PRIMERA PARTE
¿Fe en el político o en el politólogo?
Mirko Lauer
Publicado el 15 de diciembre en el diario La Republica
En todo momento hay entre nosotros dos debates paralelos dedicados a los asuntos públicos: el de los políticos mismos performando ante el público, y el de los politólogos, académico y especializado, sin mucha publicidad. A veces los dos mundos se traslapan, y ese es un buen momento para la marcha de las cosas; pero cuando se distancian demasiado empieza a surgir cierta confusión en los asuntos públicos.
En su mejor faceta los políticos emplean las reglas constitucionales y las leyes existentes para tratar de hacer avanzar las cosas. Los politólogos en cambio buscan cambiar las reglas de fondo para que la política sea más eficaz, lo cual en última instancia requiere que quienes ejercen el poder acepten esas propuestas.
¿Escuchan los políticos a los politólogos? A veces, pero no lo suficiente. Digamos que se escucha mucho más a los politólogos con capacidad de llegar a los medios. Fernando Tuesta, por ejemplo, es un buen comunicador con un tema atractivo, y así ha logrado cambios en importantes normas electorales. Lo ideal es cuando un politólogo llega al Congreso y logra actuar desde allí, como ha hecho Henry Pease.
¿Qué debaten los politólogos en estos días? El libro editado por Pease y Giofianni Peirano La democracia y sus instituciones en debate (PUCP, 2011) presenta un rico panorama de temas: lo electoral, lo partidario, el presidencialismo y la calidad de la democracia. Algunos temas están hoy en el debate público, otros no.
Se trata de propuestas de reforma. Unas pocas hacen cola, generalmente larga, en el Congreso. Otras todavía son planteamientos académicos apoyados en la razón o la experiencia. Así aparecieron realidades institucionales que hoy no parecen naturales. Pues, parafraseando a Lenin, sin teoría democrática no puede haber práctica democrática.
En efecto, buena parte de la solución a nuestros problemas prácticos está en la teoría política. ¿Cómo lograr un Congreso con menos bribones? ¿Cómo evitar que los presidentes regionales sean cuadrados por los artistas de la política en la calle? ¿Cómo restablecer una democracia de partidos políticos dignos de ese nombre?
Este tipo de asuntos en el fondo incomoda a muchos políticos, cuyo horizonte es lograr ser elegidos o reelegidos con las reglas que ya existen, es decir que ya conocen. Lo demás les puede llegar a parecer una pérdida de tiempo. Para ellos hay ocasiones en que un politólogo eficaz puede ser más subversivo que una columna guerrillera.
Pues el politólogo no solo predica reformas. También llama la atención (y este libro lo hace muy bien) sobre el difundido incumplimiento de las normas partidario-electorales de todo tipo que existen. Pero como los infractores son gobernantes de todo nivel, la voluntad de sancionar es casi inexistente.
SEGUNDA PARTE
TERCERA PARTE
Estimado Mirko:
Respondo a la carta de Eduardo Dargent, uno de los más brillantes politólogos, profesor de la PUCP, a quien aprecio mucho, pero que creo que no escribe desde el Fundo Pando sino desde los EEUU, donde está culminando su doctorado. No puede por eso haber leído el lunes 19 de diciembre el libro que presentamos en Lima el miércoles 14, pues recién se ha distribuido y sus expresiones sobre éste son sólo un gesto amistoso a su viejo colega.
Tiene todo el derecho de opinar políticamente como minimalista, pero si hubiera leído el libro vería que comienza con un trabajo teórico-metodológico de Dieter Nohlen y luego los alumnos de nuestro doctorado analizan varias propuestas de reforma existentes, entre ellas de los profesores Tanaka, Tuesta y también mías dado que conmigo llevaron el seminario precedente.
Explican los problemas y sugieren salidas. Los dos ejemplos que pone Eduardo tienen respuestas en el libro, que en el primer caso reemplazan el voto preferencial por primarias abiertas organizadas directamente por la ONPE y esto elimina muchas fiscalizaciones inútiles, el segundo tema de Eduardo.
Eso vale especialmente para el ejemplo de Perú Posible en Puno y para evitar que la robaluz, el comeoro o la robacable lleguen al Congreso. En política, como en el mercado, solo la competencia produce calidad. Es una reforma puntual que reduce la fiscalización burocrática.
