A Sthefani Garayar Zevallos
Carlos Rivera
Yo soy aldeano. Naci y me crie en la aldea, a orillas del mar, viviendo mis infantiles ojos, de cerca y perennemente, la naturaleza. No me eduqué con los libros sino con crepúsculos.
Escribía Abraham Valdelomar comentando el libro del poeta arequipeño Alberto Hidalgo, Panoplia lírica, lo siguiente: “La modestia, esta virtud teórica que no puede ser sincera sino en los realmente bestias o incapaces, no será nunca atributo de personas de valía; esta invocada falsa virtud no pueden practicarla quienes piensan, sienten y crean, por que hay, ante todo, en el creador, la conciencia de su alumbramiento.”
La figura que nos convoca Valdelomar no es solo la de poeta (seria únicamente vislumbrar sus musicales versos, los rítmicos sentimientos, las añoranzas cotidianas que de ellos se desprenden);tampoco podríamos reducirla a la figura de cuentista (y maravillarnos con la impecable técnica de su narrativa, plena de colores, lirismo y emoción telúrica ). Hasta podríamos verlo como impecable caricaturista o magnífico hombre de discursos sociopolíticos. ¿Cual es entonces la clave de este gran hombre de wildeana performance? Artista en su más excelsa expresión, la fuente inagotable de la simbiosis entre la vida de un personaje literario y la suya propia; el constructor de un ego colosal para espantar a las gentes de estipre vulgar y mentecata de la Lima de aquellos años. Como diría Ricardo Gonzales Vigil: “Valdelomar es uno de los escritores más completos de nuestra literatura, cultivó con talento todos los grandes géneros literarios, dejando muestras magistrales en la mayoría de ellos.” Tanta genialidad, era insoportable.
Beso estas manos que han escrito cosas tan lindas.
Desde su natal Ica vino a retumbar las paredes de Lima. Sin miedos ni falsificaciones, con las virtudes de su talento y personalidad. Desde el manso rumor de su aldea lejana llegó a la urbe capitalina repleta de personas con sicología de gallinazo. Convirtió el silogismo según el cual el Perú es Lima, Lima era el Jirón de La Unión y este el Palais Concert. Por lo tanto el Perú… era el Palais Concert en un grito de snobismo.
Su provincianismo no fue óbice para que su grandeza destacara en medio de otros artistas quienes pululaban en los diarios, lo teatros. Removió la exquisitez de hombres de letras, quienes ya habían acentuado sus particulares performances.
“Quesos frescos y blancos, envueltos por la cintura con paja de cebada, de la quebrada de Humay; cóncavas hechas con cocos, nueces, maní y almendras: frijoles colados ,en sus redondas calabacitas, pintadas encima con un rectángulo del propio dulce , que indicaban la tapa, de Chincha Baja; bizcochuelos, en sus cajas de papel, de yema de huevo y harina de papas, leves ,esponjosos ,amarillos y dulces(…)”
Tuvo que inventarse un abolengo, una leyenda aristocrática y bautizarse como El Conde de Lemos, encaminarse por el establishment cultural de aquellas primeras década del siglo XX y conducir una “corriente” de la que muchos se declararon seguidores, tal vez por la pose, la estructuración de que el arte podía modelar las conductas de una generación o la necesidad de alabanza mesiánica hacia un artista que vivía cada segundo de su existencia entregado a desenmarañar y pergeñar versos, textos, historias, leyendas alrededor suyo ( dandy). Ante la evidente locura genial de Valdelomar, muchos lo acusaron de arrogante y presuntuoso; mas aun, si decía detestar la modestia. Su andariega vida era un derroche de arte que en esos años resultaba insoportable. ¡Insoportablemente original! A pesar de todo, tenia un alma noble, discurseaba de los pobres, de la patria, la educación y de nuestras grandes taras mentales. Siempre en su literatura estaba presente la añoranza de su tierra.
Yo les he dado todo: el verso cincelado,
La noble prosa fuerte, el comentario alado
Tal hizo Prometeo. ¡Y estoy encadenado!
