Carlos Rivera
Aquiles estuvo a punto de atravesar con su lanza el pecho de Héctor, quien parecía rendido en el suelo. Huyó de la muerte y de las embestidas de este semidiós herido en su orgullo protegido con su inseparable escudo. Él terrible sol acribillaba los cuerpos, la sangre rociada en la arena en esta gran batalla dibujaban un desolador desenlace. Aquiles arremetió con su inconmensurable fuerza. El noble y humano Héctor recordó todos los muertos de esta guerra, tragó saliva, "Troya, Troya" invocaba para darse valor. Dio un paso hacia atrás para avanzar con inteligencia y atacarlo con la técnica de su espada. Recordó en ese instante los ojos de Patroclo agonizante, aquella legedaria pelea con Áyax . Aquiles cayó arrodillado: la espada de Héctor hirió mortalmente su talón, su único punto vulnerable. Héctor dejó el cadáver de su rival en la carroza y reconoció la valía de este e invocó al séquito de griegos a que se llevaran aquel heroico cadáver, quienes contemplaban atónitos la derrota. Los griegos lo lloraron tres días, juraron aniquilar Troya. Jamás se vio una carnicería humana de esa magnitud, arremetieron contra mujeres, niños y ancianos. Troya fue sitiada y Héctor sucumbió a la derrota y se preguntó si mejor hubiera sido caer muerto a manos de Aquiles y evitar la infamia de la historia o del destino.
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