El libro tiene más análisis y debate que propuestas y contiene, por ejemplo, un interesante debate sobre la calidad de la democracia en América Latina. Creo que el politólogo analiza, compara, cuestiona. También puede proponer, pero sustentándolo.
El político decide y convence. Le conviene, por lo menos, saber del otro debate. Pero ambos somos politólogos y ciudadanos con vocación política y tenemos derecho a hablar desde ambas condiciones. Respeto todas las opiniones y en particular la de Eduardo pero se requiere leer el libro para opinar o damos una imagen distorsionada de lo que es algo que nos costó mucho trabajo a varios profesores. Supongo que Eduardo reacciona a tu artículo, pero este es inseparable de la presentación que hiciste como comentario tras leer el libro.
Un abrazo
Henry Pease
Estimado Henry:
Gracias por tu respuesta, creo que en efecto el debate es lo mejor que le puede pasar a la profesión en el país. Solo una precisión, no para aclarar tu estupenda carta que abre ese debate, sino para que lo sepas tú: mi comentario fue dirigido al tema de la columna de Mirko y no tanto al libro (del que efectivamente solo tengo las referencias que hacía Mirko, pues recién lo vi al llegar a Lima hace unos días). No fue mi intención que se leyera como una crítica al libro y debí ser más claro en señalar que hablaba del debate en general y no de la obra. Recibe un fuerte abrazo. En mayo estoy de vuelta en Lima con el doctorado en la mano.
Eduardo
¿Fe en el político o en el politólogo?
Mirko Lauer
Publicado el 15 de diciembre en el diario La Republica
En todo momento hay entre nosotros dos debates paralelos dedicados a los asuntos públicos: el de los políticos mismos performando ante el público, y el de los politólogos, académico y especializado, sin mucha publicidad. A veces los dos mundos se traslapan, y ese es un buen momento para la marcha de las cosas; pero cuando se distancian demasiado empieza a surgir cierta confusión en los asuntos públicos.
En su mejor faceta los políticos emplean las reglas constitucionales y las leyes existentes para tratar de hacer avanzar las cosas. Los politólogos en cambio buscan cambiar las reglas de fondo para que la política sea más eficaz, lo cual en última instancia requiere que quienes ejercen el poder acepten esas propuestas.
¿Escuchan los políticos a los politólogos? A veces, pero no lo suficiente. Digamos que se escucha mucho más a los politólogos con capacidad de llegar a los medios. Fernando Tuesta, por ejemplo, es un buen comunicador con un tema atractivo, y así ha logrado cambios en importantes normas electorales. Lo ideal es cuando un politólogo llega al Congreso y logra actuar desde allí, como ha hecho Henry Pease.
¿Qué debaten los politólogos en estos días? El libro editado por Pease y Giofianni Peirano La democracia y sus instituciones en debate (PUCP, 2011) presenta un rico panorama de temas: lo electoral, lo partidario, el presidencialismo y la calidad de la democracia. Algunos temas están hoy en el debate público, otros no.
Se trata de propuestas de reforma. Unas pocas hacen cola, generalmente larga, en el Congreso. Otras todavía son planteamientos académicos apoyados en la razón o la experiencia. Así aparecieron realidades institucionales que hoy no parecen naturales. Pues, parafraseando a Lenin, sin teoría democrática no puede haber práctica democrática.
En efecto, buena parte de la solución a nuestros problemas prácticos está en la teoría política. ¿Cómo lograr un Congreso con menos bribones? ¿Cómo evitar que los presidentes regionales sean cuadrados por los artistas de la política en la calle? ¿Cómo restablecer una democracia de partidos políticos dignos de ese nombre?
Este tipo de asuntos en el fondo incomoda a muchos políticos, cuyo horizonte es lograr ser elegidos o reelegidos con las reglas que ya existen, es decir que ya conocen. Lo demás les puede llegar a parecer una pérdida de tiempo. Para ellos hay ocasiones en que un politólogo eficaz puede ser más subversivo que una columna guerrillera.
Pues el politólogo no solo predica reformas. También llama la atención (y este libro lo hace muy bien) sobre el difundido incumplimiento de las normas partidario-electorales de todo tipo que existen. Pero como los infractores son gobernantes de todo nivel, la voluntad de sancionar es casi inexistente.
