Carlos Rivera
Desperté como de costumbre a las 4: 00 de la madrugada. El insomnio no me permite dormir más de cuatro
horas. Una necesidad de belleza y vida acelera mis ansias por ir hacia mi
biblioteca y traerme algo para leer mientras espero la diafanidad anunciante de un día soleado (quizás
bueno, quizás maldito). Hay un libro del hermano Vallejo, Narrativa y ensayos, tiene la tapita celeste, de esas
colecciones de Peruanos imprescindibles que editó el diario El Comercio. Vallejo tiene mucho que ver con la
belleza, la estética y lo humano. No busco más y me envuelvo con mis frazadas y el
bendito libro; ni el temblor de las 5:00 a.m. me obliga a despejarme
de la obra. Voy releyendo las crónicas del poeta, respiro belleza,
arte de la palabra en su excelsitud, ritmo en cada párrafo de los escritos. La estética de un cantor de lo humano al servicio del diarismo. Y eso, es ya un regalo
inmenso para núbiles escribientes como uno.
Conversando con el maestro González
Prada cincela una magnifica descripción:
“Su vigoroso dinamismo sentimental que
subyuga y arrastra; la fresca expresión de eterna primavera de su continente
venerable, tienen algo de mármol alado y suave en que la Hélade pagana solía encantar el gesto
divino, la energía superhumana de sus dioses.”
Ante la temprana muerte de Valdelomar y afligido en lo más hondo de su alma escribe:
“Abraham Valdelomar ha muerto. El
hombre bueno e incomprendido, el niño engreído, con noble y suave engreimiento;
el mozo luchador, el efebo discutido del arte; vencedor de la muerte y del
olvido.”
Con el autor de "La niña de la lámpara
azul", José María Eguren luego de sonsacarle su sentimiento de su poética y obra,
al final construye una despedida al son del paisaje donde realiza la
entrevista:
“De regreso, miro Barranco, con sus calles
rectas, pobladas de alamedas; con sus helechos arborescentes y sus pinos. Los
chalets, de los más variados estilos, muestran jardines de pulcra elegancia y
los vestíbulos abiertos a las brisas vespertinas: las lujosas residencias del
confort burgués “
En otra crónica sobre la conmemoración del aniversario de la muerte del
poeta Baudelaire (Riñonada estética y de una sencillez casi vegetal) apunta lo siguiente:
“La ceremonia tuvo lugar ante el
monumento del poeta, que es una de las piedras sepulcrales más hermosas de París .Su contenido es de una significación directa y, a la
vez, muy original. El escultor cogió un bloque de piedra, lo abrió en dos
extremidades y modeló un compás. Tal es la osamenta del monumento
.Un compás. Un avión, una de cuyas alas se arrastra por el suelo por su mucho
tamaño. Como en el albatros simbólico. La otra mitad lapídea se alza
perpendicularmente a la anterior y presenta en su parte superior un gran murciélago
de alas extendidas. Sobre este bicho vivo y flotante, reposa una gárgola, cuya
manos sostiene un mentón, cogitabundo, vigilante y casi agresivo.”
Mi ruego de belleza está satisfecho.
La luz del sol arremete sin misericordia por mi ventana. Todo ese mundanal ruido de combis, autos y movimientos de gentes vulgares se disponen a cumplir sus rituales cotidianos. Yo estoy
lleno de palabras.
Malditos aquellos que inventaron un Vallejo triste y taciturno. La gracia de su escritura al igual que su poesía, radica en una elevada interpretación de la vida y un sentido del arte absoluto, alcanzado por unos pocos. Solo alguien como él puede decirnos esto:
“Entre la deshojadas avenidas, el viento
se quedaba cantando, a dos silencios, su silencio”
Hermano Vallejo, me rindo a tus pies y
rezo por tu poesía (y tu excelsa prosa) ¡Bendito seas!
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