Carlos Rivera
El hombre que no solo robó, sino aniquiló las posibilidades de ser un país viable, decente y prospero. El hombre que gobernó de la mano de Montesinos y debutó con novísimas tácticas políticas como la yuca, el cabezazo, la pendejada, el secuestro y el chantaje, convirtiéndolas en una superestructura de miseria y podredumbre. Bueno, pues, aquí sus huestes se revisten de fanatismo y corean su nombre como si tuvieran de héroe a un Martin Luther King achinado.
El discurso de un fujimorista es digno de una testarudez tercermundista: “Él robó, pero trabajó”, “él no sabía de lo que hacía Montesinos”, “es un perseguido político”, “pacificó al Perú” ¡Por Dios! Levantemos un monumento en nombre de este estadista valiente que renunció vía fax.
Fujimori sabe muy bien que la democracia en el Perú aún está en etapa primigenia (sospecho que nunca la saboreamos a plenitud) y sus acólitos no dejan de parafrasear que pacificó el país, liberó a los rehenes de la embajada de Japón y que instauró un orden y estabilidad económica en nuestro Perú.
Mientras los seguidores de Guzmán ansían que la democracia se descalabre, y puedan aterrorizar de nuevo a los peruanos teniendo al frente del gobierno a alguien como Fujimori que ostenta un profundo desprecio por la democracia, el estado de derecho, la vida de inocentes. Así, ambos se declararían una guerra desoladora en donde prime solo un salvajismo o ultranza.
Abimael es un asesino en serie que en nombre de una utopía desató baños de sangre y dolor durante varios años. Se llevó la inocencia y tranquilidad de los peruanos. La estupidez mental le hizo creer que ajusticiar a campesinos, curas, niños, en medio de las plazas, era una táctica necesaria para aquella revolución imposible.
Fujimori, ofreció honradez, tecnología y trabajo, dejándonos miseria, atraso y desempleo, no solo nos robó el futuro, sino la conciencia, la sonrisa de los futuros niños, el precioso despertar con un pan bajo el brazo bien ganado, la alegre, mañana de saber que tenemos destino.
El castigo para estos cobardes del terror y de la mafia miserable es encerrarlos, no tras barrotes de acero, sino entre los soportes de una verdadera democracia condenándolos al olvido para que nunca, más, como decía Cesar Hildebrandt, tengamos que optar entre lo macabro y lo indeseable.
(*) Lunes, 11 de agosto del 2003
El hombre que no solo robó, sino aniquiló las posibilidades de ser un país viable, decente y prospero. El hombre que gobernó de la mano de Montesinos y debutó con novísimas tácticas políticas como la yuca, el cabezazo, la pendejada, el secuestro y el chantaje, convirtiéndolas en una superestructura de miseria y podredumbre. Bueno, pues, aquí sus huestes se revisten de fanatismo y corean su nombre como si tuvieran de héroe a un Martin Luther King achinado.
El discurso de un fujimorista es digno de una testarudez tercermundista: “Él robó, pero trabajó”, “él no sabía de lo que hacía Montesinos”, “es un perseguido político”, “pacificó al Perú” ¡Por Dios! Levantemos un monumento en nombre de este estadista valiente que renunció vía fax.
Fujimori sabe muy bien que la democracia en el Perú aún está en etapa primigenia (sospecho que nunca la saboreamos a plenitud) y sus acólitos no dejan de parafrasear que pacificó el país, liberó a los rehenes de la embajada de Japón y que instauró un orden y estabilidad económica en nuestro Perú.
Mientras los seguidores de Guzmán ansían que la democracia se descalabre, y puedan aterrorizar de nuevo a los peruanos teniendo al frente del gobierno a alguien como Fujimori que ostenta un profundo desprecio por la democracia, el estado de derecho, la vida de inocentes. Así, ambos se declararían una guerra desoladora en donde prime solo un salvajismo o ultranza.
Abimael es un asesino en serie que en nombre de una utopía desató baños de sangre y dolor durante varios años. Se llevó la inocencia y tranquilidad de los peruanos. La estupidez mental le hizo creer que ajusticiar a campesinos, curas, niños, en medio de las plazas, era una táctica necesaria para aquella revolución imposible.
Fujimori, ofreció honradez, tecnología y trabajo, dejándonos miseria, atraso y desempleo, no solo nos robó el futuro, sino la conciencia, la sonrisa de los futuros niños, el precioso despertar con un pan bajo el brazo bien ganado, la alegre, mañana de saber que tenemos destino.
El castigo para estos cobardes del terror y de la mafia miserable es encerrarlos, no tras barrotes de acero, sino entre los soportes de una verdadera democracia condenándolos al olvido para que nunca, más, como decía Cesar Hildebrandt, tengamos que optar entre lo macabro y lo indeseable.
(*) Lunes, 11 de agosto del 2003
1 comentario:
Sin embargo , no haber sido por Fujimori, el Perú seguiría bajo la sombra de la violencia, miedo e incertidumbre que fue la época del Terrorismo. Es indudable que muchos de sus métodos no fueron acertados; sin embargo logró erradicar uno de las amenazas más grandes para el pueblo limeño, que fue el Sendero Luminoso, así que, si bien puede no haber sido el acercamiento más apropiado, yo creo que por lo menos se merece cierto reconocimiento, en vez de meras críticas.
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