SEGUNDA PARTE
Carta desde el fundo pando
19 de diciembre del 2011
Estimado Mirko:
En tu columna del jueves último, al comentar un interesante libro editado por Henry Pease y Giofianni Peirano, señalas que los politólogos hoy debatimos sobre cuáles reformas institucionales serían las mejores para nuestra débil democracia. Sin duda hay instituciones que son un poco mejores que otras, y ese libro contribuye a una discusión seria de estas opciones. Pero quiero comentarte que también estamos los politólogos que miramos de lejos estos debates y preferimos mantener el statu quo institucional salvo muy fuerte evidencia en contrario.
La razón principal para esta suerte de nihilismo politológico es que no tenemos muchas esperanzas sobre los efectos positivos de las reformas. A menudo la realidad hará a estas reglas irrelevantes. Pero también hemos visto que las nuevas normas pueden interactuar con el contexto político y tener resultados negativos inesperados.
Por ejemplo, uno de los temas más debatidos en nuestro país es cómo ciertas reformas podrían fortalecer a nuestros anémicos partidos políticos. El problema es que partidos sin recursos e incapaces de atraer militantes que puedan ganar elecciones no mejorarán con normas nuevas; simplemente se adaptarán para seguir haciendo lo que hacen para sobrevivir: vender sus candidaturas, buscar invitados competitivos electoralmente y cumplir con la ley en la forma pero no en el fondo. ¿Eliminar el voto preferencial, por ejemplo, no terminará haciendo que los partidos vendan a mayor precio los primeros números de sus listas congresales antes que mejorar la calidad de sus candidatos?
El problema, dirán otros, es que las normas no se cumplen. Si se fiscalizara en serio, entonces la ley vigente o las nuevas normas tendrían el efecto positivo deseado. Discrepo. Siguiendo con el ejemplo de los partidos, exigirles cumplir con una serie de requisitos para “hacerlos fuertes” es como hacer correr maratones a un enfermo. Si el JNE y la ONPE fiscalizaran de verdad, probablemente nos quedaríamos sin partidos inscritos.
Mauricio Zavaleta discute en un reciente artículo en Los Andes un caso que ilustra bien cómo la realidad traspasa cualquier norma. En el contexto de la elección regional en Puno, nos dice, Perú Posible actuó como un “buen” partido: realizó elecciones internas para elegir a sus candidatos entre sus militantes y su comité provincial decidió no postular invitados. El resultado fue desastroso. Apenas lograron candidatos en 9 de las 13 provincias de la región, y estos fueron apabullados.
Por ello es mejor no cambiar mucho las reglas para que los actores políticos se acostumbren a las existentes. Tantos cambios desde los 90, algunos motivados por interés político y otros por buena voluntad, no contribuyen a dar previsibilidad a las instituciones. También sugiero ser realistas y concentrar la fiscalización de las normas vigentes en aquellos aspectos más urgentes que contribuyan a reducir la entrada de candidatos impresentables o de dinero sucio a la política.
Eduardo Dargent
Estimado Mirko:
En tu columna del jueves último, al comentar un interesante libro editado por Henry Pease y Giofianni Peirano, señalas que los politólogos hoy debatimos sobre cuáles reformas institucionales serían las mejores para nuestra débil democracia. Sin duda hay instituciones que son un poco mejores que otras, y ese libro contribuye a una discusión seria de estas opciones. Pero quiero comentarte que también estamos los politólogos que miramos de lejos estos debates y preferimos mantener el statu quo institucional salvo muy fuerte evidencia en contrario.
La razón principal para esta suerte de nihilismo politológico es que no tenemos muchas esperanzas sobre los efectos positivos de las reformas. A menudo la realidad hará a estas reglas irrelevantes. Pero también hemos visto que las nuevas normas pueden interactuar con el contexto político y tener resultados negativos inesperados.
Por ejemplo, uno de los temas más debatidos en nuestro país es cómo ciertas reformas podrían fortalecer a nuestros anémicos partidos políticos. El problema es que partidos sin recursos e incapaces de atraer militantes que puedan ganar elecciones no mejorarán con normas nuevas; simplemente se adaptarán para seguir haciendo lo que hacen para sobrevivir: vender sus candidaturas, buscar invitados competitivos electoralmente y cumplir con la ley en la forma pero no en el fondo. ¿Eliminar el voto preferencial, por ejemplo, no terminará haciendo que los partidos vendan a mayor precio los primeros números de sus listas congresales antes que mejorar la calidad de sus candidatos?
