Carlos Rivera
I
Mi primer amor tenía 15 años y yo 16, llevaba siempre vestidos largos de color blanco y blusita celeste. La conocí tratando de hacer mi confirmación, era la más linda de todos los grupos; los catequistas se morían por salir con ella y, uno de ellos logró ser su enamorado. Yo sufría al verla junto a ese espécimen. Para mi era inalcanzable.
A veces la seguía hasta su casa y me largaba satisfecho viéndola entrar a su aposento.
Un día, los catequistas nos hicieron hacer una gran ronda para orar agarrados de las manos. Carmen, así de musical era su nombre, estaba a mi lado izquierdo, y con un gesto que hasta hoy conservo en mi memoria entrelazó sus dedos con los míos. Sudé como nunca, temblaba de la emoción. Al salir, me deshice de mis amigos como de costumbre para seguirla. La vi otra vez con su enamorado quien la dejó en la puerta de su casa tras un efusivo beso.
Obviamente, yo, la besaba en mis sueños, salíamos al parque. Besaba mis dedos creyendo que eran sus delgados labios. Un día se fue a Argentina y no supe más de ella. A veces vuelve en mis alucinaciones, vestida con el mismo traje, le hablo y le declaro mi amor.
I
Mi primer amor tenía 15 años y yo 16, llevaba siempre vestidos largos de color blanco y blusita celeste. La conocí tratando de hacer mi confirmación, era la más linda de todos los grupos; los catequistas se morían por salir con ella y, uno de ellos logró ser su enamorado. Yo sufría al verla junto a ese espécimen. Para mi era inalcanzable.
A veces la seguía hasta su casa y me largaba satisfecho viéndola entrar a su aposento.
Un día, los catequistas nos hicieron hacer una gran ronda para orar agarrados de las manos. Carmen, así de musical era su nombre, estaba a mi lado izquierdo, y con un gesto que hasta hoy conservo en mi memoria entrelazó sus dedos con los míos. Sudé como nunca, temblaba de la emoción. Al salir, me deshice de mis amigos como de costumbre para seguirla. La vi otra vez con su enamorado quien la dejó en la puerta de su casa tras un efusivo beso.
Obviamente, yo, la besaba en mis sueños, salíamos al parque. Besaba mis dedos creyendo que eran sus delgados labios. Un día se fue a Argentina y no supe más de ella. A veces vuelve en mis alucinaciones, vestida con el mismo traje, le hablo y le declaro mi amor.
II
Mi segundo amor era gordita, estudiosa, se quemaba las pestañas como dicen las vulgares gentes, gustaba de enseñar a lo niños y por eso estudió para ser maestra. Odiaba a los policías por borrachos y mujeriegos. En realidad fue mi primer amor como pareja. Hubo una declaración después de que un día nos besáramos en una fiesta mientras oíamos las cursis baladas de Michael Bolton y Roxet.
Antes, odiaba a mi enamorada con todas las ganas del mundo, criticaba sus huachaferías, sus trazas a la antigua, sus modales toscos y vocecita chillona y su incapacidad de leer literatura.
De ella terminé enamorado como un demente, estuve a sus pies, hasta me robé un perrito para probar mi sacrificio. Nunca leía mis poemitas, ni mis sabanas declarativas donde le contaba mis elucubraciones de escritorcito incipiente. Estuvimos un mes, hasta que un día acabó conmigo y no dijo nada más. Fue día de la madre: yo había llevado un gran regalo para ganarme la confianza de su progenitora. Salió por la ventanita de su casa y me dio, así como un telegrama, la fatal noticia. Tiré el CD de Alejandro Sanz que traía entre manos. Agarré a cabezazos al poste y no paré de llorar por siete largos meses. Me rapé la cabeza, fui a pedirle de rodillas que volviera conmigo y no tuvo ninguna compasión por mis lágrimas y la sangre de mis dedos provocado por las espinas tras arrancar un par de rosas con mis propias manos. Ahora la veo y está casada, tiene un hijo de un año, y vive feliz con un… policía.
Mi segundo amor era gordita, estudiosa, se quemaba las pestañas como dicen las vulgares gentes, gustaba de enseñar a lo niños y por eso estudió para ser maestra. Odiaba a los policías por borrachos y mujeriegos. En realidad fue mi primer amor como pareja. Hubo una declaración después de que un día nos besáramos en una fiesta mientras oíamos las cursis baladas de Michael Bolton y Roxet.
Antes, odiaba a mi enamorada con todas las ganas del mundo, criticaba sus huachaferías, sus trazas a la antigua, sus modales toscos y vocecita chillona y su incapacidad de leer literatura.
De ella terminé enamorado como un demente, estuve a sus pies, hasta me robé un perrito para probar mi sacrificio. Nunca leía mis poemitas, ni mis sabanas declarativas donde le contaba mis elucubraciones de escritorcito incipiente. Estuvimos un mes, hasta que un día acabó conmigo y no dijo nada más. Fue día de la madre: yo había llevado un gran regalo para ganarme la confianza de su progenitora. Salió por la ventanita de su casa y me dio, así como un telegrama, la fatal noticia. Tiré el CD de Alejandro Sanz que traía entre manos. Agarré a cabezazos al poste y no paré de llorar por siete largos meses. Me rapé la cabeza, fui a pedirle de rodillas que volviera conmigo y no tuvo ninguna compasión por mis lágrimas y la sangre de mis dedos provocado por las espinas tras arrancar un par de rosas con mis propias manos. Ahora la veo y está casada, tiene un hijo de un año, y vive feliz con un… policía.
