005

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