El problema, dirán otros, es que las normas no se cumplen. Si se fiscalizara en serio, entonces la ley vigente o las nuevas normas tendrían el efecto positivo deseado. Discrepo. Siguiendo con el ejemplo de los partidos, exigirles cumplir con una serie de requisitos para “hacerlos fuertes” es como hacer correr maratones a un enfermo. Si el JNE y la ONPE fiscalizaran de verdad, probablemente nos quedaríamos sin partidos inscritos.
Mauricio Zavaleta discute en un reciente artículo en Los Andes un caso que ilustra bien cómo la realidad traspasa cualquier norma. En el contexto de la elección regional en Puno, nos dice, Perú Posible actuó como un “buen” partido: realizó elecciones internas para elegir a sus candidatos entre sus militantes y su comité provincial decidió no postular invitados. El resultado fue desastroso. Apenas lograron candidatos en 9 de las 13 provincias de la región, y estos fueron apabullados.
Por ello es mejor no cambiar mucho las reglas para que los actores políticos se acostumbren a las existentes. Tantos cambios desde los 90, algunos motivados por interés político y otros por buena voluntad, no contribuyen a dar previsibilidad a las instituciones. También sugiero ser realistas y concentrar la fiscalización de las normas vigentes en aquellos aspectos más urgentes que contribuyan a reducir la entrada de candidatos impresentables o de dinero sucio a la política.
Eduardo Dargent
TERCERA PARTE
Estimado Mirko:
Respondo a la carta de Eduardo Dargent, uno de los más brillantes politólogos, profesor de la PUCP, a quien aprecio mucho, pero que creo que no escribe desde el Fundo Pando sino desde los EEUU, donde está culminando su doctorado. No puede por eso haber leído el lunes 19 de diciembre el libro que presentamos en Lima el miércoles 14, pues recién se ha distribuido y sus expresiones sobre éste son sólo un gesto amistoso a su viejo colega.
Tiene todo el derecho de opinar políticamente como minimalista, pero si hubiera leído el libro vería que comienza con un trabajo teórico-metodológico de Dieter Nohlen y luego los alumnos de nuestro doctorado analizan varias propuestas de reforma existentes, entre ellas de los profesores Tanaka, Tuesta y también mías dado que conmigo llevaron el seminario precedente.
Explican los problemas y sugieren salidas. Los dos ejemplos que pone Eduardo tienen respuestas en el libro, que en el primer caso reemplazan el voto preferencial por primarias abiertas organizadas directamente por la ONPE y esto elimina muchas fiscalizaciones inútiles, el segundo tema de Eduardo.
Eso vale especialmente para el ejemplo de Perú Posible en Puno y para evitar que la robaluz, el comeoro o la robacable lleguen al Congreso. En política, como en el mercado, solo la competencia produce calidad. Es una reforma puntual que reduce la fiscalización burocrática.
El libro tiene más análisis y debate que propuestas y contiene, por ejemplo, un interesante debate sobre la calidad de la democracia en América Latina. Creo que el politólogo analiza, compara, cuestiona. También puede proponer, pero sustentándolo.
El político decide y convence. Le conviene, por lo menos, saber del otro debate. Pero ambos somos politólogos y ciudadanos con vocación política y tenemos derecho a hablar desde ambas condiciones. Respeto todas las opiniones y en particular la de Eduardo pero se requiere leer el libro para opinar o damos una imagen distorsionada de lo que es algo que nos costó mucho trabajo a varios profesores. Supongo que Eduardo reacciona a tu artículo, pero este es inseparable de la presentación que hiciste como comentario tras leer el libro.
Un abrazo
Henry Pease
Estimado Henry:
Gracias por tu respuesta, creo que en efecto el debate es lo mejor que le puede pasar a la profesión en el país. Solo una precisión, no para aclarar tu estupenda carta que abre ese debate, sino para que lo sepas tú: mi comentario fue dirigido al tema de la columna de Mirko y no tanto al libro (del que efectivamente solo tengo las referencias que hacía Mirko, pues recién lo vi al llegar a Lima hace unos días). No fue mi intención que se leyera como una crítica al libro y debí ser más claro en señalar que hablaba del debate en general y no de la obra. Recibe un fuerte abrazo. En mayo estoy de vuelta en Lima con el doctorado en la mano.
Eduardo
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