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lunes, 14 de mayo de 2012

LAS CRÓNICAS DE CÉSAR VALLEJO





Carlos Rivera 
Desperté como de costumbre a las  4: 00 de la madrugada. El insomnio  no me permite dormir más de cuatro horas.  Una necesidad  de belleza  y vida  acelera mis ansias por ir hacia mi biblioteca  y traerme algo para leer mientras espero la  diafanidad  anunciante de un día soleado (quizás bueno, quizás maldito). Hay un libro del hermano Vallejo,  Narrativa y ensayos, tiene la tapita celeste, de esas colecciones   de Peruanos imprescindibles  que editó  el diario El Comercio.  Vallejo tiene mucho que ver con la belleza,  la estética y lo humano. No busco más y me envuelvo con mis frazadas y el bendito libro; ni el temblor de las 5:00  a.m. me obliga a despejarme de la  obra. Voy releyendo  las crónicas del poeta, respiro belleza, arte de la palabra en su excelsitud, ritmo en cada párrafo de los escritos.  La estética de un  cantor de lo humano  al servicio   del diarismo. Y eso, es ya un regalo inmenso para núbiles escribientes como uno.

Conversando con el maestro González Prada  cincela  una magnifica descripción:

“Su vigoroso dinamismo sentimental que subyuga y arrastra; la fresca expresión de eterna primavera de su continente venerable, tienen algo de mármol alado y suave en que  la Hélade pagana solía  encantar el gesto divino, la  energía superhumana de sus dioses.”

Ante la temprana  muerte de Valdelomar y afligido  en lo más hondo de su alma escribe:
Abraham Valdelomar ha muerto. El hombre bueno e incomprendido, el niño engreído, con noble y suave engreimiento; el mozo luchador, el efebo discutido del arte; vencedor de la muerte y del olvido.”

Con el autor de "La niña de la lámpara azul", José María Eguren luego de sonsacarle su sentimiento de su poética y obra, al final   construye una despedida  al son del paisaje donde realiza la entrevista:

“De regreso, miro Barranco, con sus calles rectas, pobladas de alamedas; con sus helechos arborescentes y sus pinos. Los chalets, de los más variados estilos, muestran jardines de pulcra elegancia y los vestíbulos abiertos a las brisas vespertinas: las lujosas residencias del confort burgués “

En otra crónica sobre  la conmemoración del   aniversario de la muerte del poeta Baudelaire (Riñonada estética y de una sencillez casi vegetal apunta lo siguiente:

 “La ceremonia tuvo lugar ante el monumento del poeta, que es una de las piedras sepulcrales  más hermosas de París .Su contenido es de una significación directa y, a la vez, muy original. El escultor cogió un bloque de piedra, lo abrió en dos extremidades y modeló un  compás. Tal es la osamenta del monumento .Un compás. Un avión, una de cuyas alas se arrastra por el suelo por su mucho tamaño. Como en el albatros simbólico. La otra mitad lapídea se alza perpendicularmente a la anterior y presenta en su parte superior un gran murciélago de alas extendidas. Sobre este bicho vivo y flotante, reposa una gárgola, cuya manos sostiene un mentón, cogitabundo, vigilante y casi agresivo.”

Mi ruego de belleza está satisfecho. La  luz del sol arremete sin misericordia por mi ventana.  Todo ese mundanal  ruido de combis, autos y movimientos  de gentes vulgares se disponen   cumplir sus rituales cotidianos. Yo estoy lleno de palabras.

Malditos aquellos que inventaron un  Vallejo  triste y taciturno. La gracia de su escritura al igual que su poesía,  radica en una  elevada interpretación   de la vida y   un sentido del arte  absoluto, alcanzado por  unos pocos.  Solo alguien como él  puede decirnos esto:

“Entre la deshojadas avenidas, el viento se quedaba cantando, a dos silencios, su silencio”

Hermano Vallejo, me rindo a tus pies y rezo  por tu poesía (y tu  excelsa prosa) ¡Bendito seas!

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