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lunes, 26 de marzo de 2012

LA VIDA


Carlos Rivera




Un día te encuentras con todo ese mundo extraño y desconocido. Gritas y descubres infinitos rostros. Has llegado a la vida. Hay por doquier un olor a medicina.
Luego aprendes a hablar, das tus primeros pasos, eres la atención de todos. Te acurrucan de mano en mano.
Vas a tu primer día de clases llorando desesperadamente, luego te acostumbras y haces amigos y se convierten en la comparsa de tus aventuras. Eres escolar de 12 años, y te gusta una niña pecosa, te enamoras de ella como un condenado, suspiras, te sudan las manos y, crees que todas las canciones fueron hechas para ti. Es tu primera decepción y gimes en la almohada y te duelen las tripas y no deseas comer ni nada. Solo tu madre te entiende. Pasa el tiempo y sabes como flirtear a una chica, sabes besar, ir por los puntos exactos de su cuerpo y tus manos ya tienen más confianza cuando hallas ese tesoro tibio de las mujeres. A los 20 dices amar a todas como nunca; sueñas con locuras matrimoniales, crees que el mundo es solo tuyo y pruebas todos los vicios: trago, putas, cigarros y la infaltable marihuana. Cuando crees que eres algo maduro e inmortal, cuando crees que a tus 25 años ya aprendiste lo suficiente te vuelven a acribillar el corazón y ahora es más doloroso porque la conciencia te da mayores explicitaciones del dolor y sus porqués. Has sucumbido al amor una vez más.
Ya tienes un cartón donde dice “profesional”, puedes defenderte en la vida y construir tus ilusiones. Ahora a los 30 deseas una familia, conoces al amor de tu vida: enamoran, viven maravillosos instantes. Sabes que es la elegida, pides su mano y llora emocionada. Se casan. Compran una casa pequeña y esperan un hijo, el vástago será el que lleve la descendencia con orgullo. Viven felices por varios años, y resuelven viajar por el mundo y hacer locuras. Tu mujer se ha vuelto hosca, ha renunciando a la sonrisa siempre está a la defensiva y tratas de sobrellevar la situación. Tus padres han muerto y ahora debes ocuparte de la familia dejando sus nombres en alto como dicen las gentes. Ya tienes canas, andas un poco encorvado y te cansas y ya no haces deporte como antes, los cuarenta parecen afectarte un poco. Tu mujer está gorda y duerme respetando su lado de la cama, le aburren los ruidos que haces en el baño (recién te lo dice) o le fastidia cuando lees en las noches y la torturas con la tenue luz de la lámpara. Algo está pasando y decides conversar un día; ya cuarentones, se insultan como nunca, maldice su vida y haberte conocido. No dices nada y vas a al cuarto y lloras silenciosamente sabiendo que ella está haciendo lo mismo en algún lugar de la casa. Tu hijo ahora de 15 años se confunde y sale a la calle a buscar un poco de paz.
Superan las dificultades y avanzas renovado de fuerzas y nuevas satisfacciones como tiempo después ver a tu hijo graduado de abogado. Va al extranjero y ahora debes velar por tu mujer y asumes que los años de jubilación son cada vez más cercanos. Un día vienes de la oficina y descubres que tu mujer te engañaba con tu mejor amigo desde hacía unos años. Ahora comprendes por qué ya no quería tener sexo contigo. Peleas con ella y se marcha a los 56 años. Decide irse a un lugarcito de interior del país, sin marido, sin amante, a vivir con unos primos que nunca conociste. Tu hijo regresa del extranjero y le cuentas el suceso. Llora en tu hombro, quiere ir a verla, y no se lo impides. Él, la encuentra y la conmina a volver, ella no desea y entre sollozos le cuenta que te extraña y que está arrepentida. Tú no quieres nada de ella. Transcurren algunos años y tu hijo vive un tiempo contigo y otro con su madre. Ya es un hombre ahora está de novio y trae a la casa a su prometida, es linda, delgada y muy educadita. El matrimonio de tu hijo logra juntarte con tu esposa y, la nostalgia te abate y la llevas del brazo. Después de la fiesta ella vuelve a su lugar y no haces nada por retenerla. La extrañas: el dulce café preparado por las mañanas, los masajes a tu espalda cuando venias agotado de la oficina, su mirada serena y maternal, su olor a seda, su respiración, su delicada piel, sus millones de lagrimas rociadas en tu hombro; su sonrisa, su alegría por las flores y la singular forma de bailar.
Ella se va, quieres detenerla, besarla y te contienes por cobarde.
Tu hijo se matrimonia y vive en tu casa. Ya estás viejo, las canas pueblan tu cabellera. Ahora eres un jubilado, vas de un lado paseándote por el jardín, o mirando los noticieros o dormirte mientras algunos de tus amigos vienen y te platican. Estás leyendo el periódico y tu hijo viene silencioso apretándose los labios, su semblante carga una tragedia. Tu mujer ha muerto en ese pueblecito de sus primos. Te duele el pecho, tu vida se ha ido y sientes que debes morirte ya. La nuera te tranquiliza mientras tu mente solo ve misceláneas de evocaciones. Has enterrado a tu mujer, la perdonas demasiado tarde y te duele no haber vivido esos momentos finales juntos.
Luego de varios años, tus huesos te duelen más, todo lo quieres caliente y sales todos los días a pelar tu manzana frente al sol para comértela lentamente y a pedacitos. Tomas tus medicamentos con celosa unción. Tu hijo ya tiene dos niños, alegran tus mañanas cuando los ves ir al colegio.
Un día tú nuera está preparándote un batido, estás en tu silla con una frazada entre las rodillas por el frio que tienes, llegan tus nietos y centellantes te dan un beso y van a cambiarse, sientes ese momento como único y mágico. Es intenso. Ves claramente todo, oyes el sonido del agua hirviendo y de pronto caes como un pedazo de trapo al suelo. En el último hálito de tu vida respiras un reconocible olor a medicina.

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