En un artículo intitulado “Valdelomar: en busca de un estilo” el maestro Luis Jaime Cisneros V. ensaya una interpretación de la génesis estilística valdelomariana. Para ello principia su escrito con la transcripción de un párrafo de la novela Yerba Santa:
“Caballeros en potros briosos, brillantes ricamente operados ,llegaban los señores dueños de grandes hacienda, y desfilaban por las calles montados en caballos de paso de grácil andar femenino: larga y peinada crin, vibrantes ijares, ceñida cincha, negro y lustros pellón, riendas lujosas de plata; e iban con sendos sombreros de ala curva y extensa, y ponchos de finos pliegues y pañuelo al cuello, con anillos de oro, y espuelas alegres y de argentino sonar; y cabriolaban las caballerías levantando nubes de polvo con gran asombro y desconcierto de la bulliciosa chiquillería, mientras los fieles enlutados, cruzaban la caldeada acera llevando flores, o sahumadores de filigrana, o cirios gruesos y decorados, o ramos grandes de albahaca. Sonaban a muerto las campanas, y chirriaban a ratos las matracas, y paisaje el singular sonsonete de los vendedores que ayuntados de dos en dos, cargaban balaes tejidos con carrizo, forrados en pellejo de cabritillo, y anunciaban su apetitosa cercanía en tono musical.”
Dice el maestro Cisneros:
Es la prosa que Valdelomar manejaba a los dieciséis años. Todavía no ha manifestado sus preocupaciones estéticas consagradas años después, en 1918, en las páginas de Belmonte el trágico. Pero ya advertimos síntomas de que Valdelomar (el poeta Valdelomar) no está satisfecho con el material lingüístico disponible y se halla presto para arriesgar la renovación. No quiere ser como “los otros”. Quiere se “él mismo”
Es la prosa que Valdelomar manejaba a los dieciséis años. Todavía no ha manifestado sus preocupaciones estéticas consagradas años después, en 1918, en las páginas de Belmonte el trágico. Pero ya advertimos síntomas de que Valdelomar (el poeta Valdelomar) no está satisfecho con el material lingüístico disponible y se halla presto para arriesgar la renovación. No quiere ser como “los otros”. Quiere se “él mismo”
Continúa Cisneros, precisando lo siguiente:
Si la organización de la frase repite todavía la estructura rítmica de los textos de Valle Inclán, la adjetivación comienza a reconocer la presencia de Eguren .Y todo un texto confiado a una estructura armónica en que el ritmo no puede estar desatendido.
Y toda la obra de Valdelomar está llena de música, armonía, color. La plenitud del criollismo aunada a su postura cosmopolita. Lo suyo no fue una rapsodia pueril o un arrebato de locura. Eh ahí el genio dispuesto a romper los moldes de la ritualidad. Lo suyo era obra y vida.
El gran poeta César Vallejo abatido por la muerte de Valdelomar, escribió el 4 de noviembre de 1919 en el diario La Prensa: “Abraham Valdelomar ha muerto. El hombre bueno e incomprendido, el niño engreído, con noble y suave engreimiento; el mozo luchador, el efebo discutido del arte; vencedor de la muerte y del olvido.”
Abraham Valdelomar murió a los 31 años, a esa de edad de mozalbete había conquistado el Perú, había derrumbado tradicionalismos, escribió de todo y todo lo hizo bien. El tañer doloroso de una vieja campana anuncia que la inmortalidad es un buen lugar para sus huesos y su arte.
1 comentario:
Ante la evidente locura genial de Valdelomar, muchos lo acusaron de arrogante y presuntuoso; mas aun, si decía detestar la modestia. Su andariega vida era un derroche de arte que en esos años resultaba insoportable. ¡Insoportablemente original! A pesar de todo, tenia un alma noble, discurseaba de los pobres, de la patria, la educación y de nuestras grandes taras mentales. Siempre en su literatura estaba presente la añoranza de su tierra.
Genialmente admirable Iqueño, y Ud. ciudadano ha sabido reconocer, mediante tan buen artículo, la corta vida de un grande. GRACIAS POR LA INMERECIDA DEDICATORIA, MUCHAS GRACIAS, excelente artículo.
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