Esa fue mi primera muerte.
III
Mi tercer amor tenia nombre de musa, Inés. Era delgada, de vocecita suave y bien educadita, modales sencillos y, ¡pragmática!Solo logré que leyera un par de libros.
Nos conocimos tal vez por la necesidad de compañía en la que andábamos sumergidos. Empezamos una larga relación después de una borrachera festejando el cumpleaños de un amigo. Empecé a amarla con furia, inocencia, poesía, música literatura y con toda mi cursilería romanticona esperando alguien inspiradora. Inés me decía sus afectos en francés o en ingles. Hacíamos el amor en cualquier parte y eso era lo increíble. La amé cuando descubría La amada inmóvil de Amado Nervo. Escribí por ella más de cien poemas, le dediqué una crónica, le hice un librito de cuentos. No concebía que a mis 25 años tuviera tanta dicha de que fuera mía.
Mi tercer amor tenia nombre de musa, Inés. Era delgada, de vocecita suave y bien educadita, modales sencillos y, ¡pragmática!Solo logré que leyera un par de libros.
Nos conocimos tal vez por la necesidad de compañía en la que andábamos sumergidos. Empezamos una larga relación después de una borrachera festejando el cumpleaños de un amigo. Empecé a amarla con furia, inocencia, poesía, música literatura y con toda mi cursilería romanticona esperando alguien inspiradora. Inés me decía sus afectos en francés o en ingles. Hacíamos el amor en cualquier parte y eso era lo increíble. La amé cuando descubría La amada inmóvil de Amado Nervo. Escribí por ella más de cien poemas, le dediqué una crónica, le hice un librito de cuentos. No concebía que a mis 25 años tuviera tanta dicha de que fuera mía.
Después de cinco años decidimos casarnos y pedí la mano como se debe, lloró mientras la lluvia trataba de fastidiar nuestro magnánimo acto. A dos meses de casarnos, me dejó, quedé lelo y taciturno. Asumí que debía esforzarme e intentar la epopeya de la reconquista. Pedí concejos a mi gran amigo y este me instruyó en las desconocidas cosas del amor. Ella volvió conmigo, entre lágrimas y confesiones de una noche de sexo en un hotel. Mientras la besaba tiernamente, ella iba soltando cada una de las verdades. Yo pensaba que lo sabía todo pero, no: mi mejor amigo había sido su amante y culpable de nuestra separación. Traté de suicidarme, dejé los estudios, andaba con el semblante muerto, perdido en la travesía del engaño.
Anduvimos tres años tratando de sortear las desdichas y los sufrimientos pero nos era imposible: uno no puede con la culpa y vuelve a ella por necesidad. Volvió a dejarme por un muchacho veinteañero y ya no me lastimó tanto, pero Inés salió destrozada luego de que dos meses después, él, la dejara para casarse con una chiquilla de su edad madre de un futuro hijo suyo. Enfermó de amor, no comía, enflaqueció como un hueso. Estuve a su lado, dormíamos juntos, y la cuidaba diariamente, ya sin ánimos sexuales o sentimentales. Recuperada de su mal de amor, un día me despedí con un beso en la frente y le dije que se cuidara y tuviera mucha suerte.
Ocho años y punto final a la historia. Llevo casi cinco años de no verla y a veces me ataca la nostalgia y quiero buscarla y decirle algo. ¿Qué le diría?
IV
Mi cuarto amor es perfecto, la ecuación del arte y el amor resumido en un inmortal nombre. Me gusta todo de ella, hasta su torturante sentimentalismo. Ella gusta de los libros como yo, ama el buen cine, escribe. Sueña con saborear todos los placeres que su juventud reclama. Adoro su plática, me gusta que hable como escribe. Canta cuando estoy aburrido y susurra algunas frases en francés o italiano cuando algo le gusta sobremanera.
La descubrí en mi edad de la razón, en las pasiones provocadas por los libros de Murakami y las desventuras de Sumire en Sputnik,mi amor. Ella sabe cuánto la quiero. Por ella soy capaz de dar la vuelta al mundo. Si otros le regalan palabritas cariñosas o cursilerías, yo le daré una obra. Mis palabras entregadas por saborear su boca y de ahí hundirme en todo su ser, hasta morirme de felicidad a su lado. La quiero con toda mi Literatura.
Mi cuarto amor es perfecto, la ecuación del arte y el amor resumido en un inmortal nombre. Me gusta todo de ella, hasta su torturante sentimentalismo. Ella gusta de los libros como yo, ama el buen cine, escribe. Sueña con saborear todos los placeres que su juventud reclama. Adoro su plática, me gusta que hable como escribe. Canta cuando estoy aburrido y susurra algunas frases en francés o italiano cuando algo le gusta sobremanera.
La descubrí en mi edad de la razón, en las pasiones provocadas por los libros de Murakami y las desventuras de Sumire en Sputnik,mi amor. Ella sabe cuánto la quiero. Por ella soy capaz de dar la vuelta al mundo. Si otros le regalan palabritas cariñosas o cursilerías, yo le daré una obra. Mis palabras entregadas por saborear su boca y de ahí hundirme en todo su ser, hasta morirme de felicidad a su lado. La quiero con toda mi Literatura.
1 comentario:
Reconfortante! Muy bueno.
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